Sergio Aguayo Quezada
Este miércoles la Comisión Permanente del Congreso nombrará, con los votos del PAN y el PRI, a Eduardo Sojo de una manera que le permita ser designado como nuevo presidente del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI). En ningún momento se preocuparon por poner los candados que garantizaran la credibilidad del estratégico Censo del 2010.
Con la Revolución Francesa se consolidó la idea de que los monarcas impuestos por voluntad divina serían sustituidos por gobernantes elegidos que tomarían sus decisiones sobre el conocimiento científico. Han pasado más de dos siglos desde aquel parteaguas y en todos los países subsiste, en mayor o menor medida, la irracionalidad de los gobernantes. Y quienes lo duden recuerden los años de Vicente Fox y George W. Bush.
Los políticos y gobernantes mexicanos siempre se han distinguido por su indiferencia hacia el conocimiento especializado. El grueso de quienes gobiernan consideran que la función de los científicos e intelectuales es platicar cosas interesantes a la hora de los postres. La indiferencia hacia lo racional viene de una visión patrimonialista del cargo, de la inseguridad que sienten ante personas con mejor formación y de que prefieren gobernar con gente como ellos.
Esto ha ido modificándose aunque a una lentitud exasperante. Uno de los casos de éxito más notables es el INEGI, la institución de Estado encargada de generar cifras confiables. Su función es indispensable en un país todavía inmerso en las ambigüedades del "mucho", del "más o menos" o del "de alguna manera". Las publicaciones y la página del INEGI se han convertido en instrumentos indispensables para entender lo que es y no es México. Y una de sus tareas más importantes es levantar el Censo General de Población y Vivienda los años que empiezan con cero (el próximo es el 2010). Mientras que las encuestas son estimaciones, el Censo es una certidumbre... cuando está bien hecho.
La elaboración del Censo es una operación bastante más complicada y laboriosa que la organización de una elección federal. México tiene un buen historial y es el único país de América Latina que los ha hecho de manera ininterrumpida desde 1900. Existen, por supuesto, fiascos como el Censo de 1980 cuya confiabilidad quedó tan en entredicho que algunos especialistas prefieren brincárselo. Su prestigio de Censo Maldito vino, al menos en parte, de decisiones políticas tomadas durante el frívolo sexenio de José López Portillo. En todo caso su utilidad es enorme; por ejemplo, el número de habitantes es la base de la cual depende la transferencia de recursos federales a estados y municipios.
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Este año se promulgó una ley que transforma al INEGI en un organismo de Estado con plena autonomía. Como sucede con mayor frecuencia de lo deseable, la legislación tiene huecos que, cuando se combinan con decisiones políticas, ponen en riesgo la confiabilidad del próximo Censo. El legislador olvidó que el Censo se levantará en el 2010 e incluyó la obligación de nombrar ahora al nuevo presidente del organismo para un plazo que terminará el ¡31 de diciembre del 2009! Sigue entonces que Eduardo Sojo durará poco más de un año en el cargo, salvo que ya le hayan aprobado otro periodo (aspecto sin esclarecer al momento de terminar esta columna).
Como sabemos, Felipe Calderón decidió pagar una deuda política postulando a Sojo para el INEGI después de darle las gracias por sus servicios como primer secretario de Economía. Sojo tiene una buena formación técnica pero su única experiencia en el INEGI viene de haber sido empleado de bajo nivel en esa institución entre 1979 y 1982 (los años del Censo Maldito). Es probable que realice un buen trabajo pero resulta irracional que los legisladores del PAN y el PRI no pusieran candados que eviten riesgos a la confiabilidad de un Censo tan estratégico. Sobre todo porque siguen imperando usos y costumbres tan arraigados como el del muégano: nuestros políticos cargan con "su gente" por todos lados. Los resultados pueden ser desastrosos.
Tomemos como ejemplo las tribulaciones del también estratégico Consejo Nacional de Población (Conapo). Cuando Francisco Ramírez Acuña pasó por Bucareli invitó a dirigirlo a Elena Zúñiga, una demógrafa profesional altamente reconocida. Cuando lo sustituyó el Señor de los Contratos, Juan Camilo Mouriño, llegó de subsecretaria Ana Teresa Aranda, una política y funcionaria de fiera militancia panista y levísima educación formal. Muy poco tiempo después Ana Teresa eligió una excusa ridícula para librarse de Elena Zúñiga y la sustituyó con una "gente suya". El nuevo director de Conapo es Félix Vélez, quien llegó con la fama de dormirse en las reuniones y con un enorme hueco en sus conocimientos de demografía.
Este miércoles una mayoría de la Comisión Permanente aprobará a Eduardo Sojo, quien rendirá protesta a los pocos minutos. Los votos ya fueron negociados y están amarrados. Lo único que queda es confiar en que Sojo mantendrá el prestigio alcanzado por el INEGI y que "su gente" no alterará de manera excesiva los preparativos para el levantamiento del Censo del 2010. Una vez más el Legislativo mostró su descuido a la hora de proteger instituciones y el bien común. En cuanto a Felipe Calderón los casos del Conapo y el INEGI demuestran que poco sirvió la maestría en administración pública que obtuvo en Harvard; en su gobierno sobrevive el menosprecio hacia el conocimiento especializado.
2 .- La Miscelánea
La relevancia que tienen las cifras de un INEGI confiable se relaciona con la desconfianza frente a un buen número de indicadores numéricos. El Hotel Quinta
Real de Zacatecas presume de estar en el Olimpo de la calidad porque dice tener cuatro diamantes y cinco estrellas. El lugar es espectacular pero el servicio puede ser infame, la comida mediocre, las tortillas tibias y quebradizas, y los precios altísimos. En ese lugar rematamos una veintena de participantes en un foro sobre transparencia organizado por la contraloría de aquella entidad. Deseábamos celebrar y del hotel salió un entripado de cinco estrellas. El desorden en el otorgamiento de diamantes y estrellas es tan monumental que la Secretaría de Turismo ya se dio por vencida y entregó la tarea de certificación a una empresa privada. ¿Y quién protege a los consumidores encandilados por el espejismo de supuestos diamantes y estrellas?
Agradezco las recomendaciones e información proporcionada por la doctora Beatriz Figueroa, demógrafa de El Colegio de México.
Correo electrónico: saguayo@colmex.mx
agosto 27, 2008
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