Oscar Ugarteche (ALAI)
La crisis financiera del 2008, la crisis mayor de todas las crisis financieras desde hace más de una década tiene elementos de los que hay que sacar lecciones. Cuando se trató de la crisis de México en 1995 al contagio que produjo se le llamó Efecto Tequila, y tenía sabor a resaca. Cuando se trató de la crisis de Tailandia y de Asia, de Rusia, de Brasil y de Argentina, se les llamó contagios, aunque recordamos el efecto tango y el efecto samba.
Cuando se trató de la llamada crisis de las dot.com o crisis de las tecnológicas, no hubo ninguna mención de contagio. Estados Unidos no contagiaba, era la idea. Los contagios eran de bolsas infectadas no de bolsas sólidas. La moneda era esencial para el contagio vía las devaluaciones bruscas. En el caso de Estados Unidos, su moneda no se puede devaluar porque el mundo se relacionaba con el dólar. Entonces lo que ocurría eran apreciaciones frente al dólar.
En esta crisis hemos aprendido que cuando se trata de una crisis mayor de bolsa de Estados Unidos aunada a problemas en la economía, entonces no hay contagio sino que se le llama “crisis global”. La quiebra de la banca de inversión estadounidense y el arrastre de esto sobre las bolsas de valores es una crisis global. No hay contagio sino algo malo en general. Quizás lo que esté malo en general es que todas las bolsas se abrieron para permitir inversionistas del exterior y que cuando éstos se retiran de la bolsa de Nueva York, se retiran de todas las bolsas al mismo tiempo. Esto es acentuado por los actores nacionales que siguen la tendencia.
Lo segundo que estamos aprendiendo es el uso de la palabra “mundial”. Se habla de una crisis bancaria mundial. Hay una crisis bancaria –de inversión, arrastrada por inversiones en derivados crediticios vinculados a hipotecas– en Estados Unidos, España, Irlanda, Alemania, Gran Bretaña e Islandia. Esto es una “crisis bancaria mundial” que requiere del rescate inmediato para evitar el “colapso mundial”. Durante la segunda guerra mundial, los europeos entraron en guerra entre ellos y luego el mundo tomó posiciones. Ese fue un sentido de “mundial”. En el béisbol, hay la “serie mundial” que es básicamente Estados Unidos, México, el Caribe y Japón. Cuando hoy se habla de crisis mundial la referencia es a una crisis estadounidense que se ha contagiado aquellos países con bancos que han estado más expuestos a derivados crediticios vinculados a las hipotecas y cuyos sistemas bancarios han estado aún más desregulados a la americana.
Tercero, cuando el pánico financiero opera, los inversionistas salen de la bolsa de Nueva York, madre de todas las bolsas del mundo y se retiran de todo el resto de las bolsas presionando sobre los tipos de cambio de todo el mundo. Si los bancos centrales no intervienen se puede producir un alza brusca de los tipos de cambio y generar pánico en el mercado de divisas. Si los bancos centrales intervienen, deben estar dispuestos a perder una porción significativa de las reservas con el objetivo que el impacto inflacionario de una devaluación no llegue a la economía nacional.
Cuarto, cuando los inversionistas estadounidenses esencialmente se retiran de los merados del resto del mundo, venden moneda nacional en el resto del mundo y compran dólares de Estados Unidos para regresar a casa mientras piensan dónde y cómo colocan ese dinero mientras pasa la crisis. Eso da el espejismo de un dólar fuerte por un periodo. Como es absurdo un dólar fuerte en una crisis financiera que comienza en Estados Unidos, en el siguiente momento los agentes venderán el dólar y comprarán monedas más sólidas como el yen, el yuan o eventualmente algunas latinoamericanas y por supuesto, oro. El momento cumbre del tsunami cambiario es cuando el dólar aparece fuerte en medio de la crisis. Luego viene el temblor cambiario real del dólar, moneda que tiene el problema económico.
Quinto, cuando hay una crisis bancaria en el mundo que no incluye al G7, son crisis menores. Como efecto de la desregulación bancaria de 1990-92 América Latina se sumió en una crisis bancaria descomunal cuando ocurrió la crisis asiática y el crédito interbancario sufrió un alza en las tasa de interés. El efecto fue la quiebra masiva de bancos entre 1998 y 2002 en todas América latina menos México donde ya se había pasado por la quiebra masiva en 1995. Fruto de esas quiebras las regulaciones se fortalecieron y los requisitos de capital se aumentaron. Entonces aprendimos que los bancos trasnacionales dejan de serlo cuando hay una crisis y que cuando una sucursal quiebra, quien debe salvarlo es el gobierno del país y no la casa matriz. Es decir un banco trasnacional es la mejor inversión, ganas cuando ganas y cuando pierdes en un país, ellos –el gobierno de ese país– te rescata. Las ventajas para un país de tener banca trasnacional entonces quedó matizado.
