Enrique Calderón Alzati /I, II, III, IV
Dedico este artículo a proponer un sueño. Un disparate, dirán seguramente algunos de los que se tomen el trabajo de leerlo. No es mi objetivo imponer mis ideas, sino abrir una discusión, que necesitamos con urgencia; otros lo han hecho ya mucho antes que nosotros, como el doctor Pablo González Casanova, ex rector de la Universidad Nacional Autónoma de México.
Empezaré diciendo que pocos le damos importancia al hecho de que el nombre de nuestro país sea "Estados Unidos Mexicanos", totalmente similar al de "Estados Unidos de América", o más bien de Norteamérica, pero aquí vale la pena señalar que los estadunidenses nacieron como nación a partir de 13 colonias que se habían independizado para transformarse en estados soberanos y autónomos, que luego decidieron unirse en una federación. Este no fue el caso de México, que surgió a partir de una sola colonia, la Nueva España.
La idea de hacer del México independiente una nación similar a la federación estadunidense era visionaria, pero poco se hizo para convertirla en realidad (de hecho no había cómo), por lo que terminó siendo una simulación, la primera de las grandes simulaciones que trastocaron nuestra historia moderna. En la realidad éramos una república centralista y un tanto monárquica, y en muy buena medida lo seguimos siendo hasta hoy, en tanto que en el modelo económico del país en su conjunto –especialmente en lo referente a la administración pública–, todo se sigue dictando y controlando desde el gobierno federal, mientras que las atribuciones del presidente son origen de excesos.
Así, el desarrollo económico nacional ha estado centrado en el petróleo durante varias décadas, no obstante que son sólo cinco estados los que cuentan con recursos petroleros, ignorándose y despreciándose otras posibilidades que fueron enormes fuentes de ingresos en el pasado.
Los resultados son lamentables, porque implican la depredación del patrimonio de una región para sostener la economía del país entero, incluidas en primer lugar sus finanzas públicas, así como el anquilosamiento de las demás posibilidades de producción, tal como sucede en las familias que dejando de lado las actividades productivas, viven de sus rentas o de la enajenación de su patrimonio, porque ya no saben cómo generar riqueza, ni están dispuestas a hacerlo.
Ignoramos, así, la existencia de naciones enteras que viven totalmente de la pesca, exportando sus productos a todo el mundo, con niveles de ingresos para su población varias veces mayores que los nuestros. ¿No podría ser también la producción pesquera el eje de la economía de Baja California, y quizás de otros estados? Dada la gran extensión de nuestros litorales, ¿no podrían algunos estados orientar sus esfuerzos a producir embarcaciones, con objeto de facilitar el intercambio comercial con las naciones iberoamericanas, que constituyen uno de los mercados potenciales con mayor futuro? ¿Acaso no nos dice nada la experiencia y el éxito de otros países que se dedican a esta actividad?
Sabemos que tan sólo el estado de Veracruz tiene una diversidad forestal mayor que la de toda Europa, más la de Canadá y Estados Unidos juntos. ¿Sería posible pensar que el país tuviera una industria forestal ubicada en dos o tres estados, similar a la de Finlandia? (pero sin dejar pelones los cerros, por supuesto). Las posibilidades de desarrollo económico surgen por todas partes, pero nada de esto es posible con el esquema político-económico actual del país, que sí lo sería con otro, en el que cada uno de los estados fuera responsable de generar sus propios recursos y actuara en una federación real, como la que hoy conforman los estados de la Unión Europea, o la nueva comunidad de naciones asiáticas.
Desde luego hay razones suficientes para hacer a un lado una propuesta de este tipo. Algunos dirían, y no sin razón, que el principal problema del país no es el centralismo, sino la corrupción, mientras que a otros, la distribución de los recursos naturales les parecería muy injusta, por la inmensa cantidad de recursos petroleros o mineros que existen en algunas regiones del país, mientras que otras tienen muy pocos recursos y a lo mejor mucha gente. Otros pueden pensar que de aplicarse un esquema así, se estarían replicando los vicios del sistema actual en cada uno de los estados, cuyos gobernantes se convertirían de inmediato en nuevos caciques absolutos, mientras que a otros más puede parecerles simplemente imposible por la enorme diversidad de intereses creados.
