marzo 12, 2009

Ojalá y algún día…

María Teresa Jardí / poresto.net

Dos veces me tocó participar, en el CERESO de Juárez, la primera, y en la cárcel de LA TUNA, en Texas, la segunda, siendo delegada de la PGR en Chihuahua, en un intercambio de reos.
La primera vez fue vergonzosa para México la entrega. Los mexicanos que optaban por regresar a cumplir su sentencia a una cárcel mexicana venían bañados y bien comidos, vestidos con pants recién estrenados y calzados con tenis nuevos y en bolsas de viaje impecables guardaban las pertenencias que traían consigo.
Los estadounidenses que optaban por irse lo hacían en shorts y con una camiseta, que de tan viejos daban grima, calzados con sandalias de plástico para baño y en bolsas de las que dan en el supermercado para guardar las compras llevaban lo poco que tenían.

La segunda vez, enterado el Procurador General de la República, Jorge Carpizo, por mí, de lo vergonzosa que era la entrega de los que aceptaban irse, se entregaron en las mismas condiciones, es decir, con ropa nueva, calzados apropiadamente y con una mochila recién comprada también para el intercambio.
Se puede decir, sin mentir, que hay pocas cárceles peores que las mexicanas en el mundo por lo que toca al hacinamiento, ínfima atención a la salud, pésima comida, nula limpieza, en fin, por lo que toca a las condiciones mínimas de vida digna. Pero tampoco las hay más benignas. En las cárceles mexicanas todo se vale y todo se puede porque las reglas son dictadas por la misma corrupción que impera desde la cabeza aplicadora del sistema.
Aceptan irse los norteamericanos porque saben que van a salir inmediatamente. Y en cambio nuestros compatriotas que aceptan regresar, para estar cerca de la familia, tienen garantizada su internación hasta cumplir cabalmente su condena.
El presidio de LA TUNA es un penal de baja seguridad, en el que todos los reos trabajan. Hacen pinceles, cepillos, escobas… productos con cerdas que el gobierno compra para no competir con las empresas privadas que venden lo mismo. En LA TUNA hay salas de descanso donde lo mismo pueden los presos distraerse con juegos de mesa que ver la telebasura. El comedor es un restaurante de autoservicio donde comen juntos los presos, los guardias, el director y las visitas. Tienen, por tener, hasta máquinas que expiden comida chatarra y bebidas de cola con las que a futuro les aseguran la diabetes. Pero ahí lo que impera es la disciplina y cualquier trasgresión es castigada con dureza.
Desde siempre, está visto, en la firma de los tratados para el intercambio de reos. Que no extradición. Para eso tendría que pesar sobre la francesa, acusada de secuestro aquí, acusaciones de delitos cometidos en su país y su país tendría que solicitar por los canales adecuados la extradición y de todas maneras aunque se concediera la misma antes tendría que cumplir su sentencia aquí.
Los que piensan votar el 5 de julio, si algún ciudadano queda con intenciones de hacerlo, no estaría mal que recordaran que es regalo de los legisladores que carísimos le cuestan al erario, que sólo se representan a ellos mismos en función de sus propios intereses y en función de los intereses de las dirigencia podridas de sus respectivos partidos, son un lastre que sólo sirve para aprobar leyes en contra de los mexicanos.
En México se acepta, en el caso de los presos mexicanos que se acojan al intercambio de reos, que todos los países tienen en beneficio de sus connacionales, el que los mexicanos que llegan de otro lugar, mal defendidos y a veces falsamente acusados también, cumplan aquí íntegras las condenas dictadas por jueces de otro país sin que en México se les pueda restar ni un día a las condenas impuestas. Muchos, de los que aceptan venir desde La Tuna al CERESO de Juárez, son indígenas que ni a defensa llegaron y el resto no tuvo para pagar una buena defensa. El sistema mexicano todo lo permite contra los mexicanos. A los gobernantes mexicanos, tan apátridas, no les importa que se les hayan violado o no sus garantías individuales y jurídicas en el lugar que hace la entrega, mientras que en los Estados Unidos de Norteamérica, como ahora sabemos que también ocurre en Francia, y seguramente con toda Europa, se revisa, como debería hacerse, también aquí, por su propio aparato judicial la validez procesal desde la acusación hasta la sentencia, pudiendo dar por concluida la sentencia en caso de encontrar que se violaron los derechos del preso que debido a esa violación se convierte también en una víctima.
El asunto de la francesa es distractivo, frente a las cabezas cortadas que sí son asunto de los mexicanos. Pero ojalá y nosotros algún día tengamos gobernantes que, como Sarkozy, se tomen la molestia de ir a abogar por compatriotas nuestras como Lucía Moret o aunque sea por los criminales mexicanos a modo del sistema presos en otros lugares del planeta.

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