Sexto, cuando en medio de los vaivenes de México se discutió la necesidad de autorregulación bancaria y de auto supervisión, y se organizó lo que se conoce como Basilea 2, quedó puesto en evidencia primero que el FMI no servía para nada y segundo que los bancos podrían regularse de forma voluntaria, levantar sus requerimientos de capital, moderar sus riesgos, y sobre todo, tener carteras de inversión diversificadas alrededor del mundo para tener estabilidad. Lo que la crisis del 2008 ha mostrado es que bajo este paraguas, se terminó de desregular la banca en los Estados Unidos permitiéndosele unir a la banca de inversión con la banca comercial y a estos se les permitió actuar en todos los mercados del mundo con un producto tóxico que son los derivados crediticios. Nadie se refiere a los derivados crediticios hoy por su nombre sino únicamente como “Toxic waste” (deshecho toxico). Quien más lo hace es el hombre que seguramente más promovió dicho mercado, el ex presidente de Goldman Sachs y hoy secretario del Tesoro encargado de rescatar a los bancos, Hank Paulson (HP).
Séptimo, el ingenioso concepto de que todo tiene un mercado y por lo tanto, un crédito no es un activo bancario sino un título valor que puede ser vendido, llevó a que los bancos comerciales se dedicaran a prestar dinero para hipotecas, entre otras cosas, y luego las vendieran como títulos valor. Las ganancias del banco están en las comisiones por emitir la hipoteca, o la garantía en los casos de otras operaciones colateralizadas. El banco comercial no asume su riesgo crediticio. Muy ingenioso. Luego el concepto de que un banco de inversión, que administra fondos de pensiones, fondos de inversión, fondos de cobertura diversos los podría comprar fue aún más sensacional. Estos no habían prestado sino que invertían en un titulo valor en el mercado. Aún más ingenioso fue crear un mecanismo de seguro que podría cubrir la eventualidad de un impago. Cobrando una prima ínfima por el seguro basada en la probabilidad del impago, en operaciones que las casas de calificación de riesgo han aprobado y tipificado como libre de todo riesgo, era una operación que generaría a las compañías de seguros que entraran a ese mercado, una lonja de riqueza. La idea que ese seguro podría ser vendido como un título valor que los bancos de inversión podrían comprar o que los bancos hipotecarios podrían comprar como parte de su cartera de inversiones fue aún más ingenioso. Finalmente el concepto que ese título valor se podría prendar al igual que todos los demás títulos valor para tomar préstamos para poder comprar más derivados financieros, fue sencillamente la cúspide de la genialidad financiera.
Detrás de toda esa genialidad probabilística modelada con modelos basados en la fisica –porque los mercados funcionan como las ondas sonoras– estuvo la automatización de los mercados. La mano del hombre podría quebrar la perfección de todo este ingenio moderno que servía para brindar ganancias a los inversionistas –fondos de cobertura, fondos de pensiones, fondos de inversión etc.–. Y de pronto alguien tomó consciencia que detrás de todo esto financiero y muy sofisticado operado automáticamente, había una casa y que si el precio de esa casa baja, las garantías quedan sin respaldo y el sistema se cae. Y se cayó con la ayuda de los sistemas automatizados.
La octava lección es que cuando todos los mercados están interconectados, todos los mercados se caen juntos y los sistemas nacionales que redujeron la irracionalidad del mercado mayor, se caen más bruscamente que los otros. Aquellos que mantuvieron a sus sistemas financieros más regulados y mejor capitalizados resienten el efecto mucho menos. Aquellos donde no se hicieron inversiones en derivados financieros, quedan inmunes. Las compañías de seguros que compraron los derivados, quebraron, en Estados Unidos, en Japón y en Inglaterra.
La lección final es que la ansiedad por tener ganancias financieras alejadas de la producción y la creencia que eso podría permanecer de forma estable culmina cuando es evidente que todo tiene un precio en esta vida y que no hay ganancias sin riesgos. En ese momento regresa el Estado a salvar, rescatar y luego regular y nacionalizar y se vuelve a teorías económicas más vinculadas a la producción y la distribución y menos al intercambio. Del libre cambismo de Marshall y Pigou pasamos a Keynes, y de Hayek, el consenso de Washington y Monte Pelerin pasaremos a bancos comerciales que asuman sus riesgos, sistemas regulados globalmente, una legislación financiera global, y sobre todo, un banco central global y una supervisora de bancos global. La autorregulación ha muerto, y con ella Basilea 2. El Consenso de Washington yace en un campo afuera del cementerio religioso, como los suicidas.
octubre 10, 2008
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