Todos estos son en efecto cuestionamientos válidos, pero cada uno de ellos tiene una respuesta sólida, como trataré de mostrar en los siguientes artículos. Por otro lado, lo que no puede, ni debe suceder, es que sigamos todos así, con la sensación de que no existe solución posible, esperando pasivamente a que las cosas truenen.
En primer lugar, quisiera recurrir a la historia, como lo han hecho, en otros tiempos, distinguidos pensadores políticos. Está así el caso reciente y ejemplar de la Unión Europea, constituida por un conjunto de países que luego de estar dándose en la torre por más de mil 500 años (después de la retracción del imperio romano), mejor decidieron asociarse en un pacto que les permitiese intercambiar bienes, servicios y cultura, en lugar de proyectiles y gases venenosos.
En este sentido tendríamos una gran ventaja, en la medida que no existen rivalidades ni rencores entre las diferentes regiones del país, como sí los hay entre las naciones europeas, o entre las diferentes repúblicas soviéticas, por no hablar de las de Yugoslavia. ¿Tendría sentido hablar de una Federación Mexicana de Estados Autónomos, dispuestos a intercambiar bienes y servicios tales como petróleo, energía eléctrica, productos alimenticios, conocimientos, bienes de consumo duradero, maderas, minerales, playas, música y entretenimiento, medicinas y servicios financieros, tal como lo hacen ahora los estados europeos o los de la comunidad del Pacífico? Pienso que al menos vale la pena considerarlo.
Esta no es, desde luego, la única referencia histórica posible. En su época dorada los griegos, a diferencia de otras civilizaciones importantes, surgieron como un conjunto de pequeñas ciudades Estado, que aun con diferencias internas entre ellas, pudieron crear una nación mítica, que aún hoy sigue siendo una referencia importante en todos los campos del conocimiento y las artes.
En mi próximo artículo trataré de responder a los cuestionamientos ya mencionados, o los de aquellos lectores que puedan tener comentarios y me los quieran hacer llegar por correo electrónico a: http://modelodepais.blogspot.com.
PD. El número total de contagios de A/H1N1 a escala mundial, reportado por la OMS (junio 6), es de 19 mil 273, con 117 muertes, incluyendo de México 5 mil 9 contagios, con 97 muertes (1.97 por ciento), lo cual quiere decir que en el resto del mundo (ocho países) se han dado 14 mil 244 contagios, con 20 muertes (0.14 por ciento). Más claro, ni el agua.
II parte
Así como hoy tenemos al "presidente del empleo" concentrado en una estrategia al respecto, aunque no está todavía claro si sus objetivos son su fomento o su destrucción, hubo hace unos pocos años otro presidente, el de la renovación moral, rescatado recientemente del olvido por la admirable periodista Carmen Aristegui. Gracias a este singular personaje, aparentemente apasionado por limpiar a México de la corrupción dominante, fueron establecidas una serie de normas cuyo efecto real ha sido la paralización del gobierno, y la creación de un costoso e inútil aparato por el cual, algo así como 70 por ciento de los empleados públicos supuestamente vigilan que el otro 30 por ciento haga las cosas bien.
La idea subyacente consiste en pensar que todo funcionario público es corrupto, ladrón y mañoso, y para evitar que haga trapacerías, hay que poner candados y trabas usando toda la imaginación a la mano. A juzgar por los resultados, les falta casi nada para lograr sus objetivos (cualesquiera que éstos sean), pero el precio pagado es una de las razones de que pocas cosas puedan funcionar en el país. El origen está en la terrible burocracia que nos asuela y que se asemeja a la arterioesclerosis que ataca a los ancianos, al igual que a las grandes empresas (llámense Telmex, Pemex, Luz y Fuerza del Centro, General Motors o Pan American Airways).
En las naciones pequeñas, como en las empresas pequeñas, esto es más difícil que suceda, los gobernantes están necesariamente más cerca de la gente y de los problemas reales, y los actos de corrupción son bastante más difíciles de ocultar. Hace 500 años, más o menos, el gran científico italiano Galileo demostró que los gigantes de los cuentos no podían existir, por razones puramente geométricas, pues mientras sus músculos, y con ello su fuerza, crecían al cuadrado con su tamaño, su volumen y su peso crecían al cubo, convirtiéndolos en seres extraordinariamente torpes, débiles y perezosos.
