mayo 22, 2008

Estados Unidos y la geopolítica de la energía

Escrito por MICHAEL T. KLARE
Domingo, 18 de Mayo de 2008 00:00

Mientras la atención diaria del ejército estadounidense se centra en Irak y Afganistán, los estrategas norteamericanos miran más allá de estos dos conflictos con el objetivo de prever el medio en el que se producirá el combate global en los tiempos venideros. Y el mundo que ven es uno en el cual la lucha por los recursos vitales, más que la ideología o la política de equilibrio de poder, domina el Campo de Marte.
Creyendo que los EE.UU. deben reconfigurar sus doctrinas y fuerzas para prevalecer en semejante entorno, los oficiales más veteranos han tomado los pasos necesarios para mejorar su planificación estratégica y capacidad de combate. Aunque muy poco de todo esto ha llegado al dominio público, existe un número de indicadores clave.


Desde el 2006 el Departamento de Defensa, en su informe anual Capacidad militar de la República Popular China, ha puesto a un mismo nivel la competición por los recursos y el conflicto en torno a Taiwan como la chispa que podría desencadenar una guerra con China. La preparación de un conflicto con Taiwan permanece como "una razón importante" en la modernización militar china, según indica la edición del 2008, pero "un análisis de las recientes adquisiciones del ejército chino y de su actual pensamiento estratégico sugiere que Pekín está desarrollando también otras capacidades de su ejército para otro tipo de contingencias, como por ejemplo el control sobre los recursos." El informe incluso considera que los chinos están planeando mejorar su capacidad para una "proyección de su poder" en las zonas que les proporcionan materias primas, especialmente combustibles fósiles, y que semejantes esfuerzos supondrían una significativa amenaza para los intereses de la seguridad estadounidense.

El Pentágono también pide este año fondos para el establecimiento del Africa Command (Africom), el primer mando unificado transatlántico desde que en 1983 el presidente Reagan creara el Central Command (Centcom) para proteger el petróleo del Golfo Pérsico. La nueva organización centrará sus esfuerzos supuestamente en la ayuda humanitaria y la "guerra contra el terrorismo". Pero en una presentación en la Universidad Nacional de Defensa, el comandante segundo de Africom, el Vice Almirante Robert Moeller, declaró que "África tiene una importancia geoestratégica cada vez mayor" para los EE.UU. -el petróleo es un factor clave- y que entre los retos clave para los intereses estratégicos estadoundienses en la región se encuentra la "creciente influencia en África" de China.

A Rusia también se la contempla a través de la lente de la competición mundial por los recursos. Aunque Rusia, a diferencia de los EE.UU. y China, no necesita importar petróleo ni gas natural para satisfacer sus necesidades nacionales, busca dominar el transporte de energía, especialmente hacia Europa, lo que ha alarmado a los oficiales veteranos de la Casa Blanca que recelan de una restauración del status de Rusia como superpotencia y temen que su aumento en el control de la distribución del petróleo y el gas en Eurasia debilite la influencia estadounidense en la región. En respuesta a la ofensiva energética rusa, la administración Bush está emprendiendo contramedidas. "Tengo la intención de nombrar... a un coordinador especial de energía que dedicará especialmente todo su tiempo a la región de Asia Central y del mar Caspio", informó en febrero la Secretaria de Estado Condoleezza Rice al Comité de Asuntos Exteriores del Senado. "Es una parte verdaderamente importante de la diplomacia." Uno de los principales trabajos de este coordinador, según declaró Rice, será el de fomentar la construcción de oleoductos y gasoductos que circunvalen Rusia con el objetivo de disminuir su control sobre el flujo energético regional.



“...las mayores potencias mundiales se desesperan por conseguir el control sobre lo que queda de las reservas sin explotar...”



Tomados en conjunto, éstos y otros movimientos semejantes sugieren que ha tenido lugar un desplazamiento de la política: en un momento en el que el las reservas mundiales de petróleo, gas natural, uranio y minerales industriales clave como el cobre y el cobalto empiezan a disminuir y la demanda de esos mismos recursos se está disparando, las mayores potencias mundiales se desesperan por conseguir el control sobre lo que queda de las reservas sin explotar [para más pruebas sobre la escasez de combustibles fósiles, véase Klare, Preparativos para una vida después del petróleo, 12 noviembre de 2007, y Mark Hertsgaard, Nos quedamos sin gasolina, 12 de mayo]. Estos esfuerzos implican por lo general una intensa guerra de pujas en los mercados internacionales, lo que explica los precios récord que están alcanzando todas estas mercancías, pero también adoptan una forma militar cuando empiezan a realizarse las transferencias de armamento y el despliegue de misiones y bases transatlánticas. Para reafirmar la ventaja de los EE.UU. -y para contrarrestar movimientos similares de China y otros competidores por los recursos- el Pentágono ha situado la competición por los recursos en el centro mismo de su planificación estratégica.



