por Isabel Dorado Auz
Después de una muy cuestionada toma de protesta como presidente constitucional de México, Felipe Calderón y asesores que le acompañan juzgaron conveniente declararle la guerra al narcotráfico para intentar legitimar el fraude del 2006.
Después de 24 mil muertos y una escalada de sucesos trágicos relacionados con el crimen organizado, pareciera que el espurio ya se dio cuenta que la guerra estaba perdida antes de iniciarla y que todos los "esfuerzos" implementados resultaron vanos. Aún así, "nuestro" ilustre presidente ha decidido continuar la guerra, solo que ahora quiere obtener triunfos contundentes y piensa que la mejor manera de lograrlo es aplastando al que considera el mayor enemigo, esto es, el trabajador organizado en sindicatos que no dependen de la vieja estructura priista y cuyos afiliados han presentado una resistencia heroica ante tanto embate gubernamental. Cananea, en Sonora, Pasta de Conchos en Coahuila, y la lucha del SME en el Distrito Federal representan símbolos de insurrección que el espurio no quiere tolerar y, para ello, está haciendo un uso abusivo de las fuerzas armadas para reprimir a quienes intentan defender sus derechos laborales.
El "Domingo Azul" en Cananea y la represión en Pasta de Conchos nos hacen recordar la misma historia que vivieron los compañeros electricistas el año pasado, donde la ineptitud para gobernar queda de manifiesto en ese personaje gris que se ostenta como presidente de la República. La falta de un verdadero liderazgo lo está llevando a actuar visceralmente y se corre el riesgo de que los próximos muertos los ponga ese grupo organizado de trabajadores que se atrevieron a defender sus derechos laborales. Así de peligroso se está volviendo este personaje que se encuentra perdido en su propio laberinto, un personaje que perdió el rumbo y que está convencido que su labor en la vida es propiciar más latrocinios de quienes le hicieron "el favor de apoyarlo" en su "exitosa" campaña presidencial.
Un presidente "secuestrado", atado de pies y manos, recibiendo órdenes de unos cuantos potentados que un día sí, y el otro también, le indican como reprimir a tales o cuales trabajadores; como atropellar a quienes han pretendido hacer esfuerzos ecologistas fuera de los esquemas establecidos por las dos televisoras. Mismo esquema que se repite en varios estados y que va generando el caldo de cultivo necesario para la explosión social. Cuando quieran remediarlo será demasiado tarde y ese odio social que están alentando en forma alarmante terminará en una verdadera guerra civil similar a las desarrolladas en 1810 y 1910.
Han sido muchas las provocaciones desde el poder político en contra de las masas: la tragedia del 2 de Octubre de 1968; el Jueves de corpus sangriento del 10 de Junio de 1971; la guerra sucia de los 70s; los cientos de perredistas asesinados durante el periodo de Salinas de Gortari; la matanza de Aguas Blancas y Acteal; el atropello en contra de los líderes sociales de Atenco; la tragedia en la guardería ABC, el atropello en contra del SME y actualmente en contra de los mineros. Todos constituyen los ejemplos más claros de la guerra declarada por el poder político en contra de quienes son los responsables de la generación de la riqueza en nuestro país y cuya demanda de una mejor calidad de vida ha constituido una ofensa para quienes están acostumbrados a lucrar con el dolor de la gente.
Creo, honestamente, que esta última guerra también está destinada al fracaso. No puede sustentarse ninguna razón de peso para avalar el atropello permanente de los ladrones de cuello blanco en contra de una clase trabajadora que está tomando conciencia de su verdadera condición social. No hay razón para pensar que seguirán robando nuestros bienes nacionales en una emulación dantesca de lo más negro del periodo de Santa Ana.
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