Esta es en buena medida la razón de lo que hoy nos está pasando como país, haciéndonos víctimas de todo tipo de males. Seguramente habrá quien diga que entonces por qué en naciones más grandes como Estados Unidos o China esto no sucede. Bueno, pues resulta que Estados Unidos es una federación de estados, con un alto grado de autonomía real entre ellos; el caso de China todavía es temprano para emitir un juicio, sin embargo existen evidencias de que el país no está exento de problemas asociados a su tamaño.
Si México fuese una federación real de estados autónomos, seguramente algunos de sus gobiernos tendrían tendencias a funcionar mal; sin embargo, las interacciones que se darían entre ellos los llevarían a corregir las desviaciones con prontitud, para no quedarse atrás ante el empuje de los estados más activos y exitosos, sobre todo ante la consideración de que los habitantes mexicanos mantendrían el derecho de movilidad dentro de todo el territorio nacional, conformando corrientes migratorias que favorecerían el equilibrio económico y social entre esos estados.
Las normatividades que hoy imperan en la vida del país, paralizando su economía, perderían su razón de ser y darían paso a otras, alineadas para favorecer el intercambio de bienes y servicios entre los estados. Los aparatos burocráticos actuales serían sustituidos por otros bastante más pequeños y funcionales operando en cada uno de ellos, para asegurar el cumplimiento de las metas establecidas, eliminando así las trabas infinitas que tienen actualmente las empresas mexicanas no sólo para nacer, sino para desarrollar sus planes y proyectos comerciales. Mucho de la corrupción dominante perdería sentido, en tanto que las normas, al ser más sencillas, facilitarían el funcionamiento de la economía y reducirían los niveles actuales de corrupción y de sus consecuencias.
En resumen, pienso en un país totalmente diferente al que hoy tenemos, surgido de éste, por sus bases históricas, su patrimonio natural y cultural, pero con una estructura económica, política y sobre todo de gobierno, distinta a la actual, que nos permita dejar de ser una nación sin proyecto (más allá del impuesto por intereses externos, en torno a las supuestas leyes del mercado) para transformarnos en otra nación, conformada por una federación de estados autónomos con proyectos particulares para su desarrollo económico, integrados por un gran pacto nacional, plasmado en una Constitución que integre y facilite el intercambio comercial y asegure la cooperación, el bienestar común y la integridad de sus miembros.
Pienso así en una nación presidida por un congreso de representantes como autoridad máxima, cuyo objetivo sea la integración de los diferentes proyectos de los estados en un gran proyecto nacional.
Esto que pareciera ser una utopía no lo es, en tanto que ya existe en otras latitudes; sin embargo, su creación traería como efecto inmediato el entusiasmo de millones de mexicanos, que luego de décadas de angustia, desconcierto y pesimismo volverían a tener una razón para luchar como lo hicieron nuestros padres y abuelos. La consecución de este proyecto no será, desde luego, sencilla: los obstáculos e intereses creados son muchos y deben ser sorteados no sólo con éxito, sino también con sagacidad.
III Parte
En mis artículos anteriores he tratado de definir un nuevo modelo de país, más acorde a las necesidades actuales, basado en la sustitución del esquema anquilosado y centralista de gobierno por otro de plena autonomía económica y fiscal de sus estados, que funcionarían como una federación, tal como aparece en el nombre oficial vigente del país, con un congreso federal, responsable de dictar las normas de cooperación económica y política entre ellos y para asegurar su cumplimiento. En esos artículos he descrito las enormes ventajas que tendríamos con un modelo de esta naturaleza, recibiendo múltiples comentarios, de apoyo unos, de crítica y escepticismo, otros. No podría ser de otro modo (de hecho esa ha sido mi motivación para escribirlos). Agradeciendo su tiempo, dedico este artículo a responder algunos de los cuestionamientos más fuertes. Conviene decir que yo no estoy planteando la destrucción del país, sino exclusivamente la sustitución de un esquema de gobierno que es totalmente inoperante, por otro más moderno, que elimine las ineficiencias y restricciones impuestas a los estados de la República para crecer y desarrollarse. Acepto desde luego la existencia de riesgos ante la realización de un cambio como el que propongo, dada la voracidad real propia del sistema capitalista y la existencia, también real, de verdaderos buitres entre los gobiernos de otros países, así como entre los organismos financieros internacionales, los ejecutivos de las grandes empresas trasnacionales, y los representantes de otros intereses igualmente siniestros. Sin embargo, para todos estos intereses nuestro país es y ha sido desde