Axel Didriksson / Proceso
MÉXICO, D.F., 17 de septiembre.- La gravedad de la tragedia que se está presentando en el sistema educativo del país, y que entraña una profunda crisis de aprendizajes y conocimientos, es abordada con frivolidad por los encargados de atender el problema, quienes últimamente se hallan envueltos en pleitos eminentemente políticos debido a que México vive una sucesión presidencial adelantada por la incapacidad del Ejecutivo en turno.
Los resultados de los estudios sobre las capacidades y conocimientos de alumnos y maestros, realizados año con año, dan cuenta del sistemático abandono del sector y de la falta de reformas sustanciales, pues aunque ha habido varias modificaciones legislativas, no se han definido programas para acometerlas desde las aulas y las escuelas. La tendencia dominante sigue siendo evaluar por evaluar, controlar recursos y reproducir una visión cortoplacista, que se refleja en el constante cambio de personajes encargados de las distintas Secretarías de Educación, quienes se instalan en ellas con negligencia y baja altura de miras.
El impacto que esto tiene en la sociedad está a la vista: descomposición social, violencia, niños y jóvenes en el abandono escolar, altas tasas de deserción desde la educación básica y media, capacidades medianas o francamente mediocres, y burócratas que pasan de una Secretaría a otra como si pudieran entender cualquier asunto o problema.
Desde la óptica de este tipo de funcionarios, la educación se encuentra reducida a la retórica sobre las tendencias estadísticas, los recursos financieros y las mercancías, cuando el problema es que se trata de personas, de la formación de sus valores, del desarrollo de sus capacidades para construir su futuro social y laboral, y de la perspectiva cultural de su vida. Más grave aún, se está presentando un tipo de educación que tiende a fomentar el miedo, la insatisfacción personal, la represión y la prevención para un eventual estallido social.
Las comparaciones internacionales muestran que el haber incidido de forma sistemática y desde visiones de mediano y largo plazos en reformas educativas sustanciales impacta de manera positiva en la cohesión social y en el mayor desarrollo económico, en una mayor legitimación del Estado y en el fortalecimiento general de las instituciones. (Véase, por ejemplo, el reciente estudio editado por Simon Schwartzman y Cristian Cox, Politicas Educacionais e Coesao Social –una agenda latinoamericana–, Editorial Elsevier, Brasil, 2010.)
Los autores del estudio proponen desarrollar políticas educativas que se concentren en una agenda de transformación de las capacidades relacionadas con los desempeños docentes, los directivos de los centros escolares y el aprendizaje de los alumnos.
De acuerdo con lo que se ha estudiado sobre el sistema educativo, es ya evidente que, en este ámbito, no puede haber improvisados ni tampoco definiciones individuales. Las políticas educativas, o son participativas y llegan a involucrar a los actores directos del proceso, o carecen de sustancia, como ocurre ahora.
septiembre 17, 2010
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