Immanuel Wallerstein
En 1999, dí una conferencia sobre la actual política de izquierda en el Caucus for a New Political Science (2), en la que resumí la situación actual de la izquierda mundial de la siguiente forma:
1) Tras 500 años de existencia, el sistema capitalista mundial está, por primera vez, en una verdadera crisis sistémica, y nos encontramos en una época de transición.
2) La salida a esta situación es intrínsecamente indeterminada, pero, no obstante, por primera vez en 500 años existe una verdadera perspectiva de cambio fundamental, que puede ser progresivo, pero no necesariamente.
3) En esta coyuntura, el principal problema para la izquierda mundial es que la estrategia para la transformación del mundo, desarrollada en el siglo XIX, está hecha trizas, y, por consiguiente, se actúa con inseguridad y debilidad en el marco de un generalizado estado de depresión.
Tomaré estas tres afirmaciones como supuestos que no puedo argumentar aquí, aunque ya lo he hecho de forma extensa en otro lugar (3), y me centraré en sus implicaciones para una estrategia de izquierdas durante los próximos 10-20 años. La primera implicación es que no hemos sido derrotados globalmente. El derrumbe de la Unión Soviética no fue un desastre para la izquierda mundial. Ni siquiera estoy seguro de que pueda considerarse un revés.
No sólo nos liberó de forma colectiva del respetuoso temor hacia la estrategia y la retórica leninistas, obsoletas, sino que también impuso una enorme carga sobre el centro liberal mundial, que perdió el apoyo estructural que, de hecho, recibió de los movimientos leninistas, que habían controlado el radicalismo popular durante mucho tiempo por medio de sus garantizados "brillantes mañanas" a alcanzar por la vía de un presente desarrollo leninista(4).
Ni siquiera creo que la ofensiva global del neoliberalismo y la llamada globalización hayan estrangulado nuestras posibilidades. Por un lado, se trata de una exagerada propaganda que no sobrevivirá a la deflación que se aproxima. Por otro, engendrarán, han engendrado, su contratoxina. Además, estructuralmente hablando, en la actualidad el capitalismo mundial no goza de una "nueva economía", sino que está en mal estado.
Déjenme resumir mi posición sin argumentarla, por cuestiones de tiempo y espacio(5). Además de las dificultades políticas causadas por el derrumbamiento del leninismo y el final de la Guerra Fría, el capital se mueve hacia tres asíntotas estructurales que obstaculizan irremediablemente su capacidad de acumulación:
1) la desruralización del mundo, que pone fin a su capacidad de control sobre el crecimiento de la proporción entre los salarios y valor total mundial creado;
2) los límites ecológicos de la contaminación y del uso de recursos no renovables, que limita la capacidad del capital para reducir los costes de los inputs por medio de su externalización continuada;
3) el proceso de democratización que se extiende por todo el mundo, evidenciado por las presiones populares siempre al alza en cuanto a gastos en salud, educación e ingresos garantizados a lo largo de toda la vida, lo que ha creado una constante presión impositiva ascendente en tanto que porcentaje del valor mundial creado.
Ciertamente, el capital intenta reducir estas presiones estructurales en todo momento. En eso ha consistido la ofensiva neoliberal de los últimos veinte años. Pero la curva a largo plazo actúa como un trinquete ascendente. Aunque regularmente consiguen reducir esas presiones, la disminución es siempre inferor al incremento provocado por el siguiente impulso ascendente. Para luchar contra esto, predican la denominada TINA (There is no alternative, o, en castellano, no hay alternativa), tratando de reducir la voluntad de poner en marcha una contrapolítica. Esto tampoco es nada nuevo. Gareth Stedman Jones, intentando explicar la relativa estabilidad política a finales del siglo XIX en Gran Bretaña, lo atribuyó a la "manifiesta inevitabilidad del capitalismo" y a su "manifiesta invulnerabilidad"(6). La I Guerra Mundial echó por tierra tales sentimientos, al menos por un largo tiempo. Ahora están siendo resucitados, o, al menos, la derecha lo está intentando.
