Soledad Loaeza
La distribución de propaganda del Partido Nueva Alianza (Panal) entre los alumnos de primaria de las escuelas de Baja California Sur, que reportó La Jornada (17/01/2011), es una de las expresiones más grotescas de la debilidad gubernamental y de la arrogancia del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE) y de su lideresa. Es también una prueba de que las corporaciones del antiguo régimen son hoy tanto o más poderosas que en el pasado, y un lastre para nuestra frágil democracia. No obstante, lo más escandaloso de este caso es que una vez más los maestros del sistema público han demostrado que sus intereses particulares están por encima de su responsabilidad magisterial, y del interés del niño, o de la niña. De esta manera, se está imponiendo la privatización de la educación pública; y yo me pregunto, ¿cuál puede ser la autoridad moral de un maestro que está movido fundamentalmente por la determinación de defender la presencia de un partido que no tiene ideología propia, que es un parásito del SNTE, cuyos recursos sostienen las tácticas de movilización partidista y las estrategias electorales? En lugar de que sean líderes de sus comunidades por sus virtudes, son individuos poderosos que se imponen por el temor que infunden –por ejemplo, de suspender clases si no se les dan las posiciones que exigen en el gobierno, como ocurrió recientemente en Tamaulipas–, o por las componendas que proponen –comisiones a cambio de buenas calificaciones–. Basta aplicar un examen de ortografía, de matemáticas o de historia de México a un grupo de adolescentes, para comprobar el elevadísimo costo que el poder del sindicato de maestros ha significado para nuestras niñas y niños. Basta escuchar las entrevistas espontáneas a simples transeúntes, para no mencionar a muchos de nuestros legisladores, cuya capacidad de expresión verbal es nula, que transmiten la radio y la televisión, para preguntarnos ¿qué hemos hecho de la educación?
Por estas y muchas otras razones resulta indignante que ante el reporte de las actividades del Panal en las escuelas de Baja California Sur, por una parte, las autoridades educativas nacionales y locales reaccionen timoratas y se escuden en un Yo no sé, voy a ver, y por la otra, el partido de Elba Ester Gordillo sostenga que está actuando
a favor de los derechos de los niños. De veras que se están riendo de nosotros en nuestras barbas. ¿Derecho a qué? ¿A ser un vehículo para que ese partido, que no tiene más aspiración que alimentar la capacidad de influencia de su lideresa, obtenga información sobre los padres de familia? ¿Derecho a tomar como modelo de comportamiento ejemplar a los líderes magisteriales? ¿Derecho a las clases de civismo que imparte día con día un partido al que sólo le interesa medrar del cambio democrático, y que cuando así lo hace corroe esas mismas instituciones que le han permitido florecer? ¿Derecho a aprender que la política es sólo abuso?
La buena disposición de los gobiernos panistas a ceder la escuela pública al SNTE refleja muchas cosas, pero entre otras la más perversa es el desprecio que al PAN siempre le ha inspirado la educación pública, en la que no cree ni ha creído jamás. Ingenuamente se ha aferrado al prejuicio de que la educación privada es mejor, y piensa que así es porque ahí no hay sindicatos ni derechos para los maestros. Lo peor de todo es que el desastre educativo no se detiene en las puertas de la escuela privada, ni siquiera porque está al abrigo del SNTE. Pero los panistas, y una proporción importante de las clases medias, así lo creen, sin más fundamento que su propio y acendrado antisindicalismo. Por esa razón, ¿qué puede importarles lo que pase en las escuelas públicas? “Al fin que –dirán los panistas– siempre han sido malas”.
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