enero 11, 2010

Excomunión de Hidalgo


José A. Ríos Rojo   
Lunes 11 de enero de 2010 /  Rio Doce


Primero fue padre de familia y años después, cuando ya estando muerto, se le empezó a llamar Padre de la patria.
Fue bautizado con el nombre de Miguel Gregorio Antonio Ignacio Hidalgo y nació en un ranchito: Cuitzeo de los Naranjos, el 8 de mayo de 1753. Tenía 57 años de edad cuando inicia la lucha de Independencia de la Nueva España y el fin de la sociedad de castas.

El cura llega a San Felipe, Guanajuato, en enero de 1773 en un segundo exilio interior. Dice el historiador Paco Ignacio Taibo II que para combatir el aburrimiento de las tardes decidió crear un grupo de teatro de aficionados. Parece ser que el asunto tenía segundas intenciones porque quería conquistar a una jovencita de la religión a la que le propuso entrar en la compañía, Josefa Quintana. Con ella tuvo dos hijas, Josefa y Micaela. Con Manuela Ramos Pichardo tuvo dos hijos nacidos en Valladolid, Agustina y Lino Mariano.

Hidalgo había pasado veintisiete años de su vida en las universidades católicas en el mundo novohispano, sumergido en la teología y la escolástica. Como resultado de esta experiencia, al paso de los años, el cura no parecía tenerle demasiado respeto a las instituciones universitarias, en particular a la Real y Pontificia Universidad de México en la que decía había “una cuadrilla de ignorantes”. Y parecía no darle demasiada importancia a no haberse doctorado, a causa de la enfermedad de su padre.

De su paso por el mundo académico, Miguel Hidalgo aprendió italiano, francés, español y latín, a los que su experiencia vital había añadido el hablar otomí, náhuatl y tarasco.

Hidalgo no parecía tenerle mucho respeto a la biblia estudiada de rodillas y con devoción, porque había que leerla con libertad de entendimiento, lo que le permitía dudar sobre los Reyes Magos, o dudar de la presencia de un buey y una mula cerca del pesebre en Nazareth, donde nació Jesús. Cuestionaba también lo inútil que resultaba arrojar agua bendita sobre los muertos porque “carecen de sentido del conocimiento” y llamaba a la Inquisición “indecorosa”, según se registró en la denuncia que Fray Martín de Huesca hizo contra él en 1800. Dentro de sus lecturas favoritas se contaba el Corán, las obras de teatro de Moliere y Racine y los escritos de Voltaire, Diderot y Rousseau.

La Iglesia Católica que siempre ha sido conservadora lo excomulga. En días pasados ha negado este hecho. Pero es bueno que conozcamos el escrito de excomunión, y nos formemos nuestro propio juicio sobre este acontecimiento. Con más razón, dado que durante este año celebraremos el Bicentenario de la Independencia de México y el Centenario de la Revolución Mexicana:

“Excomunión de Miguel Hidalgo”.

EXCOMUNIÓN MAYOR “Por la autoridad de Dios todopoderoso, del Padre, Hijo y Espíritu Santo, y de los santos cánones y de la inmaculada Virgen María madre y nodriza de nuestro Salvador y de las virtudes celestiales, ángeles, arcángeles, tronos, dominios, papas, querubines y serafines, y de todos los santos patriarcas y profetas; y de los apóstoles y evangelistas; y de los santos inocentes, quienes a la vista del santo Cordero, se encuentran dignos de cantar la nueva canción; y de los santos mártires y santos confesores. Y de las santas vírgenes y de los santos, juntamente con todos los santos elegidos de Dios, lo excomulgamos y lo anatematizamos y lo secuestramos de los umbrales de la iglesia de Dios Omnipotente, para que pueda ser atormentado por eternos y tremendos sufrimientos, juntamente con Datán y Abirán y aquellos que dicen al Señor ¡apártate de nosotros porque no deseamos ninguno de tus caminos! Y así como el fuego del camino es extinguido por el agua, que sea la Cruz extinguida en él para siempre jamás. Que el Hijo, quien sufrió por nosotros lo maldiga; que el Espíritu Santo, que nos fue dado en nuestro bautismo lo maldiga. Que la santa Cruz, a la cual ascendió Cristo por nuestra salvación, triunfante entre sus amigos, lo maldiga. Que la santa y eterna Virgen María madre de Dios, lo maldiga, que todos los ángeles y arcángeles, principados y potestades y todos los ejércitos celestiales, lo maldigan; que San Juan el precursor y San Pedro, y San Pablo y San Andrés y todos los demás apóstoles de Cristo, juntamente lo maldigan. Y ojalá que el resto de sus discípulos y los cuatro evangelistas, quienes por sus predicaciones convirtieron al mundo universal; y ojalá que la santa compañía de mártires y confesores, quienes por sus santas obras se han encontrado agradables al Dios Todopoderoso, lo maldigan. Ojalá que el Cristo de la santa Virgen lo condene. Ojalá que todos los santos desde el principio del mundo y de todas las edades, quienes se hayan ser los amados de Dios, lo condenen; ojalá que los cielos y la tierra y todas las cosas que hay en ellos, lo condenen; que sea condenado donde quiera que esté, en la casa o en el campo; en los caminos y en las veredas; en las selvas o en el agua, o aún en la Iglesia. Que sea maldito en el vivir y en el morir; en el comer y en el beber; en el ayuno o en la sed; en el dormitar y en el dormir; en la vigilia y andando; estando de pie o sentado; acostado o andando; mingiendo o cancando y en todas las sangrías. Que sea maldito interior y exteriormente. Que sea maldito en su pelo. Que sea maldito en su cerebro. Que sea maldito en la corona de su cabeza y en sus sienes, y en su frente y sus oídos; y en sus cejas y en sus mejillas; en sus quijadas y en sus narices; y en sus dientes anteriores y en sus molares; en sus labios y en su garganta; y en sus hombros y en sus muñecas, en sus brazos, en sus manos y en sus dedos. Que sea condenado en su pecho, en su corazón y en todas las vísceras de su cuerpo. Que sea condenado en sus venas; en sus músculos, en sus caderas, en sus piernas, pies y uñas de los pies. Que sea maldito en todas las junturas y articulaciones de su cuerpo. Que desde la parte superior de su cabeza, hasta la planta de los pies, no haya nada bueno en él; que el Hijo de Dios Viviente con toda la gloria de su majestad, lo maldiga; y que el cielo, con todos los poderes que hay en él, se subleven contra él, lo maldigan y lo condenen. Amén. ¡Así sea! Amén”.

Fue enjuiciado, degradado de su carácter sacerdotal y fusilado la mañana del 30 de julio de 1811. Su cabeza junto con la de Allende, Aldama y Jiménez, fueron llevadas a Guanajuato y, encerradas en jaulas de hierro, colgadas en las cuatro esquinas de la Alhóndiga de Granaditas, en donde permanecieron hasta la consumación de la Independencia en 1921.

Hoy sus restos reposan en la Columna de la Independencia (el Ángel de la Independencia) en el Paseo de la Reforma de la Ciudad de México, en donde arde perenemente una lámpara votiva que recuerda el sacrificio de aquellos que dieron sus vidas por la Independencia de su patria.

riosrojo@hotmail.com

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