Si estamos buscando una estrategia de izquierda para el siglo XXI, primero debemos recordar cuál ha sido esa estrategia. La estrategia de la izquierda desarrollada durante la segunda mitad del siglo XIX y vigente hasta que fue más o menos rechazada en el último tercio del siglo XX (simbólicamente, podríamos hablar del período 1848-1968), fue, evidentemente, la denominada estrategia en dos etapas: primero, obtener el poder estatal; después, transformar el mundo. Deben hacerse tres observaciones sobre esta estrategia:
- probablemente, era la única posible por aquel entonces, puesto que los movimientos con cualquier otra clase de estrategia podrían ser simplemente aplastados por el uso del poder estatal;
- fue adoptada por todos los principales movimientos, tanto las dos ramas del movimiento socialista mundial, socialdemócratas y comunistas, como los movimientos de liberación nacional;
- la estrategia fracasó porque tuvo éxito. Los tres tipos de movimientos llegaron al poder en casi todos los lugares durante el período 1945-1970, y ninguno de ellos fue capaz de cambiar el mundo, lo cual condujo a la profunda desilusión actual ante esta estrategia, y provocó, como resultado sociosicológico, un fuerte antiestatalismo (7).
Desde 1968, diversos movimientos, viejos y nuevos, han puesto a prueba muchas estrategias alternativas, y además tuvo lugar un saludable cambio en las relaciones entre los movimientos antisistémicos, disminuyendo considerablemente las mortíferas denuncias mutuas y las feroces luchas de antaño, evolución positiva que hemos subestimado. Quisiera ahora sugerir algunas posibles líneas a lo largo de las cuales podríamos desarrollar la idea de una estrategia alternativa.
(1) Extender el espíritu de Porto Alegre. ¿Cuál es ese espíritu? Lo definiría como la convergencia no jerárquica de la familia mundial de los movimientos antisistémicos para ejercer presión en favor de: (a) la claridad intelectual, (b) acciones militantes basadas en la movilización popular que puedan ser vistas de forma inmediata como útiles para las vidas de las personas, (c) las tentativas de proponer, a más largo plazo, cambios más fundamentales.
Son tres elementos cruciales del espíritu de Porto Alegre. Se trata de una estructura difusa, más o menos similar a lo que Jesse Jackson denomino "la alianza del arco iris". Es una estructura que, sobre bases no meramente simbólicas, ha agrupado a escala mundial a movimientos del Sur y del Norte. Se trata de una estructura militante, tanto intelectual (no pretende alcanzar un consenso global con el espíritu de Davos) como políticamente (en el sentido que los movimientos de 1968 eran militantes). Naturalmente, tendremos que ver si un movimiento mundial difusamente estructurado puede mantenerse unido en algún sentido significativo y por qué medios puede desarrollar sus tácticas de lucha. Pero su propia flexibidad hace más difícil su liquidación y alienta la neutralidad vacilante de fuerzas centristas.
(2) Utilizar tácticas electorales defensivas. Si el mundo de la izquierda se implica en tácticas militantes extraparlamentarias y difusamente estructuradas, se plantea inmediatamente la cuestión de nuestra actitud hacia los procesos electorales. Pensar que son cruciales o que son irrelevantes lleva a tener que elegir entre Scylla y Charybdis. Las victorias electorales no transformarán el mundo, pero no pueden ser despreciadas. Son un mecanismo esencial para proteger las necesidades inmediatas de las poblaciones del mundo contra las agresiones en busca de ganancias. Hay que tratar de obtenerlas para minimizar el daño que puede ser infligido por la derecha a través del control de los gobiernos de todo el mundo.
