febrero 25, 2008

Mitin de villanos favoritos al pie de la gran torre de Pemex

Consignas en puentes, luego de concluir el acto de AMLO

La contienda interna del PRD se traslada a Marina Nacional


Jaime Avilés / La Jornada
Y la gente se quedó con ganas de más. Al término del acto frente a la torre de Petróleos Mexicanos (Pemex), diversos contingentes se apostaron sobre el puente vehicular de Marina Nacional –pero también debajo de éste– ondeando sus banderas y gritando consignas rimadas para los automovilistas que pasaban en ambos sentidos por el Circuito Interior.

Al reconocer, por ejemplo, un transporte de soldados que se dirigía a Chapultepec, muchos empezaron a gritar: “¡Vio-la-do-res, vio-la-do-res!”, sin que los uniformados voltearan siquiera a verlos. Y ante ciertos coches de lujo, que algunos identificaban con de los conservadores que detentan el poder, se alzaban puños embravecidos y las gargantas vibraban con gritos airados.

Fiel a la costumbre de portar cartulinas con fotografías y razonamientos que ironizan o resumen los conflictos políticos en boga, tal como lo hace desde la marcha del 24 de abril de 2005 en contra del desafuero de Andrés Manuel López Obrador, en esta ocasión la gente acudió con leyendas y dibujos alusivos al nuevo secretario de Gobernación, Juan Camilo Mouriño, para el que llovieron mentadas y rechiflas, así como para el ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano y para su hijo, el ya ex gobernador de Michoacán, Lázaro Cárdenas Batel.

Pero el que concentró en torno de sus rojas mejillas el máximo repudio de los asistentes fue el senador perredista Carlos Navarrete, a quien muchas veces, tanto cuando llegó como cuando se fue, aquellas personas que lo veían de cerca le gritaban con furia, blandiendo el puño: “¡Traidor!” Y de nuevo, “¡traidor!” Y al rato, “¡traidor, traidor!”

En el ánimo de la concurrencia –que la prensa de derecha estimó en 5 mil personas, la policía capitalina en 11 mil y los organizadores en 20 mil– estaba muy presente la batalla interna del Partido de la Revolución Democrática, que elegirá a sus nuevos dirigentes el próximo 16 de marzo. De allí que, soplando silbatos y ayudándose de altavoces, no pocos grupos externaran su rechazo a la corriente de Jesús Orterga y Jesús Zambrano gritando: “Encinas sí/ chuchos no/ Encinas sí/ chuchos no”.

Esos mismos grupos, y junto con ellos los pejeviejitos y los militantes sin partido, se enardecieron cuando en el templete, frente a las oficinas centrales de Pemex, tomó la palabra el diputado Javier González Garza para fijar la postura de los legisladores de su partido (PRD) y de las otras dos fuerzas que integran el Frente Amplio Progresista (FAP), el Partido del Trabajo y Convergencia, en la perspectiva de la nueva lucha política que se inicia.

En cuanto el nombre de González Garza abandonó las bocinas que había por todas partes, para entrar en los oídos de la gente, una significativa rechifla comenzó a subir de intensidad obligando al mismísimo López Obrador a intervenir para rogarle “tolerancia” al público, a fin de que el orador en turno pudiera leer su mensaje.

Sólo gracias a este espaldarazo el político regiomontano –quien junto con Ruth Zavaleta y 42 diputados perredistas más votó en favor de la primera versión de la reforma judicial, o ley Gestapo, a finales del año pasado– logró anunciar su intención de participar en la batalla por la defensa de Pemex, “ganando el debate técnico y moral”, impulsando en todo momento “acciones de resistencia pacífica preventivas de la violencia que podría estallar si la privatización se consuma”, y declarando desde ayer por la mañana una “alerta legislativa”, en preparación de otras acciones para el momento en que llegue al Palacio Legislativo de San Lázaro el proyecto de privatización de la industria petrolera.

En cambio, quien subió al templete a cosechar aplausos y sonrisas del gentío fue la senadora tabasqueña Rosalinda López Hernández, quien llevaba el grato encargo de leer los puntos del plan de lucha –cercar las cámaras de Diputados y de Senadores, bloquear las carreteras, los aeropuertos y, en el peor de los casos, llegar al paro patriótico nacional–, que el movimiento encabezado por López Obrador emprenderá para evitar la entrega de Pemex a intereses privados.

“Como que se necesitan medidas más radicales, ¿no cree usted?”, preguntó a La Jornada una elegante señora de clase media, trepada en el puente de Marina Nacional media hora después del mitin. “No sé, tomar Los Pinos pacíficamente, algo que de veras les duela a estos panistas”, añadió quitada de la pena.

Su indignación era espejo de la que externaban, arriba y abajo del puente, aquellos que agitaban sus enormes banderas mexicanas repitiendo, como miles y miles lo hacen a gritos, desde septiembre de 2006: “Es un honor estar con Obrador”. Al mismo tiempo, una estudiante universitaria repartía volantes para dar a conocer que horas más tarde partiría rumbo a Texas una caravana de sindicalistas que tratarán de reunirse con el precandidato demócrata a la presidencia estadunidense, Barack Hussein Obama, para pedirle que haga un pronunciamiento sobre la situación política de México.

Y muchos otros activistas llamaban a todas y a todos a reunirse mañana martes, frente a la Cámara de Diputados, a exigir que se deseche la reforma judicial, que López Obrador criticó al final de su discurso recordando que, “entre otras barbaridades, pretende desaparecer garantías individuales que consagra la Constitución General de la República”

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