CIMAC
Aún no amanece, el cielo conserva la tonalidad negra en la cual se enmarca la luna. Pueblos y colonias de los alrededores de Tehuacán, Puebla -cuna del maíz- comienzan a cobrar vida, relatan Leonardo Bastida y Lucía Sánchez en un texto de la Agencia NotieSe realizado en esa localidad.
Un sinfín de personas con manos y brazos teñidos de azul abordan autobuses que las conducirán a las distintas plantas maquiladoras de textiles establecidas en la región. Su función: lograr la producción completa, que consiste en diferentes "tareas" para la elaboración de mil quinientos a tres mil pantalones de mezclilla. Su objetivo: obtener el sábado al mediodía un pago máximo de 800 pesos o, en caso de no haber finalizado las tareas, de entre 400 y 550 pesos.
Desde hace más de dos décadas, Tehuacán se convirtió en uno de los principales sitios para la maquila textil enfocada a la confección de prendas de mezclilla. La abundancia de manantiales, hoy teñidos del azul de la mezclilla, convirtió a este lugar en el sitio perfecto para la fabricación de ropa confeccionada con esta tela, lo cual hizo de esta ciudad "la capital mundial de la mezclilla".
De acuerdo con el Censo Económico de Tehuacán se pueden llegar a producir hasta 50 millones de prendas mensuales en la localidad, en un total de 248 maquiladoras, aunque se calcula que en realidad son 700. En ellas, el 80 por ciento del producto es para exportación, principalmente para marcas como Guess, Levi's, Wrangler, y Tommy Hilfiger, entre otras.
Emilienne de León, directora ejecutiva de la Sociedad Mexicana Pro Derechos de la Mujer, organización que ayuda a las agrupaciones de trabajadoras de la maquila a reivindicar sus derechos laborales, explicó: "La maquiladora surge para detener la mano de obra laboral en México y a partir del Plan Puebla-Panamá funge el papel de sustitución; en lugar de promover una industria nacional y arraigarse, es volátil".
Sin embargo, acotó: "Estas empresas han insertado a una gran cantidad de mujeres a la vida laboral, mas no hay políticas públicas que vayan generando mejores condiciones para las mujeres cuando se insertan en el mercado laboral".
Aguantar un pantalón de mezclilla
Conseguir empleo en estos lugares es sencillo, la voz popular indica que el requisito indispensable es aguantar el peso de un pantalón de mezclilla dentro de la línea, por lo cual una persona de 11 años puede obtener el trabajo.
La industria maquiladora recurre a la contratación de menores de edad. Si bien las maquilas de mayor tamaño se han adherido de acuerdo a sus intereses a las leyes de trabajo, existen alrededor de ellas un sinfín de maquilas pequeñas que violan dicha legislación, así como las leyes de seguridad y no ofrecen el mínimo respeto a los derechos de las y los trabajadores.
En el caso de Juana, su ingreso a la pequeña maquila donde labora actualmente fue más sencillo debido a que no tuvo que someterse a una prueba de embarazo, como en Navarra donde era "obligatoria".
"Me pusieron a prueba. Tenía que entregar 150 pantalones en dos horas. Logré 140 y repuse después los otros 10", menciona esta trabajadora de la industria maquiladora desde hace más de 20 años y desempleada. Tras el cierre de Vaqueros Navarra, recurrió a una de las tantas maquiladoras pequeñas de Tehuacán con el fin de poder mantener a sus cinco hijos, aunque las condiciones de trabajo son inadecuadas, explica.
"(En las maquiladoras pequeñas) siempre se carece de seguro y de cosas. Te salen con que no hay dinero aunque haya producción. Nos dicen 'te vamos a dar 800', pero llegando el sábado nos dan 400. ¿Qué hace uno? Uno que tiene hijos siempre le esperan ver llegar con algo".
Las dos décadas de trabajo en las líneas de la maquila han provocado merma en su salud. "Ahorita tengo artritis, hago un gran esfuerzo pero realmente sí me duelen mucho las manos, pero uno tiene que trabajar con el dolor ahí."
Sus niños continúan jugando en el patio mientras Juana elabora las tortillas que venderá al otro día en algún mercado cercano para complementar sus ingresos, ya que esta semana ella fue de los 30 obreros que no recibió paga a falta de raya.
Acoso sexual
"Una vez el encargado me llamó y me dijo: "Sí te voy a dar unos pesos más si sales conmigo", platica Lupita. "Como no acepté me dejaba hasta más tarde o me exigía más, buscaba algo para molestarme hasta que me despidió. Así fueron tres meses, de diario. A las que le gustábamos nos dejaba hasta más tarde o hasta el último, que porque teníamos que producir más.
"Después de eso fui al área de recursos humanos, me dijeron: 'Usted tiene la culpa porque lo provoca y por eso es que hace eso el señor, no es la única, hay muchas mujeres que hacen eso con él'", continúa Lupita.
"Me obligaron a firmar un papel donde decía que yo me iba por mi voluntad. Como yo no les quise firmar me tuvieron encerrada casi todo el día", menciona mientras carga a su hijo más pequeño que lloraba en el fondo del cuarto.
Originaria de Caltepec, Puebla, Lupita trabajó por nueve años en Tarrant, Eslava y Vaqueros Navarra, hasta el cierre de esta última. Sin embargo, el acoso sexual no fue el único suceso desagradable que recuerda de esa época.
