JOSÉ ANTONIO CRESPO
HORIZONTE POLÍTICO
La tendencia a la baja en materia de abstencionismo se detuvo el 5 de julio, e incluso se revirtió en 3 puntos porcentuales respecto de 2003. Con todo, los niveles de participación siguen siendo bajos, no sólo en los comicios intermedios, sino incluso en los presidenciales. Y esa tendencia inicia justo desde que tenemos un sistema electoral competitivo, lo que no deja de ser paradójico. Los defensores del statu quo suelen minimizar el elevado abstencionismo recurriendo a información sesgada. Por ejemplo, en 2006, para imprimirle a los comicios mayor legitimidad de la que tuvieron, se decía que habían sido “las elecciones más concurridas de la historia”. Nada más falso; han sido las de más baja participación desde 1994, cuando se registró un 78 % de participación. En 2000, inició la pendiente a la baja, pues asistió a las urnas un 64 % del electorado; y en 2006, “las más concurridas de la historia”, concurrió el 58 % de los votantes.
En los comicios celebrados hace dos semanas se empezaba a decir, aún antes de la jornada electoral, que los intermedios suelen ser de participación reducida. No ha sido así siempre. Eso ocurrió en 2003 (41 %), pero no antes. En 1991, cuando se inauguró el IFE, la participación fue de 66 %; seis años después todavía una mayoría concurrió a las urnas; 57 %. Entonces no se sostiene que los comicios intermedios “siempre registran baja participación”. El desencanto democrático seguramente explica en buena medida la caída en la asistencia. También se ha dicho que no debiera acongojarnos nuestra baja participación en estos comicios, pues en las del Parlamento Europeo de hace unas semanas se registró también una asistencia por debajo del 50 %. De nuevo, se trata de ilusionismo, pues en los comicios nacionales de los países europeos (es decir, para elegir a su respectivo parlamento y, por ende, jefe de gobierno), los niveles de participación son particularmente elevados: el promedio de participación electoral desde la segunda posguerra es, en Bélgica de 92 % seguido por Austria (91 %), Italia (90 %), Islandia (89 %), Holanda (87 %), Suecia y Dinamarca (86 %), Alemania (85 %), Francia (82 %), Noruega (80 %), Finlandia (76 %), Irlanda (72 %), y Gran Bretaña (74 %). ¿Son comparables esas cifras al 56 % de concurrencia electoral en México, en 2006? Evidentemente no.
Para entender el fenómeno pueden ayudar mucho las razones de quienes decidieron no ir a votar en esta ocasión. A ello aporta, por ejemplo, la encuesta de salida de Gea-Isa. Por razones técnicas (perder la credencial, vivir en otro rumbo de la casilla correspondiente, etc.), dijeron haberse abstenido 29 %; por indiferencia (nunca vota, no tuvo tiempo, etcétera) 44 %, y por protesta política (rechazo a partidos, las elecciones no sirven y demás) 19 %. De este segmento provinieron probablemente los siete millones de electores que dejaron de votar respecto de 2006. Viene luego el perfil: el abstencionista tipo es un hombre en sus treintas, que llegó a la preparatoria. Políticamente, desaprueba la actuación del actual gobierno, no cree que las autoridades electorales garanticen la limpieza electoral ni que los resultados sean respetados (actitud, probablemente, derivada del proceso de 2006), piensa que los partidos no lo representan en absoluto, ni cree que éstos defiendan los intereses sociales. Además, y lógicamente, está insatisfecho con la democracia mexicana. Por supuesto que no le interesaron las campañas, ni piensa que en los mensajes partidarios hubiera información valiosa, además de percibir la propaganda como peor que la de hace tres años. No se siente afectado por la crisis económica ni ha perdido el empleo (lo cual lo ubica en un sector social acomodado).
Al preguntarle a los abstencionistas con qué corriente política se identifican, vino el PRD en primer lugar, y en seguida el PAN (ambos partidos perdieron diez millones respecto de 2006). Pero también el 23 % se dijo propenso a anular el voto, con lo que se confirma lo advertido por los encuestadores; que así como quienes dicen que votarán por algún partido, a la hora de la verdad no todos lo concretan en la urna, menos aún en el caso de los anulistas (pues el valor de ese sufragio es esencialmente político más que jurídico). Pese a ello, un millón 700 mil electores decidieron asistir a la urna y anular su voto como protesta (según se infiere de la encuesta de salida del Gabinete de Comunicación Estratégica), es decir, alrededor de 90 % del total de votos nulos (equivalente al 5 % del total de votos emitidos, no el 2 %, como se calculó inicialmente, lo que sugiere que de los votos anulados en comicios previos, muchos pudieron haberlo sido también como protesta y no por error). La votación anulada por protesta fue superior a la de cuatro partidos. Además, el perfil político del anulista se asemeja a la del abstencionista típico (alejamiento respecto de los partidos, mala evaluación del gobierno, desconfianza hacia las autoridades electorales y muestra insatisfacción con la democracia mexicana). Lo cual lleva a inferir que la mayor parte de anulistas no provino de electores partidistas indecisos, sino de quienes previamente habían decidido no votar por nadie. Finalmente ¿tuvo algo que ver la inseguridad con la abstención? Las localidades de menor concurrencia electoral parecen también las más golpeadas por la guerra contra el narco; Baja California 31.2%, Chihuahua 32.4, Guerrero 32.6 y Michoacán 33.4 por ciento. Y todavía más baja concurrencia hubo en los dos distritos de Ciudad Juárez, convertida hoy en un infierno de narco-violencia; 26.1% y 26.3%, respectivamente. No parece casual. Así pues, más vale entender cabalmente el fenómeno de la abstención y del voto nulo en lugar de buscar pretextos y argumentos falaces para minimizar su importancia.
20 de Julio/2000
julio 20, 2009
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