Andrés Manuel López Obrador – V y última
En esta gira por los municipios del país, dediqué tiempo a reflexionar sobre cómo enfrentar los grandes y graves problemas nacionales. Al igual que otros mexicanos, con frecuencia me he preguntado el por qué si México posee importantes recursos naturales, un pasado cultural extraordinario y cuenta con un pueblo bueno, noble y trabajador, como pocos en el mundo, padece de tanto atraso y de una profunda desigualdad social. Desde mi perspectiva, los males que aquejan a la mayoría de los mexicanos y atormentan a la nación, han sido causados por el pequeño grupo que realmente manda y decide sobre los asuntos públicos del país, que se ha apoderado de todo: de las instituciones políticas del Estado, de los bienes nacionales y del presupuesto público. En esto radica que, con una naturaleza pródiga y con un pueblo excepcional, se sufra de un proceso de degradación progresiva.
En nuestro país existe una República aparente, simulada, falsa; hay poderes constitucionales, pero en los hechos un grupo ha confiscado todos los poderes. Esta especie de gobierno mafioso o de dictadura encubierta no sólo ha nulificado la vida democrática, sino que ha causado una infame e inmoral desigualdad económica y social. Basta un dato revelador y contundente: en 1987, cuando se desataron las privatizaciones, en la lista de la revista Forbes, donde aparecen los hombres más ricos del mundo, sólo había un mexicano con mil millones de dólares. Al finalizar el gobierno de Salinas, seis años después, ya eran 22. Y el año pasado, los diez más ricos de México acumulaban 100 mil millones de dólares, mientras la mayoría del pueblo ha sido condenada al destierro y a la sobrevivencia. Es claro pues que más allá del discurso neoliberal, el principal propósito de los potentados ha sido el pillaje, el vandalismo, el descarado traslado de dominio de bienes del pueblo a particulares. Ésta es la cruda y amarga realidad: la riqueza de unos pocos se ha edificado sobre el sufrimiento y la desgracia de la inmensa mayoría de los mexicanos.
Y como es evidente, el país ya no soporta más de lo mismo, se requiere un cambio profundo. Sin embargo, todo indica que quienes se sienten amos y señores de México no quieren ceder en nada. Por el contrario, están obcecados en continuar con el saqueo, aunque terminen de destruir a México. Se atienen a que también son dueños o controlan la mayoría de los medios de comunicación y creen que pueden seguir administrando la ignorancia y manipulando impunemente. Pasan por alto que, como decía Abraham Lincoln, al pueblo se le puede engañar una vez, dos veces, pero no se le puede engañar toda la vida.
Cada vez estoy más convencido que la regeneración tendrá que venir desde abajo y con el impulso de la gente, que sólo así se podrá establecer un gobierno verdaderamente del pueblo, donde el interés general esté por encima de ambiciones personales y de grupos. También creo que el proyecto para la transformación del país, debe girar alrededor de cuatro ideas fundamentales: rescatar a las instituciones políticas del Estado; cambiar el modelo económico; moralizar al gobierno; y crear una nueva corriente de pensamiento.
Rescatar a las instituciones políticas del Estado.
No se logrará ningún cambio si los poderes de la Unión y las instituciones públicas continúan al servicio de unos cuantos. Reitero mi concepción esencial: el Estado se encuentra secuestrado por una minoría y esta es la causa principal del desastre nacional. Por eso lo primero debe ser recuperar democráticamente al Estado y convertirlo en el promotor del desarrollo político, económico y social del país. Hay que desechar el engaño de que para crecer, el Estado debe diluirse o subordinarse en beneficio de las fuerzas del mercado. El Estado no puede eludir su responsabilidad pública, ni económica ni social. Su razón de ser es garantizar a todos los ciudadanos una vida digna y justa, con seguridad y bienestar; y su función básica es evitar que los pocos que tienen mucho abusen de los muchos que tienen poco.
Cambiar el modelo económico
Es indispensable eliminar la actual política económica que ni en términos cuantitativos ha dado resultados. México es uno de los países del mundo que menos ha crecido en los últimos años. La nueva política económica tiene que ser conducida por el Estado. Debe impedirse la injerencia de gobiernos extranjeros y de organismos financieros internacionales. En los últimos 26 años ni siquiera se han elaborado planes de desarrollo en el país, todo se ha hecho a partir de recomendaciones y recetas dictadas desde el exterior. El Estado debe recuperar su facultad para planear el desarrollo de acuerdo al interés nacional.
Entre otras cosas, es fundamental rescatar al campo y al sector energético. Desde 1983, se dejó sin apoyo a los productores agropecuarios y se optó absurdamente por comprar los alimentos que consumimos en el extranjero. Y ahora, en consecuencia, hay tierras ociosas, potreros abandonados, se ha despoblado el medio rural y millones de campesinos han tenido que emigrar. En cuanto al sector energético, todo se ha centrado en la sobreexplotación de los yacimientos petroleros para exportar materia prima, petróleo crudo, y comprar afuera gasolinas, diesel, gas y productos petroquímicos. Todo ello porque se descuidó deliberadamente la industria petrolera para poder privatizarla. Tanto para la importación de alimentos, como para la compra de productos derivados del petróleo, el año pasado se destinaron 75 mil millones de dólares, lo que ha llevado a incrementar, cada vez más, el déficit comercial. En otras palabras, se ha dejado pasar la oportunidad de aprovechar el potencial del campo y del sector energético, que podrían ser los pilares del desarrollo del país y las fuentes principales de crecimiento, empleo y bienestar de la población.