"Por estar embarazada no es fácil conseguir trabajo. Si tiene uno ya el trabajo, (el embarazo) puede ser motivo para que te despidan. Cuando yo estaba embarazada el encargado me decía que ya no servía, que para qué me había buscado un hijo, que si ya no podía trabajar me fuera, pero que no lo molestara con los permisos", cuenta Lupita, quien en su primer embarazo laboró hasta 15 días antes de dar a luz.
Sin percibir los 600 a 700 pesos semanales que ganaba en la maquila, actualmente Lupita pasa el día completo con sus hijos, en espera de que la situación económica no la orille una vez más a regresar a las líneas de ensamblado.
Me duelen las manos
"Me lastimé los dedos, uno de ellos está chueco porque me piqué con la máquina. Como se calentaban mucho las manos, cuando me las lavaba se me entumían y me dolían", relata Rita, ex obrera de diversas maquilas de la región, oriunda de un pueblo cercano y hablante nativa de náhuatl.
"Todo el aire levantaba mucha pelusa, la respirabas y se te metía en los ojos. No usábamos cubrebocas ni lentes. Como al año de haber salido de la maquila yo aún seguía sacando restos de pelusa por la nariz", narra Rita.
Tras conocer sus derechos laborales, la vida de Rita cambió sustancialmente. "(Cuando trabajaba en maquilas chicas) no respetaban las leyes de trabajo porque no sabíamos de nuestros derechos. En estas maquilas ni te enteras de qué prestaciones tienes como trabajador", comenta.
Al informarse y adherirse a grupos que le mantenían actualizada sobre lo que podía exigir en la nave donde laboraba, sucedió lo inevitable. "Sabemos que andas con los de la Comisión, no queremos que nos vengas a afectar la producción. Platicas mucho con la gente y no queremos problemas. Te pagamos tu semana completa pero vete, no queremos saber nada de ti", fue lo que dijeron a Rita los supervisores de la maquila en la que trabajaba.
Tras ser incluida en la denominada "lista negra", la cual contiene el nombre de trabajadores que han exigido respeto a sus derechos o se han involucrado en conflictos como los de Vaqueros Navarra, Rita pasa los días informando a sus compañeras que no tienen por qué trabajar los domingos u horas extras sin paga y que deben hacer válidas sus incapacidades del Seguro Social, entre otras cosas.
Sentada en una banca del jardín central de Tehuacán, espera que se entienda que la búsqueda del cumplimiento de derechos laborales no implica el cierre de las plantas. "Queremos una fuente digna de empleo y que se nos respete como seres humanos", concluye con una sonrisa.
Acoso laboral
"Me decían que yo era una inútil, una estúpida. Me regañaban, me insultaban; una vez me dijeron 'vieja chancluda, vete a tu lugar'", cuenta Carmen, quien hasta el cierre de Vaqueros Navarra había trabajado por más de 15 años en maquilas.
"Me dolía mucho la pierna izquierda, fui al Seguro y me dieron incapacidad de una semana. Me inyectaban, me sentía mejor y el encargado me mandó llamar porque me iban a dar lo del Seguro y lo de la empresa; no me dieron nada. Todas las incapacidades que tuve, yo las trabajaba", narra mientras cuida a uno de sus sobrinos.
Para no ver sus ingresos disminuidos, Carmen, igual que muchas otras trabajadoras, cedían a las medidas que tomaban los encargados: "Con tal de que me dieran un buen sueldo yo sacaba de más. Me decían que me iban a pagar otro peso más. Yo sacaba mi tarea temprano, a las 4, pero no me dejaban salir".
Los 680 pesos que recibía Carmen por su semana de trabajo eran insuficientes. "Trabajaba uno de lunes a sábado. El sábado llegaba yo (de la maquila), me iba al molino y me ponía a echar tortillas para ir a vender a La Purísima".
Para Carmen, el bienestar de sus hijos era lo más importante y lo que la motivó a incorporarse a la maquila fue eso: "Me metí a la maquila porque ya no alcanzaba el dinero", concluye mientras lleva a su sobrino en la espalda y carga las tortillas que venderá en alguna plaza cercana a Tehuacán.
Espacio público y explotación
Testimonios como el de Juana indican la realidad de estas mujeres. "Con tal de que a uno le den el trabajo, pues sí acepta", menciona Juana. Carmen coincide: "Sí pienso regresar; me acostumbré a tener mi dinero de un jalón".
María del Carmen Morales, de la Sociedad Mexicana Pro Derecho de la Mujer, explica: "Su situación, igual que la de muchas mujeres responde a que la maquila otorga, aunque no lo respete, Seguro Social, salario y horario. Las maquilas les dan a las mujeres una condición de trabajadoras y una oportunidad de salir a un espacio público que les otorga otro estatus social".
Por este motivo, ante la ausencia de un esposo, la necesidad de la manutención de los hijos, el encabezar una familia o como complemento de los ingresos de su hogar la maquila representa una opción económica para muchos hogares.
"La maquila es una opción, no queremos que se cierre, queremos que se respeten nuestros derechos y podamos vivir dignamente con nuestros salarios", concluye Rita mientras decenas de trabajadoras salen de paseo al jardín central de Tehuacán tras seis días de ardua labor, concluye el texto de Leonardo Bastida y Lucía Sánchez.
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