Alfred Thayer Mahan, revisitado

No es la primera vez que los estrategas estadounidenses dan máxima prioridad a la lucha global por los recursos. A finales del siglo XIX un atrevido grupo de pensadores militares liderados por el historiador naval y presidente del Naval War College, Alfred Thayer Mahan, y su protégé, el entonces Secretario Asistente de la Marina Theodore Roosevelt, hicieron una campaña reclamando una Marina estadounidense fuerte, y la adquisición de colonias que asegurasen el acceso a los mercados de ultramar y las materias primas. Sus puntos de vista ayudaron puntualmente a fomentar el apoyo de la opinión pública a la Guerra Hispanoamericana y, a su conclusión, al establecimiento de un imperio comercial estadounidense en el Caribe y el Pacífico.

Durante la Guerra Fría, la ideología gobernó absolutamente la estrategia estadounidense de contención de la URSS y derrota del comunismo. Pero incluso entonces no se abandonaron por completo las consideraciones acerca de los recursos. La doctrina Eisenhower de 1957 y la doctrina Carter de 1980, a pesar de que se acomodaron a la habitual retórica anti-soviética de la época, pretendían sobre todo asegurar el acceso de EE.UU. a las prolíficas reservas petrolíferas del Golfo Pérsico. Y cuando el presidente Carter estableció en 1980 el núcleo de lo que sería más tarde el Centcom, su principal preocupación era la protección del flujo petrolífero del Golfo Pérsico y no la contención de las fronteras de la Unión Soviética.



“...resulta imposible separar el problema del terrorismo en Oriente Medio o el desafío de Irak e Irán de la historia de la extracción del petróleo en aquellas regiones por parte de empresas occidentales...”



Al terminar la Guerra Fría, el presidente Bush trató -y falló- de establecer una coalición mundial de estados de ideologías afines (un "Nuevo Orden Mundial") que mantendría la estabilidad mundial y permitiría a los intereses empresariales (con las compañías estadounidenses al frente) extender su alcance por todo el planeta. Este enfoque, aunque suavizado, fue adoptado después por Bill Clinton. Pero el 11-S y la implacable campaña contra los "estados canalla" (sobre todo contra el Irak de Saddam Hussein e Irán) de la actual administración Bush, ha reinyectado el elemento ideológico a la planificación estratégica estadounidense. Tal y como lo presenta George W. Bush, la "guerra contra el terrorismo" y los "estados canalla" son los equivalentes contemporáneos a las anteriores luchas ideológicas contra el fascismo y el comunismo. Examinados más de cerca estos conflictos, sin embargo resulta imposible separar el problema del terrorismo en Oriente Medio o el desafío de Irak e Irán de la historia de la extracción del petróleo en aquellas regiones por parte de empresas occidentales.

El extremismo islámico del tipo que propaga Osama Bin Laden y Al Qaeda en la región tiene muchas raíces, pero una de las más importantes sostiene que el ataque occidental y la ocupación de tierras islámicas -y la resultante profanación de las culturas y pueblos musulmanes- se debe a la sed de petróleo de los occidentales. "Recordad también que la razón más importante que tienen nuestros enemigos para controlar nuestras tierras es la de robar nuestro petróleo", dijo Bin Laden a sus simpatizantes en una grabación sonora fechada el diciembre del 2004. "Así que haced lo que tengáis en vuestras manos para detener el mayor robo de petróleo de la historia."

De manera similar, los conflictos de EE.UU. con Irak e Irán han sido modelados por el principio fundamental de la doctrina Carter de que los EE.UU. no permitirán la aparición de una potencia hostil que pueda obtener en un momento dado el control del flujo petrolífero en el Golfo Pérsico, y con ello, en palabras del vicepresidente Cheney, "ser capaz de dictar el futuro de la política energética mundial." El hecho de que estos países estén posiblemente desarrollando armas de destrucción masiva sólo complica la tarea de neutralizar la amenaza que representan, pero no altera la lógica estratégica que subyace en el fondo de los planes de Washington.

La preocupación sobre la seguridad de los suministros de recursos ha sido, pues, una característica central en la planificación estratégica desde hace tiempo. Pero la atención que se le presta ahora a esta cuestión representa un cambio cualitativo en el pensamiento estadounidense sólo igualable a los impulsos imperiales que condujeron a la Guerra Hispanoamericana un siglo atrás. Sin embargo en esta ocasión el movimiento está motivado no por una optimista fe en la capacidad norteamericana para dominar la economía mundial, sino por una perspectiva francamente pesimista sobre la disponibilidad de los recursos vitales en el futuro y la intensa competición sobre ellos que están llevando a cabo China y otros motores económicos emergentes. Enfrentándose a este doble reto, los estrategas del Pentágono creen que asegurar la primacía estadounidense en la lucha por los recursos mundiales debe ser la prioridad número uno de la política militar norteamericana.

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