abril 28, 2009

Otros ponen los virus, nosotros ponemos los muertos

María Teresa Jardí
Que el mexicano es un pueblo deprimido, es diáfano para cualquier extranjero que mira a los ojos del mexicano con el que se cruza caminando por la calle. Somos un pueblo desestructurado, me dice Rebeca Barcena, mi amiga pedagoga que tiene también un doctorado obtenido en Barcelona. Pero quien, además, eligió ejercer como su función especializada, la técnica de El DFA, que también estudió en Barcelona: “…con la que poco a poco y recorriendo segmento a segmento en cada sesión se ayuda a que la persona encuentre la información que ha guardado en su cuerpo y la integre a su presente…El DFA es un trabajo que tiene sus bases en el Rolfing, trabajo de reestructuración corporal, creado en la década de los 40, por la doctora en bioquímica Ida P. Rolf, quien descubrió que en las fascias musculares, que son la capa delgada y transparente que recubre a los músculos, están las terminaciones nerviosas, donde se guarda o imprime toda la historia de nuestra vida. Durante muchos años trabajó con la estructura corporal y formando gente interesada en este tipo de trabajo y entre sus alumnos tuvo a destacados médicos, psicólogos, bailarinas, etcétera. A través de su interacción con las personas fue descubriendo que al hacer cambios en las estructuras del cuerpo humano se modificaban también los esquemas psico-emocionales en las personas que lo recibían y tenían que acudir a la psicoterapia para acomodar la nueva información que conocían de sí mismos, lo que modificaba de alguna forma su vida cotidiana. Con el tiempo la Dra. Rolf planteó a sus alumnos la necesidad de integrar el trabajo físico con el trabajo emocional y psicológico y es así como dos de sus alumnas Annie Duggan y Janie French (+) crean una nueva técnica de integración del trabajo conocida como DFA…”.

En México no existe la alegría de vivir que se puede ver en los ojos de los habitantes de otros muchos pueblos del planeta, incluso, tan agredidos, como el nuestro, de las más diversas maneras. Y no es que esto venga de ahora. Lo más probable es que haya sido un producto adquirido, como las epidemias, por la conquista.
Pueblos originarios invadidos por peligrosos delincuentes sacados de las prisiones para masacrarlos, son nuestros antepasados, al lado de los delincuentes invasores.
Dan origen al mexicano, pueblos inquisitorialmente “convencidos” de que sus dioses no son los buenos. Pueblos salvados, apenas, algunos de ellos, por haberse ido refugiando cada vez en los lugares más inhóspitos y apartados de la barrancas y de las sierras.
En Barcelona y en los Estados Unidos de Norteamérica, en Europa en general, en Francia, en Bélgica y en Alemania… la DFA es una recurrente terapia altamente reconocida. Aquí no se saca ni para mal sobrevivir con ella y ni pensar en interesar a gobiernos de aplicarla de forma gratuita --cobrando un sueldo-- en centros de reunión comunitarios o en escuelas como una manera de ayudar justamente a reestructurarnos.
No existe en la clase política mexicana el interés de hacer nada que lleve al cambio de la situación impuesta.
Y haríamos bien los mexicanos comunes y corrientes, hombres y mujeres, en aprovechar la influenza para entender que si, de los países afectados por el virus “de la gripe porcina”, solamente el mexicano pone los muertos es que algo anda muy mal en México.
Y como en las repúblicas, incluso bananeras, todo pasa por los partidos políticos es en el pudrimiento de la canasta entera que contiene a sus jerarquías donde debemos poner el énfasis de cambio antes de que una gripe, no mortal en otros lugares, diezme, convenientemente, posiblemente, para los dueños del patio trasero, a un pueblo tan azotado incluso con falsas guerras que sólo sirven para lo mismo: diezmarlo.

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