Moralizar al gobierno
Es necesario cambiar la forma de hacer política. Este noble oficio se ha pervertido por completo. Hoy la política es sinónimo de engaño, arreglos cupulares y corrupción. Los legisladores, líderes y funcionarios públicos están alejados de los sentimientos del pueblo; sigue prevaleciendo la idea de que la política es cosa de los políticos y no asunto de todos. Este desprecio por la gente no es más que el reflejo de la falta de convicciones y principios. Por eso quienes se dediquen al quehacer público, deben tener ideales y entender la política como imperativo ético y servicio a la comunidad. Para ello no necesariamente hay que convertirnos en teóricos de la política, sino estar dispuestos a aprender y a poner en práctica lecciones sencillas de dignidad, congruencia, honestidad y amor al pueblo. Y siempre he creído que la enseñanza mayor está en la historia de nuestro país. Qué más digno para un mexicano, que seguir el ejemplo de Hidalgo, Morelos, Juárez, Madero, Villa, Zapata, Flores Magón y el general Lázaro Cárdenas.
En la actualidad la llamada clase política se distingue por el cinismo: ministros de la Corte, diputados, senadores, gobernadores y funcionarios públicos del más alto nivel, independientemente de que incurren con frecuencia en actos de corrupción, cobran sueldos elevadísimos y son de los mejores pagados del mundo; tienen atención médica privada, cajas de ahorro especiales y gozan de muchos otros privilegios que resultan ofensivos, sobre todo en épocas en que la gente padece por la crisis económica y la falta de bienestar social.
En pocas palabras: le cuesta mucho al pueblo mantener al gobierno. Y ante ello, no hay más que hacer valer la política de austeridad republicana, el ejemplo de Juárez y los liberales: el apego al principio de la justa medianía en que deben vivir los servidores públicos. Y a partir de esta idea, debe revisarse todo el funcionamiento del gobierno. La austeridad no sólo es un asunto administrativo, sino de principios; la austeridad significa rigor y eficiencia, pero también justicia. No es aceptable un gobierno rico con un pueblo pobre.
Crear una nueva corriente de pensamiento
La transformación que necesita el país no sólo debe tener como propósito alcanzar el crecimiento económico, la democracia, el desarrollo y el bienestar. Implica también y sobre todo, cristalizar una nueva corriente de pensamiento sustentada en la cultura de nuestro pueblo, en su vocación de trabajo y en su inmensa bondad; añadiendo valores como el de la tolerancia, el respeto a la diversidad y la protección al medio ambiente. Hay que alentar un pensamiento que ayude a impedir el predominio del dinero, del engaño, de la corrupción y del afán de lucro, sobre la dignidad, la verdad, la moral y el amor al prójimo.
Sólo así podremos hacer frente a la mancha negra de individualismo, codicia, y odio que se viene extendiendo cada vez más, y que nos ha llevado a la degradación como sociedad y como nación. No olvidemos que el actual modelo no sólo ha cancelado el futuro de millones de mexicanos que carecen de empleo y de bienestar, sino que alienta como opción casi exclusiva lo material y lo superfluo, al grado de que sólo vale el que tiene y el que pertenece al mundo de las buenas camionetas, "el mueble", la troca, la Hummer, "la cheyenne apá", las joyas, la ropa de marca, el lujo barato. Y en mucho a ello se debe que quienes no encuentran oportunidades educativas o laborales, elijan como salida las conductas antisociales.
Aquí también es necesario apuntar lo irresponsable que ha sido dejar de impulsar la educación pública, sobre todo en el nivel medio superior y universitario. En los últimos tiempos, la política educativa impuesta por la derecha ha propiciado el rechazo de miles de jóvenes que intentan ingresar a las universidades, con el pretexto de que no pasan el examen de admisión, cuando lo cierto es que las universidades públicas no tienen espacios por falta de presupuesto. Por eso una meta justa y razonable, es abrir las puertas de la educación a todos los jóvenes, es decir, cero rechazos, cien por ciento de cobertura. La escuela no sólo enseña sobre temas técnicos, filosóficos o científicos; es un espacio para la convivencia con otros jóvenes y con maestros que transmiten conocimientos para la vida. Me apego al dicho popular, es mejor que estén los muchachos en la escuela que en la calle.
De modo que es indispensable elaborar textos básicos sobre la creación de una nueva corriente de pensamiento y, al mismo tiempo, definir estrategias, objetivos y metas para evitar caer en la improvisación y echar a perder algo tan importante y verdaderamente transformador.
Estoy optimista
No podremos frenar la degradación que se padece actualmente en el país y darle una nueva viabilidad a la nación, si no llevamos a cabo una verdadera transformación en todos los órdenes de la vida pública.
La renovación tendrá que darse de abajo hacia arriba, a partir de una revolución de las conciencias, de un cambio de mentalidades, con la organización y con la participación de la gente. Con estas ideas realicé la gira por el país y, entre otros resultados, pudimos contar con la adhesión de dos millones doscientos mil ciudadanos que se inscribieron como representantes del Gobierno Legítimo y asumieron su compromiso de luchar por la transformación de México. Además, ya estamos por terminar de constituir comités en todos los municipios, y en pocos días, entrarán en acción 15 mil cuadros dirigentes a lo largo y ancho del territorio nacional.
La verdad es que estoy optimista, sobre todo porque no me siento solo, me han acompañado en la conducción de este proceso millones de mexicanos, mujeres y hombres libres y concientes. En mi recorrido constaté que hay una inquebrantable fe en la causa que defendemos. Por eso tengamos confianza, nunca en la historia del país ha existido tanta gente conciente y dispuesta a luchar por la renovación de México. Pronto, muy pronto, crearemos una nueva República, más justa, más humana y más igualitaria.
marzo 13, 2009
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