MÉXICO, D.F., 22 de diciembre.- A principios de mes se hicieron públicos los resultados de la prueba educativa internacional –PISA– y nuevamente México volvió a quedar en un mal lugar. Quizás en la Secretaría de Educación Pública hay quienes se congratulen porque “por lo menos” estamos arriba de Albania, Argentina, Azerbayán, Brasil, Indonesia, Jordania, Kazajastán, Panamá, Perú y Qatar. Pero será un pobre consuelo. A pesar de algunos pequeños avances documentados por la OCDE, las mediciones mostradas en matemáticas, ciencias y lectura resaltan un sistema educativo en crisis. En lugar de educar para la prosperidad, las escuelas públicas del país están educando para la mediocridad. Para la parálisis. Para el rezago. Para que el país, en términos comparativos, pierda cada vez más terreno en la competencia internacional en lugar de irlo ganando.
La verdadera sorpresa para muchos fue la posición de Shanghai-China. En su primera medición, la ciudad ocupó el primer lugar a nivel global en las tres áreas evaluadas. Y más impresionante aún: las escuelas chinas con las peores evaluaciones quedaron a la mitad de la tabla de todos los países que participaron, incluyendo los miembros de la OCDE. China, en una generación, ha logrado transitar del atraso a la excelencia, demostrando así que es posible hacerlo. Pero en México insistimos en negar la realidad o cerrar los ojos frente a ella. En muchos otros lugares del mundo, el avance chino ha producido señales de alarma en los pasillos del poder, entre los maestros, y más aún entre los padres de familia, preocupados por escuelas que no satisfacen las necesidades educativas más básicas. En Estados Unidos, por ejemplo, Barack Obama se ha referido a los resultados chinos como un “momento Sputnik”, recordando cuando la antigua Unión Soviética lanzó un satélite al espacio, demostrando que estaba a la par con su adversario en cuanto a avances tecnológicos. China ahora le demuestra al mundo que también se está convirtiendo en una potencia educativa.
En México, sin embargo, los resultados de la prueba PISA ocuparon las primeras planas de algunos diarios durante un par de días y después el tema regresó al cajón. Al archivero. Al último lugar de las prioridades nacionales, desplazado por la boda de Enrique Peña Nieto, la elección interna del PAN y la última ronda de encuestas políticas. La pasión por mejorar la educación parece estar confinada a grupos pequeños de ciudadanos preocupados y algunas ONG como Mexicanos Primero. Como ha sugerido David Calderón, estamos tan mal educados que ni siquiera sabemos cuán importante es la educación. Pero China lo entiende y en los últimos diez años ha reformado sus escuelas y entrenado a sus maestros con el objetivo de producir alumnos de clase global. Pero en nuestro país la escuela pública se ha convertido en una fábrica para pobres; un lugar que condena a los mexicanos a quedarse en el mismo lugar en el cual nacieron, sin acceso a la movilidad social y poco preparados para la competencia global.
La mejor manera de reaccionar sería a través de una apreciación crítica y honesta de cómo llegamos a la pésima situación en la que estamos parados. Con altos índices de abandono educativo. Con un nivel de desempleo alto y con una informalidad aún mayor. Con resultados que colocan a los jóvenes en una ruta de colisión con el futuro. La economía global que surgirá de esta recesión será muy diferente: la competencia entre los mercados emergentes será mayor y sólo los países que cuenten con una fuerza de trabajo competente y capaz podrán salir del hoyo. Va a ser necesario un esfuerzo educativo nacional que enseñe no sólo lo básico. Va a ser indispensable producir mexicanos creativos, críticos, pensantes, capaces de entender problemas complejos y cómo resolverlos. Y ello requeriría comprender la urgencia de transformar nuestro sistema educativo para sustituir la mediocridad por la excelencia.
Muchos piensan que eso no será viable mientras Elba Esther Gordillo siga al frente del SNTE. Mientras los maestros puedan vender, heredar o intercambiar sus plazas por favores sexuales. Mientras los gobernadores puedan ofrecer plazas al mejor postor y hagan de ello un gran negocio. Mientras la clase política conciba a la educación como un coto político en vez de un trampolín social. Hoy el debate incipiente en torno a la educación está imbuido de un gran pesimismo frente a obstáculos que parecen insuperables. Pero como lo revela un reporte reciente de McKinsey sobre la evolución de veinte sistemas educativos en los últimos años, el cambio es posible y no habrá que esperara hasta que La Maestra se muera para instrumentarlo. En sitios donde ha habido mejoras sustanciales, el cambio ha ocurrido en periodos relativamente cortos, en países con culturas muy distintas, con niveles de ingreso muy diferentes, con divisiones étnicas muy marcadas, en sistemas federales y en sistemas descentralizados. A cada paso del viaje hacia la excelencia educativa hay estrategias comunes: México necesita dejar de mirarse el ombligo y estudiar lo que están haciendo otros países en el mundo.
Al país le urge mejorar la calidad de sus maestros, enfatizar la excelencia por encima de la cobertura, reclutar a sus mejores graduados y canalizarlos hacia la profesión educativa, otorgarle al maestro la autonomía y la dignidad perdidas. Todo ello requerirá un liderazgo para la transformación profunda que ha estado ausente hasta el momento en la SEP. El progreso modesto de los últimos años simplemente no es suficiente a pesar de la retórica oficial al respecto. México necesita un secretario de Educación Pública cuya ambición sea ascender a los primeros lugares de la prueba PISA en menos de una generación, y no personas que calientan la silla detrás del escritorio de José Vasconcelos en espera de un dedazo presidencial. La SEP ya no puede seguir perdiendo el tiempo, conformándose con avances milimétricos, congratulándose con cambios microscópicos, manteniendo a los mexicanos rehenes de una educación que los condena a la mediocridad. La ruta internacional a la excelencia es clara y con buena señalización; sólo falta la voluntad política para tomarla. En un mundo globalizado, el éxito estará definido por individuos y sociedades que logran adaptarse con velocidad y cambiar sin oponer tanta resistencia. Si no somos capaces de entender este “momento Sputnik” y los retos que implica, seguiremos atados a la tierra mientras los chinos ascienden a la estratósfera.