Sin embargo, esto hace de las tácticas electorales un asunto totalmente pragmático. Una vez que dejamos de pensar en la obtención del poder como una forma de transformar el mundo, dichas tácticas se convierten en un asunto relacionado con el "mal menor", y la decisión de cuál es el menor de los males tiene que ser tomada caso a caso y momento a momento. Depende, en parte, de cuál es el sistema electoral. Un sistema mayoritario, "el que gana se lleva todo", debe ser abordado de forma diferente a uno con dos vueltas o proporcional. Pero la regla general que nos guíe tiene que ser la "izquierda plural", lema actual en Francia y que en América Latina se ha denominado frente amplio. En la izquierda mundial existen muchas y diferentes tradiciones de partido e incluso de "subpartido". La mayoría de estas tradiciones son reliquias de otra época, pero mucha gente todavía sigue votando de forma acorde con ellas. Dado que las elecciones son un asunto pragmático, es crucial crear alianzas que respeten dichas tradiciones, aspirando a obtener el 51% de los votos. ¡Pero no bailemos en las calles cuando ganemos! La victoria electoral es simplemente una táctica defensiva.
(3) Promocionar incesantemente la democratización. La demanda más popular en los Estados de todo el mundo es "más". Más educación, más salud, más garantías de contar con ingresos asegurados durante toda la vida. Esto no solamente es popular: es también inmediatamente útil en las vidas de la gente. Y reduce los márgenes para la acumulación incesante del capital. Estas demandas deben ser expuestas a viva voz, continuamente y en todas partes. Nunca será excesivo hacerlo.
Claro está que la ampliación de todas estas funciones del "estado del bienestar" siempre plantea problemas respecto a la eficiencia del gasto, a la corrupción, a la creación de burocracias demasiado poderosas e irresponsables. Son problemas que debemos estar dispuestos a abordar, pero nuca debemos cejar en la reivindicación básica del más, mucho más.
Los movimientos populares no deberían ahorrar estas demandas a los gobiernos de centroizquierda que ellos han elegido. Aunque estos gobiernos nos resulten más "amistosos" que un gobierno claramente de derechas, eso no significa que debamos arrojar los guantes de pelea. Al presionar a los gobiernos "amigos", se empuja también hacia el centroizquierda a fuerzas derechistas de la oposición. Sin presión, los gobiernos de centroizquierda se deslizan hacia posiciones de centroderecha. Aunque ocasionalmente puedan existir circunstancias especiales que aconsejen obviar estos truismos, la regla general en lo que a democratización se refiere es más, mucho más.
4) Forzar a que el centro liberal cumpla con sus preferencias teóricas. Es decir, forcemos el ritmo del liberalismo. Rara vez el centro liberal quiere aquello que proclama o practica lo que predica. Tomemos algún tema evidente, como, por ejemplo, la libertad. El centro liberal solía denunciar con regularidad a la URSS, porque no permitía la libre emigración. Pero, por supuesto, la otra cara de la libre emigración es la libre inmigración. No es muy útil poder salir de un país a menos que se pueda ir a alguna otra parte. Debemos presionar para conseguir fronteras abiertas.
El centro liberal reivindica regularmente mayor apertura comercial y mayor libertad empresarial, manteniendo al gobierno alejado de la toma de decisiones empresariales. La otra cara de esto es que los empresarios que fracasan en el mercado no deberían ser salvados. Cogen los beneficios cuando tienen éxito; así que deben acarrear con las pérdidas cuando fracasan. Se dice a menudo que salvar a las compañías es salvar empleos. Pero hay maneras mucho más baratas de salvar empleos, como pagar el subsidio de paro, promover la formación y el reciclaje o, incluso, fomentar nuevas oportunidades de empleo, opciones que no implican cargar con las deudas del empresario fracasado.
El centro liberal insiste regularmente en que el monopolio es algo malo. Pero la otra otra cara de esto sería la abolición o fuerte limitación del sistema de patentes, y la no implicación del gobierno en la protección de industrias frente a la competencia extranjera. ¿Esto dañaría a las clases trabajadores en las zonas nucleares del sistema? No necesariamente, si el dinero y la energía se invierten en intentar conseguir una mayor convergencia mundial de los niveles salariales.
