enero 19, 2010

Haití, un país que a nadie le interesa

LOS POR QUÉ DE UN TERREMOTO QUE ES SOCIAL

Haití se encuentra ante los ojos del mundo en estas horas. Luego de un terrible terremoto que dejó cerca de 150 mil muertos, 250 mil heridos y casi un millón y medio de personas sin vivienda, los saqueos han proliferado por todo el país, ante la desesperación social, particularmente por la falta total de alimentos y agua.
Tuvo que pasar una de las peores desgracias de la historia para que alguien prestara atención a ese olvidado país, donde miles de personas mueren de hambre cada día, sin necesidad de que haya catástrofe natural alguna.
Este pequeño país es visto hoy con elocuente misericordia a nivel internacional por lo que le ha ocurrido, pero ¿puede culparse por la tragedia sólo a las fuerzas de la naturaleza, las cuales parecen haberse ensañado con esa paupérrima nación? ¿Hubiera alcanzado los niveles que alcanzó la misma catástrofe si el mismo terremoto se hubiera dado en países más preparados, como Estados Unidos? Probablemente, no.
Lo que ocurrió en Haití es consecuencia de décadas de corrupción, anarquía y desmanejo político y social. Es el resultado inequívoco de políticas recurrentes de improvisación y falta de anticipación –y preparación- técnica a nivel gubernamental.
Si se hubieran atacado las causas en lugar de remendar las consecuencias, tal vez el daño haitiano sería mucho menor. Si el país hubiera estado eficazmente preparado para situaciones como la acaecida, hoy haría falta mucho menos ayuda humanitaria a nivel internacional.
¿Quién tiene la culpa de que esto sea así? ¿Es sólo responsabilidad de la desprotegida sociedad haitiana?
Para acercarse a la respuesta adecuada, es preciso señalar que, los mismos que hoy se rasgan las vestiduras por lo que sucede en ese país, son los mismos que jamás se preocuparon porque cambiara la coyuntura que le tocaba en suerte a ese mismo pueblo.
Pero… vayamos por partes.
 


Haití es una antigua colonia francesa que se encuentra en el Caribe, en la parte occidental de la isla La Española, limitando al este con República Dominicana. Su área total es de 27.750 km² y su capital es Puerto Príncipe.
Se trata de una república “presidencialista”, con un mandatario elegido popularmente y una Asamblea Nacional. La constitución nacional fue introducida recién en el año 1987 y está basada en los textos de países como Estados Unidos y Francia.
Aunque en la actualidad se encuentra dominada por la pobreza y la anarquía, es dable mencionar que Haití fue la segunda nación americana en declarar su independencia luego del gran país del norte, en el año 1804.
En sentido similar, Haití nació siendo un país de vanguardia, donde por primera vez los esclavos abolieron el sistema que los dominaba de forma autónoma y perdurable en el tiempo, sentando un precedente definitivo para el fin de la esclavitud en el mundo.
Su historia no difiere demasiado de la de otros países que nacieron siendo coloniales y lucharon por su independencia a lo largo de los años. La diferencia es que la historia de Haití conlleva una novelesca trama emancipadora de la mano de François Dominique Toussaint-Louverture, quien entre 1793 y 1802 dirigió una eficiente revolución, enfrentando a españoles, ingleses y franceses, hasta que fue capturado, desterrado y muerto en Francia.
Será Jean Jacques Dessalines quien, en 1803, vencerá definitivamente a la tropas francesas en la épica Batalla de Vertierres y un año más tarde declarará la independencia de Haití, autoproclamándose Emperador.
Todo transcurrirá con relativa normalidad hasta el año 1957, cuando François Duvalier - conocido como Papa Doc- será elegido presidente de esa nación, con fuerte ayuda militar y financiera de Estados Unidos. Serán días de terror y violencia interminable en Haití que terminarán recién en enero de 1986, cuando una insurrección popular obligará a exiliar a su propio hijo, Jean-Claude Duvalier, el continuador de la dictadura de su padre.
A partir de ese momento, habrá sucesivas presidencias y golpes de Estado, sin solución de continuidad. Esta situación llevará a una fuerte crisis interna que culminará en la ocupación del territorio haitiano, en el año 2004, por parte de los "Cascos Azules" de la ONU.
Para entender la desesperación que se vive en estos días en Haití, hay que saber que se trata de un país con la renta per cápita más baja de todo el hemisferio occidental y que el 70% de su población vive en la más extrema pobreza. Los pocos asalariados que allí viven, no llegan a fin de mes con el poco dinero que ganan: con suerte podrán adquirir algo de arroz y otros alimentos básicos, pero deberán subsistir alimentándose de galletas hechas de barro, manteca vegetal y sal, un producto que, si bien es vendido a bajo precio, acarrea secuelas de desnutrición y otros males físicos a aquellos que lo consumen.
A pesar de que Haití recibe anualmente cooperación y ayuda humanitaria por parte de países desarrollados -entre los cuales se puede mencionar a Estados Unidos, Canadá, la Argentina, Brasil, Chile, México, Reino Unido, Colombia y Cuba-, la coyuntura social y económica que vive es un círculo vicioso sostenido por muchas de las naciones que aparentan darle asistencia.
Y ahí es donde aparecen las preguntas más incómodas: ¿interesa la ayuda real para que pueda progresar Haití, más allá del mero asistencialismo?
La realidad indica que gran parte del problema que ostenta dicha nación se ha generado justamente por la dependencia política generada a raíz del asistencialismo referido por parte de importantes países del globo. Tan es así, que la mayoría de los pocos emprendimientos rentables que se llevan adelante en Haití -confección de prendas de vestir, energía sostenible y agroindustria-, son usufructuados por países como Estados Unidos, Canadá y Francia.
¿Por qué lo hacen allí y no en sus propios países? Porque allí pueden pagar sueldos paupérrimos y no tener que enfrentar onerosos costos fiscales.
Allí aparece en escena otro cómplice necesario en esta suerte de asociación ilícita: el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), el cual disfraza de “préstamos blandos” y “donaciones” gran parte de los fondos que se utilizan para que importantes firmas privadas hagan pie en Haití. En septiembre de 2009, por caso, hubo un aporte de $700 millones por parte de esa misma entidad bancaria para supuestos “proyectos de infraestructura básica”.
Mientras esta realidad permanece oculta a ojos de la sociedad, la ONU lanzó en las últimas horas un llamado público para recolectar 560 millones de dólares por parte de la comunidad internacional a efectos de “asistir a las víctimas del terremoto”.
Cuando la tragedia haya pasado y todo vuelva a la normalidad, ¿alguien se acordará de las verdaderas víctimas de Haití? ¿y de sus victimarios?
 


Christian Sanz

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