La verdadera sorpresa para muchos fue la posición de Shanghai-China. En su primera medición, la ciudad ocupó el primer lugar a nivel global en las tres áreas evaluadas. Y más impresionante aún: las escuelas chinas con las peores evaluaciones quedaron a la mitad de la tabla de todos los países que participaron, incluyendo los miembros de la OCDE. China, en una generación, ha logrado transitar del atraso a la excelencia, demostrando así que es posible hacerlo. Pero en México insistimos en negar la realidad o cerrar los ojos frente a ella. En muchos otros lugares del mundo, el avance chino ha producido señales de alarma en los pasillos del poder, entre los maestros, y más aún entre los padres de familia, preocupados por escuelas que no satisfacen las necesidades educativas más básicas. En Estados Unidos, por ejemplo, Barack Obama se ha referido a los resultados chinos como un “momento Sputnik”, recordando cuando la antigua Unión Soviética lanzó un satélite al espacio, demostrando que estaba a la par con su adversario en cuanto a avances tecnológicos. China ahora le demuestra al mundo que también se está convirtiendo en una potencia educativa.
En México, sin embargo, los resultados de la prueba PISA ocuparon las primeras planas de algunos diarios durante un par de días y después el tema regresó al cajón. Al archivero. Al último lugar de las prioridades nacionales, desplazado por la boda de Enrique Peña Nieto, la elección interna del PAN y la última ronda de encuestas políticas. La pasión por mejorar la educación parece estar confinada a grupos pequeños de ciudadanos preocupados y algunas ONG como Mexicanos Primero. Como ha sugerido David Calderón, estamos tan mal educados que ni siquiera sabemos cuán importante es la educación. Pero China lo entiende y en los últimos diez años ha reformado sus escuelas y entrenado a sus maestros con el objetivo de producir alumnos de clase global. Pero en nuestro país la escuela pública se ha convertido en una fábrica para pobres; un lugar que condena a los mexicanos a quedarse en el mismo lugar en el cual nacieron, sin acceso a la movilidad social y poco preparados para la competencia global.
La mejor manera de reaccionar sería a través de una apreciación crítica y honesta de cómo llegamos a la pésima situación en la que estamos parados. Con altos índices de abandono educativo. Con un nivel de desempleo alto y con una informalidad aún mayor. Con resultados que colocan a los jóvenes en una ruta de colisión con el futuro. La economía global que surgirá de esta recesión será muy diferente: la competencia entre los mercados emergentes será mayor y sólo los países que cuenten con una fuerza de trabajo competente y capaz podrán salir del hoyo. Va a ser necesario un esfuerzo educativo nacional que enseñe no sólo lo básico. Va a ser indispensable producir mexicanos creativos, críticos, pensantes, capaces de entender problemas complejos y cómo resolverlos. Y ello requeriría comprender la urgencia de transformar nuestro sistema educativo para sustituir la mediocridad por la excelencia.
Muchos piensan que eso no será viable mientras Elba Esther Gordillo siga al frente del SNTE. Mientras los maestros puedan vender, heredar o intercambiar sus plazas por favores sexuales. Mientras los gobernadores puedan ofrecer plazas al mejor postor y hagan de ello un gran negocio. Mientras la clase política conciba a la educación como un coto político en vez de un trampolín social. Hoy el debate incipiente en torno a la educación está imbuido de un gran pesimismo frente a obstáculos que parecen insuperables. Pero como lo revela un reporte reciente de McKinsey sobre la evolución de veinte sistemas educativos en los últimos años, el cambio es posible y no habrá que esperara hasta que La Maestra se muera para instrumentarlo. En sitios donde ha habido mejoras sustanciales, el cambio ha ocurrido en periodos relativamente cortos, en países con culturas muy distintas, con niveles de ingreso muy diferentes, con divisiones étnicas muy marcadas, en sistemas federales y en sistemas descentralizados. A cada paso del viaje hacia la excelencia educativa hay estrategias comunes: México necesita dejar de mirarse el ombligo y estudiar lo que están haciendo otros países en el mundo.
Al país le urge mejorar la calidad de sus maestros, enfatizar la excelencia por encima de la cobertura, reclutar a sus mejores graduados y canalizarlos hacia la profesión educativa, otorgarle al maestro la autonomía y la dignidad perdidas. Todo ello requerirá un liderazgo para la transformación profunda que ha estado ausente hasta el momento en la SEP. El progreso modesto de los últimos años simplemente no es suficiente a pesar de la retórica oficial al respecto. México necesita un secretario de Educación Pública cuya ambición sea ascender a los primeros lugares de la prueba PISA en menos de una generación, y no personas que calientan la silla detrás del escritorio de José Vasconcelos en espera de un dedazo presidencial. La SEP ya no puede seguir perdiendo el tiempo, conformándose con avances milimétricos, congratulándose con cambios microscópicos, manteniendo a los mexicanos rehenes de una educación que los condena a la mediocridad. La ruta internacional a la excelencia es clara y con buena señalización; sólo falta la voluntad política para tomarla. En un mundo globalizado, el éxito estará definido por individuos y sociedades que logran adaptarse con velocidad y cambiar sin oponer tanta resistencia. Si no somos capaces de entender este “momento Sputnik” y los retos que implica, seguiremos atados a la tierra mientras los chinos ascienden a la estratósfera.
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