Los detalles de la propuesta son complejos y hay que discutirlos. La cuestión, sin embargo, radica en no permitir que el centro liberal mantenga su retórica, y coseche los beneficios de ello, sin pagar los costes de sus propuestas. Además, el verdadero modo político de neutralizar la opinión centrista es hacer referencia a sus ideales, no a sus intereses. Hacer demandas basadas en su retórica es una manera de apelar a los ideales de los elementos centristas, en vez de hacerlo a sus intereses.
Finalmente, debemos tener siempre en cuenta que un buen aprovechamiento de las ventajas de la democratización no está al alcance, o lo está en menor grado, de los estratos más pobres, debido a las dificultades que tienen a la hora de sortear los obtáculos burocráticos. Recupero la propuesta formulada, hace unos 30 años, por Cloward y Piven: hay que "reventar los escalafones", es decir, movilizarse en las comunidades más pobres de modo que éstas puedan hacer pleno uso de sus derechos legales(8).
5) Hacer del antirracismo la medida definitoria de la democracia. La democracia se define por tratar a toda la gente de una misma manera, en términos de poder, de distribución y de oportunidades para la realización personal. El racismo es el modo primario de distinguir entre aquellos que tienen derechos (o más derechos) y aquellos que no tienen derechos o tienen menos. El racismo define a los grupos y ofrece simultáneamente una justificación torticera para la práctica. El racismo no es una cuestión secundaria, ni a escala nacional ni a escala mundial. Es el modo por el cual la promesa de criterios universales formulada por el centro liberal es minada sistemática, deliberada, y constantemente.
El racismo está generalizado a través del actual sistema-mundo. No hay rincón del planeta en el que no esté como una característica central de la política local, nacional y mundial. En su discurso a la Asamblea Nacional Mejicana (29/3/2001), la comandante Esther del EZLN dijo:
Los blancos (ladinos) y la gente rica se burlan de nosotras, mujeres indígenas, por nuestra forma de vestir, por nuestra forma de hablar, por nuestro idioma, por nuestra forma de rezar y curar, y por nuestro color, que es el color de la tierra que nosotras trabajamos(9).
Continuó su intervención en favor de la ley que garantizaría la autonomía de los pueblos indígenas, diciendo:
Cuando los derechos y la cultura de los pueblos indígenas sean reconocidos... la ley comenzará a acercar su hora y la hora de los pueblos indígenas... Y si hoy somos mujeres indígenas, mañana seremos los otros, hombres y mujeres que son asesinados, perseguidos o encarcelados debido a su diferencia.
6) Avanzar hacia la desmercantilización. La peor del sistema capitalista no es la propiedad privada, que es simplemente un medio, sino la mercantilización, que es el elemento esencial en la acumulación de capital. Hoy, el sistema-mundo capitalista no está plenamente mercantilizado, aunque hay esfuerzos para conseguirlo. Pero de hecho podríamos movernos en otra dirección. En vez de transformar universidades y hospitales (tanto si son propiedad estatal o de titularidad privada) en instituciones lucrativas, deberíamos estar pensando en cómo podemos transformar las fábricas de acero en instituciones no lucrativas, es decir, estructuras autosostenidas que no pagan dividendos a nadie. Este es el rostro de un futuro más esperanzador que, de hecho, podría comenzar ahora.
7) Recordar siempre que estamos viviendo una época de transición del actual sistema-mundo a algo diferente. Esto significa varias cosas. No deberíamos dejarnos arrastrar por la retórica de la globalización o por las peroratas derrotistas basadas en la TINA. No sólo existen alternativas, sino que la única alternativa realmente inexistente es la continuación de nuestras actuales estructuras.
