octubre 10, 2008
Crisis del sistema financiero. Capital financiero en busca e capital politico
10/10/2008
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Juan Francisco Coloane (especial para ARGENPRESS.info)
Una de las críticas a los candidatos a la presidencia en EEUU, ha sido su débil participación en la resolución de la actual crisis financiera, a pesar de que el tema absorbió buena parte del tiempo en los debates. Aunque solicitarles recetas es explicable, también es irrealista que de ellos provenga una respuesta satisfactoria, tanto para líderes como para la población.
Es allí que este reclamo se extienda a la política, y se popularice la frase: “Hay falta de liderazgo político”.
A partir de esta crisis, se alude a una carencia de mando político y de gestión que no se encuentra en la estructura del sistema que está golpeado. Desde a elite del poder se reacciona a su vez, en forma desmedida – lo que es comprensible- para proteger el circuito inmediato y que el “sistema no se detenga”, como lo declaran los representantes de los banqueros.
Ahora es válido preguntar, ¿el liderazgo que se reclama es con respecto a qué? ¿A la magnitud y ubicación de la inyección de recursos en el sistema? ¿O se trata de un liderazgo respecto a un cambio en la matriz de la economía política?
El mismo sector que canceló la vía política, en el sentido de convocar una mayor participación ciudadana para la gestión del nuevo orden económico internacional proclamado con la caída la ex URSS, -un bastión del estado de bienestar- ahora demanda una urgente intervención política.
La situación es inaudita. En el primer capítulo de este proceso, inaugurado con el ajuste estructural de las economías a comienzos de los años 80, se le reduce al Estado su poder económico a través de privatizaciones y desregulaciones. En el segundo capítulo, que comienza con esta crisis 25 años más tarde, se le solicita a ese Estado debilitado que sostenga al sistema. Por los resultados, este desenfrenado proceso no ha sido rentable, y que además de movilizar determinada liquidez para no “parar las actividades”, responde a un sistema descompensado. La mayor rentabilidad provino del sector que menos bienes producía: el juego del dinero.
Cuando el espacio de la política es secuestrado por el avasallamiento de la determinante económica, y lo que es más serio, una economía adocenada en el hálito de las bolsas de valores, es esperable que la gestión del sistema pierda compactación y demande intervención política. Estas determinantes instaladas 25 años atrás, consisten precisamente en la desregulación y la privatización a ultranza que van de la mano, acompañadas por la apertura de los mercados sin límites. Por eso resulta paradójico, y hasta desmesurado que del mismo sector que cerró la vía política con la implantación del ajuste económico a través de la doctrina de la desregulación, provenga la demanda de mayor liderazgo político.
Por este tipo de reacciones, la estela de desconfianza se expande con facilidad, porque la absorbe una incertidumbre que existe en la base desde hace varias décadas. La desconfianza en las cúpulas respecto a la eficiencia y eficacia del sistema para conectar economía y política, no es que se refleje en el espacio más frontal de la caída de las bolsas, sino que se expresa en la renuencia de esas mismas cúpulas, para admitir que hubo una equivocación radical en no proponer una alternativa al estado de bienestar. Para que el sistema no se detuviera, se ganaron elecciones con el argumento de que democracia y libre mercado podían formar el sistema político correspondiente, forzando la capacidad de las sociedades para absorber el cambio de sistema.
Se ha hecho más visible una falla principal en la adaptación del estado liberal a dos pilares como el autoritarismo económico y la demagogia política, quedando al descubierto el problema central que afecta al estado liberal: no tiene un sistema político sobre el cual se sustente el molde económico propuesto en las tres últimas décadas. Guste o no, los límites del individualismo liberal frente a la cuota indispensable de colectivismo que un proyecto de bien común necesita, con esta crisis se han puesto a prueba.
También se ha llegado a un punto de letanía y desgaste en la elaboración de recetas públicas, debido a la reiterada frigidez en las ideas de los líderes, o al oportunismo desmesurado. El problema mayor es que un gran número está allí porque la gente los vota, formándose un círculo vicioso. Al mismo tiempo hay una renuencia a admitir que el Estado liberal atraviesa por una profunda crisis política cargándole los dados preferentemente a la doctrina económica neoliberal transformada en una limitante como explicación. Este problema que es de fondo, y que parece obstruir la doctrina imperante del emprendimiento, la competitividad y la innovación, estalla precisamente en una crisis financiera que reclama liderazgo político.
Como es esperar, todos los dardos se dirigen a Jefes de Estado con serios problemas de aceptación en sus países. El primero en la lista es George W. Bush, transformado en un icono causa de todos los males en el planeta. Así es la política también, un resorte para la explicación que cómoda. Como el interés colectivo es una abstracción y en el mejor de los casos una utopía, no se concibe una responsabilidad compartida, haciendo que las posibilidades del análisis sean más remotas.
Es útil recordar los comentarios de José María Aznar cuando era presidente. Dirigiéndose a las críticas de Rodríguez Zapatero por la participación de España en la invasión a Irak, decía que “El (Aznar) tenía el mandato de la población y la responsabilidad para velar por el interés de España. Que era mucho más fácil comentar desde la tribuna de un medio”. En pocos días ocurrirían los atentados del 11 de marzo en Madrid, y en escaso tiempo sería derrotado en las elecciones.
En forma parecida, el sistema financiero apoyado por una vasta legión de líderes y con copioso despliegue mediático, ha mantenido por mucho tiempo un escabroso desdén por el comentario. Ahora, al haberse descapitalizado políticamente, palpa bruscamente que la política no era “ni tan simple como creían algunos, ni tan hábil o diestra como creían otros”.
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