De su lado, en un encuentro realizado en el Auditorio Nacional, el dirigente del Movimiento de Regeneración Nacional (Morena), Andrés Manuel López Obrador, dio a conocer su nuevo proyecto alternativo de nación, integrado por una cincuentena de directrices de diversas índole –viraje en la política económica, promoción de la competencia, democratización de las telecomunicaciones, libertad sindical, justicia social y desarrollo, transparencia y combate a la corrupción, rescate de la educación y la salud públicas, entre otras–, y reiteró la intención de su movimiento de participar en los comicios presidenciales de 2012.
El hecho de que los dos actos referidos se hayan desarrollado el mismo día –si bien el cónclave perredista se extendió desde el sábado hasta las últimas horas de ayer– da cuenta de una virtual escisión entre el movimiento lopezobradorista y los aparatos que se disputan el dominio del PRD. Si se atiende a los contrastes observados entre ambas reuniones, las diferencias parecen difícilmente reconciliables: mientras en el encuentro perredista los liderazgos de las distintas corrientes del sol azteca dejaron de lado discusiones de índole ideológica y programática, en el encuentro lopezobradorista se presenció justamente lo contrario: la presentación de un proyecto de país, las formulaciones ideológicas y un programa de acción y de gobierno claramente definido.
Los liderazgos perredistas podrán lograr acuerdos sobre el control del aparato político del partido, pero es claro que éste ha dejado de ser punto de referencia y de confluencia para buena parte de las fuerzas políticas de signo progresista, y que ha perdido su condición de articulador entre la política formal y los movimientos sociales y populares: dicho papel es desempeñado actualmente por el movimiento ciudadano encabezado por el político tabasqueño y, sin los contenidos y el caudal de votantes reunidos en esa expresión, parece difícil que el PRD pueda aspirar a un buen resultado en los procesos electorales venideros.
Las actos celebrados ayer constituyen, en suma, la fotografía de una izquierda dividida en dos polos: por un lado, el integrado por una fuerza ciudadana amplia y creciente, mayoritariamente organizada y desplegada al margen de los institutos políticos; por el otro, el que representa un partido distanciado de los movimientos sociales, y carente de causas y de banderas más allá de la preservación de los espacios de poder político conquistados, en buena medida, gracias al impulso de la resistencia cívica que se aglutinó en torno a la candidatura presidencial de López Obrador en 2006, la cual permanece unida –así quedó demostrado ayer– en el rechazo a las políticas privatizadoras y antipopulares del gobierno en turno y en la delineación de una nueva República. El saldo del virtual deslinde escenificado ayer no es reconfortante: de un lado, el movimiento de izquierda más visible del país, carente de partido; del otro, un aparato partidista volcado al pragmatismo extremo y desprovisto de rumbo y de proyecto político.
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