siempre un botín maravilloso, al cual le han arrancado todo lo que han querido, trátese de territorio, de recursos naturales, de concesiones para administrar el dinero, de vías de comunicación y transporte, del control de nuestros productos agrícolas y materias primas, del manejo y explotación de nuestros propios mercados internos, por no hablar de nuestra soberanía, dejándonos sólo la ilusión de que seguimos viviendo en un país que todavía es nuestro. Por otra parte, la división que planteo es una que ya existe, la de los estados, la cual ha existido siempre y que hasta ahora de poco ha servido, porque ha sido manejada a modo, algunas veces para imponer gobernantes o proyectos y otras para evadir responsabilidades. Hace un siglo, los sueños imperiales de algunas naciones incluían la apropiación de nuevos territorios para hacer crecer el propio a partir del sólo ejercicio del poder, y sin más razón que la fuerza. Los fracasos de Hitler en Rusia, de Mussolini en África y posteriormente de Johnson en Vietnam y de Brezhnev en Afganistán, resultaron contundentes para muchos de los países hegemónicos que se vieron obligados a cambiar de estrategia. Las acciones de Estados Unidos y de sus organismos internacionales en tiempos recientes, ya no tienen esa finalidad, sino otras más eficientes y tranquilas que se reducen a la imposición de roles para los actores en el mercado, con el objetivo de acrecentar sus ganancias.
Las guerras recientes, y de carácter interno, se inscriben más en torno al petróleo y a la conquista de los mercados, especialmente el de las armas, por las enormes ganancias que su venta reporta, cuando se sabe organizarlas en países donde las diferentes partes en pugna se convierten en consumidores estables. ¿No han sido estos los casos de Yugoslavia?, ¿de los países africanos?, ¿de Afganistán e incluso de Irak? ¿Y no será éste el caso de la guerra que hoy tenemos aquí mismo en torno al narcotráfico? Podría decirse que el establecimiento de la autonomía económica de los estados de la República podría conformar un escenario de diferencias y conflictos de intereses que propiciaran la violencia entre los estados, pero esto sería relativamente sencillo de prever y resolver con una estructura jurídica adecuada, tomando en cuenta las experiencias reales de lo que se puede lograr mediante convenios y alianzas comerciales entre pares. Para otros intereses, más de carácter empresarial o interno, que hoy operan en diferentes estados de la República, bastaría con asegurar la continuidad de sus operaciones para que su posición quede alineada a la nueva estructura económica de la nación. Para algunas empresas que hoy operan a nivel nacional, el nuevo esquema de organización les obligaría a repensar sus propias estrategias de cobertura, para concentrarse en los estados donde consideren que pueden mejorar sus oportunidades de crecimiento y utilidades, por lo que es previsible que pronto se transformarían de detractores en aliados del proyecto. En los siguientes artículos me propongo ofrecer un primer acercamiento a la propuesta de las estructuras de gobierno para el nuevo país, así como para manejar el proceso de transición de la situación actual al nuevo esquema de organización, para concluir describiendo las enormes ventajas sociales y económicas que el proyecto podría lograr para el futuro de México.
IV Parte
No estoy de acuerdo con el país en que vivo, esta es la esencia del pensamiento que me ha llevado a escribir esta serie de artículos para proponer un cambio estructural y de sus formas de conducción; quisiera tener un país diferente, en el que la corrupción, la impunidad y la sospecha convertida en norma dejen de ser la raíz de todos los problemas que enfrentamos día a día, en el que los niveles de burocratismo que lo dificultan todo y la explicación de que no se puede hacer nada por mejorar dejen de ser parte de lo cotidiano, en el que la única opción para una parte creciente de la sociedad mexicana sea estirar la mano para recibir una dádiva como sustituto a la falta de empleo y de ingresos.
Estoy harto de los gobernantes que luego de prometer espejismos se la pasan diciendo que las cosas están mejor que nunca, ignorando la realidad de la nación; estoy harto de los partidos y de los líderes de éstos, cuya estrategia es gastar el dinero en campañas huecas y en mentiras para obtener los votos que necesitan para obtener el dinero y seguir haciendo lo mismo; lo estoy también de saber de la existencia de diputados electos una y otra vez, dedicados a establecer y cuidar normas y leyes que violan la Constitución, las cuales están hechas para asegurar grandes ganancias a los bancos, a los monopolios y a otros organismos depredadores de la economía. Estoy harto de los jueces y funcionarios cuyo único quehacer es beneficiar a los ricos y a los poderosos, fallando en su favor o entregándoles contratos, concesiones y beneficios sin límite.
