Alejandro Encinas
22 de noviembre de 2008
A lo largo de la campaña por el PRD sostuve que el partido debía ratificarse como un partido de izquierda con independencia y autonomía del poder público y de los poderes fácticos, teniendo como prioridades el combate a la exclusión y la desigualdad, la democratización del país y la construcción de un modelo de desarrollo alternativo a las políticas neoliberales.
Señalé que se debía capitalizar la fuerza que representan su posicionamiento electoral y los gobiernos que encabeza, y asumirse como un partido capaz de consolidar un nueva mayoría que conduzca al país, lo que exigía de una renovación de su vida interna.
Insistí en la necesidad de erradicar la militancia corporativa para dar lugar a la militancia partidaria, contar con elecciones limpias y eliminar las prácticas que conculcan los derechos de los militantes. Propuse que nuestras alianzas debían entenderse como un medio legítimo para ganar posiciones políticas, y fundarse en coincidencias que permitan avances democráticos. Que de nada sirven alianzas que ven al partido como franquicia o con quienes no existe más coincidencia que la circunstancia.
En síntesis, propuse un partido con valores y principios, que sea un claro contrapeso a la derecha y contrapunto a la lógica de acumulación y exclusión del actual sistema.
El proceso electoral que vivimos nos condujo a una de nuestras mayores crisis; prevalecieron prácticas que antes combatíamos: clientelismo, corporativismo, acuerdos con las distintas formas de poder y aun el fraude en casa, que han roto las normas mínimas de respeto y convivencia interna.
A ello se suma la inadmisible intervención del TEPJF, que al revocar la nulidad de la elección interna vulnera nuestra autonomía e independencia. Es un golpe desde el poder que legaliza las prácticas fraudulentas que se presentaron y pretende incidir en el futuro político del PRD y de la verdadera oposición de izquierda. Esta situación es consecuencia además de la incapacidad del propio partido para garantizar un ejercicio democrático y sancionar las conductas ilegales, de la falta de ética en los órganos encargados de garantizar la legalidad interna.
La legitimidad de una dirección la debe otorgar el voto libre de los miembros del partido; pretender una legitimidad desde un órgano del Estado y que sea éste el que defina a su dirigencia resulta lamentable para un partido cuyo origen es la lucha democrática y el respeto al voto. El país atraviesa por una situación que reclama una izquierda fuerte, que enfrente a la derecha que mal conduce a la sociedad, lo que requiere la unidad de las fuerzas democráticas para frenar la crisis y atender los problemas de pobreza, inseguridad y convivencia social en México.
Por ello, no nos vamos del PRD. Porque este es nuestro partido, el que fundamos tras muchas generaciones por la unificación de la izquierda. Porque por el PRD ofrendaron su vida más de 600 compañeros con quienes sería una deslealtad abandonar el proyecto por el que lucharon. No rompemos por corresponsabilidad con los gobiernos que encabezamos; nuestra salida dañaría su gestión y su futuro. Somos mayoría y no les vamos a dejar el partido a quienes se han enquistado en su burocracia; lejos de abandonar la trinchera vamos a dar la pelea desde dentro.
Pero renuncio a ocupar la secretaría general porque no puedo aceptar la injerencia del Estado en la vida interna del PRD, menos aún en la definición de su dirigencia, y porque no puedo convalidar, aceptando el cargo, simulando que no pasó nada, prácticas que hacen que sea más rentable violar la ley que cumplirla, y que las acciones fraudulentas de quienes las hayan cometido queden impunes.
aencinas@economia.unam.mx
Profesor de la Facultad de Economía de la UNAM
noviembre 22, 2008
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