Durante 20, 30 o 50 años habrá una lucha inmensa en torno a cuál será el sistema sucesor, y su resultado es intrínsecamente indeterminado. La historia no está a favor de ninguna parte. Depende de lo que lo hacemos, lo que ofrece una gran oportunidad para la acción creativa. Durante la vida normal de un sistema histórico, incluso los grandes esfuerzos transformadores (también llamados "revoluciones") tienen limitadas consecuencias, ya que el sistema genera grandes presiones para recuperar su equilibrio. Pero en el ambiente caótico de una transición estructural, las fluctuaciones llegan a ser salvajes y pequeños impulsos pueden tener grandes consecuencias favoreciendo una u otra rama de una bifurcación. Este es el momento en el que la acción puede resultar especialmente operativa.
El problema principal no es la organización, por importante que sea. El problema clave es la lucidez. Las fuerzas que desean cambiar el sistema a fin de que nada cambie, para que surja un sistema diferente pero igualmente o aún más jerárquico y polarizador, tienen dinero, energía e inteligencia a su disposición. Vestirán los falsos cambios con ropas atractivas. Solamente un cuidadoso análisis nos librará de caer en sus muchas trampas.
Utilizarán lemas con los que no podamos discrepar, como los derechos humanos. Pero les darán un contenido que mezcle algunos elementos altamente deseables con otros muchos que perpetúen la "misión civilizadora" de los poderosos y privilegiados sobre los "no civilizados". Debemos diseccionar cuidadosamente sus propuesatas y desenmascarar sus faroles. Si un procedimiento judicial internacional contra el genocidio es deseable, entonces debe aplicarse a todo el mundo, no únicamente al débil. Si las armas nucleares o la guerra biológica son peligrosas, incluso bárbaras, entonces ningún poseedor de tales armas es digno de confianza.
En la incertidumbre inherente al mundo, en sus momentos de transformación histórica, la única estrategia plausible para la izquierda mundial es la búsqueda militante e inteligente de su objetivo básico: la consecución de un mundo relativamente democrático, relativamente igualitario. Tal mundo es posible. No es seguro que llegue a ser realidad. Pero no es imposible.
NOTAS.
1. Conferencia en la Socialist Scholars Conference, New York City, 13 de abril de 2001.
2. Fue publicado como: "A Left Politics for the 21st Century? o, Theory and Praxis Once Again", en New Political Science, XXII, 2 de junio de 2000, pág. 143-159.
3. Además del anterior artículo en New Political Science, vea Utopística, o las opciones históricas del siglo XXI (Mexico: Siglo XXI de Mexico, 1998).
4. Discuto esto detalladamente en Después del liberalismo (Siglo XXI, UNAM, México, 1996)
5. Ver, para la cuestión expuesta, "¿Globalización o era de transición? Una visión a largo plazo de la trayectoria del sistema-mundo", en Casa de las Américas, nº 219, abril-junio 2000, pp. 14-25, y en Revista de la Universidad de San Carlos de Guatemala, año 1, nº 8, abril-junio 2000, pp. 10-14.
6. Languages of Class, Cambridge: Cambridge Univ. Press, 1982, pág. 74.
7. Ver este análisis con mayor detalle en Giovanni Arrighi, Terence K. Hopkins y Immanuel Wallerstein, Movimientos antisistémicos, Madrid, ed. Akal.
8. Frances Fox Piven & Richard A. Cloward concluyen su libro sobre bienestar público así: "en ausencia de reformas económicas fundamentales, creemos que reventar los escalafones es la reforma verdaderamente relevante, que debería ser defendida y ampliada. Incluso ahora, no reciben ningun ayuda cientos y miles de familias empobrecidas con derecho a los servicios de asistencia" Regulating the Poor: The Functions of Public Welfare, Nueva York, Pantheon, 1971, pág. 348 (versión original en cursiva).
9. http://www.ezln.org/marcha/20010320.htm
©Immanuel Wallerstein 2001
agosto 31, 2009
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