Para cambiar todo esto, estoy convencido de que necesitamos un país bastante distinto, porque en el actual, luego de soportar a un gobierno corrupto llega el siguiente igualmente corrupto; porque cuando se descubre algo que está verdaderamente mal, se modifica para dejarlo peor; porque cuando se lucha por eliminar una falla que está dañando a la sociedad, se logra multiplicarla; porque cuando se intenta corregir lo que no funciona, se crea algo que tampoco funciona, pero que cuesta más (el caso del IFE es un ejemplo).
Estoy convencido de que los esfuerzos aislados de la sociedad civil o de hombres y mujeres visionarios para resolver determinados problemas no logran sus objetivos, porque el país está mal concebido de origen, mal estructurado, mal diseñado para funcionar en el mundo actual, empezando por sus gobernantes, que simplemente no entienden ni a quién gobiernan, ni para qué. Seguramente, al leer este artículo, algunos deben creer que soy un pesimista sin remedio y un amargado, pero resulta que no, soy un mexicano más como cientos de miles que saben que esto es cierto, pero que piensan que realizar un gran cambio es tan posible como necesario.
Pienso en un país en que sus gobernantes estén cerca del pueblo y deban rendir cuentas de sus acciones, que entiendan los problemas de la gente, que hagan suyas sus aspiraciones, en el que la producción y el trabajo sean la preocupación central de la sociedad toda con el objetivo de vivir mejor, en el que los hombres y las mujeres con visión puedan concretar sus proyectos de vida, con el apoyo legítimo de los organismos establecidos para ello, y que nadie necesite vivir esperando una dádiva del sistema, porque los frutos de su esfuerzo serán reales y suficientes.
El gobierno central de la República debe reducir sus funciones a todas aquellas que permitan darle a la nación la estructura y la imagen de un país moderno y soberano, dirigido por un Congreso que asegure los derechos y las obligaciones de todos los mexicanos, la relaciones de unidad, solidaridad y colaboración económica entre los estados, y la integridad misma de la nación. En este esquema, el aparato central del gobierno deberá incluir exclusivamente una guardia nacional surgida del actual Ejército, a la Armada, al banco central, órgano regulatorio de las transacciones monetarias y depositario de las reservas nacionales, un ministerio de relaciones exteriores encargado de las representaciones del país ante otras naciones, una oficina estadística, un tribunal de justicia para dirimir las diferencias entre los estados y un pequeño aparato administrativo destinado a recabar las contribuciones de los estados y distribuirlas para cubrir los requerimientos del aparato central y de la deuda pública.
Para coordinar las acciones entre los estados autónomos en sus diferentes ámbitos, el Congreso nacional establecerá los mecanismos necesarios (comisiones del Congreso) y será responsable de su funcionamiento. Los representantes del Congreso serán electos en sus estados en virtud de sus conocimientos, experiencia, solvencia moral y capacidad de decisión. Sus responsabilidades serán no más, pero tampoco menos, que el buen funcionamiento del país en la consecución de sus objetivos.
Los gobiernos de los estados tendrán cada uno las demás atribuciones que hoy se ubican en el gobierno federal, incluyendo la recaudación de impuestos y la distribución de los recursos necesarios para el cumplimiento de sus compromisos y responsabilidades, siendo fundamental el cumplimiento de sus pagos al organismo central. Para este fin los gobiernos dirigidos por una persona con funciones y responsabilidades indeclinables serán los encargados de conducir y fomentar el desarrollo económico, utilizando los recursos naturales de manera responsable e inteligente. Los mexicanos podrán moverse libremente de un estado a otro sin que autoridad alguna pueda impedirlo, las concesiones y negocios que hoy operan a escala nacional deberán ser refrendadas y reguladas en el ámbito estatal, o en su caso por los organismos de coordinación estatal establecidos para ello.
Esta es la esencia de mi propuesta, estoy convencido de que tarde o temprano su necesidad y factibilidad será reconocida, con las modificaciones que sean pertinentes; lo que ya no es posible es mantener las cosas como están, perdiendo el tiempo en buscar y exigir solución a problemas puntuales en medio de un océano de mugre.
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