mayo 06, 2009

¿Qué sigue a la bancarrota del capitalismo neoliberal, según Hobsbawm?

Bajo la Lupa
Por Alfredo Jalife-Rahme / La Jornada

Son tiempos de serenidad y meditación cuando los grandes pensadores (nota: que conste que enfatizamos, primero, que sean “pensadores” y, luego, “grandes”) del planeta ponderan los alcances de la desglobalización, como es el caso del historiador marxista británico Eric Hobsbawm (EH) en su luminoso articulo “El Socialismo fracasó. Ahora el Capitalismo ha quebrado. ¿Qué sigue?” (The Guardian; 10.4.09) que sintetiza así: “independientemente del logo (sic) ideológico que se adopte, el viraje del mercado libre a la acción pública necesita ser mayor de lo que los políticos captan”.
EH no es un vulgar propagandista, como cierto tipo de seudo-historiadores mexicanos, muy bien amamantados por el sistema neoliberal desde hace 27 años y quienes acaban haciendo publicidad de Cemex y/o se convierten en amanuenses del presidente en turno. EH es considerado, con justa razón, como el icono contemporáneo de la historia occidental del siglo 19 (y eso que es un fenómeno en su conocimiento del siglo 20).
Deja atrás al siglo 20, con todas sus calamidades, cuando “su idea básica que dominó la economía y la política desapareció patentemente en el desagüe (sic) de la historia”, y critica que los humanos “no hayan aprendido todavía cómo vivir en el siglo 21”.

Demuestra que el pensamiento que dominó en el siglo 20 “a las economías industriales modernas era en términos opuestos mutuamente excluyentes: capitalismo o socialismo” con sus respectivas economías, una descontrolada de libre-mercado capitalista (que “se derrumba ante nuestros ojos en la mayor crisis del capitalismo global desde la década de los treinta”) y, otra, de planificación estatal centralizada (que “se derrumbó en la década de los ochenta, al unísono de los sistemas políticos comunistas europeos”).
Aduce que la presente crisis es mucho mayor que la de los treinta debido a “la globalización de la economía, que no estaba tan avanzada como ahora, y que tampoco afectó a la economía planificada de la URSS”.
Cuando “aún se ignora la gravedad y la duración de la presente crisis”, lo seguro es que asistimos “al final del capitalismo de libre-mercado que capturó (sic) al mundo y a sus gobiernos desde Margaret Thatcher y el presidente Reagan”. Pues sí: baste ver a la manada de neoliberales mexicanos como muestra de botón global.
Coloca en relieve la “impotencia (sic)” de los adherentes tanto a “un capitalismo de mercado, puro y sin estado, un género de anarquismo burgués internacional”, como a “un socialismo planificado descontaminado de la búsqueda del lucro privado”. Ambos abordajes ideológicos se derrumbaron y ahora es tiempo de ver “al futuro que pertenece a las economías mixtas (sic) en las que se encuentran entrelazados lo público y lo privado”. La “economía mixta” es uno de los escenarios de nuestro libro “Hacia la Desglobalización”.
Considera que tal entrelazamiento de lo público y lo privado representa “un problema” para la izquierda contemporánea. No lo dice explícitamente, pero se deduce que a la “izquierda del siglo 21” le urge salir de su confusión economicista en la que se entrampó para encabezar el movimiento de salvación de la biosfera y de todos los seres vivientes de la creación. Tal es, a nuestro juicio, la enorme diferencia entre una izquierda aldeana y acomodaticia que remeda la “competitividad” neoliberal, con la izquierda biosférica y humanista del siglo 21 donde el ser humano prevalece, por encima de la entelequia del mercado, como el eje central de la ecuación integral de la creación.
El insigne historiador marxista no padece nostalgia por el socialismo soviético al que fustiga por sus “fallas políticas” y su “creciente lentitud e ineficiencia en sus economías”, sin subestimar “sus impresionantes logros sociales y educativos”.
Desde la caída de la URSS al presente, cuando “hasta los partidos social-demócratas o partidos moderados de izquierda en los países del capitalismo norteño y Australasia estaban comprometidos al éxito del capitalismo de libre-mercado”, era “impensable que un partido o líder denunciara al capitalismo como inaceptable”, lo cual se ejemplifica por el “Nuevo Laborismo británico” de Blair y Brown que son óptimamente descritos “sin exageración” como “unos Thatcher con pantalones”. Agrega que lo mismo se puede decir del partido Demócrata de EU.
Lo más sencillo consistiría en regresar a la “caja de herramientas” del “Viejo Laborismo” y reiniciar las nacionalizaciones, “como si supiéramos qué hacer” cuando “aún se desconoce cómo superar la presente crisis”.
A su juicio,”una política progresista necesita más que una gran ruptura con los suposiciones económicas y morales de los pasados treinta años. Se requiere un regreso a la convicción de que el crecimiento económico y su afluencia constituyen un medio y no un fin. El fin es lo que se consigue en las vidas, en las transformaciones y en la esperanza de la gente”. ¡Genial!
Enuncia lo que pudiésemos definir como uno de los preceptos del manifiesto humanista del siglo 21: “La base de la política progresista no es maximizar el crecimiento económico y el ingreso personal” que debe ser “aplicado primordialmente para lidiar con la crisis ambiental lo cual, independientemente del logo ideológico personal, significa un mayor viraje del libre mercado hacia la acción pública”.
La “prueba” de una política progresista “no es privada, sino pública, no solamente elevando el ingreso y el consumo para los individuos,sino ampliando las oportunidades y lo que Amartya Sen denomina las capacidades de todos a través de la acción colectiva”, lo que significa una “iniciativa pública no-lucrativa, aún si sólo redistribuye la acumulación privada”. Agrega una frase primorosa: “las decisiones públicas deben estar destinadas al mejoramiento social colectivo en el que todas las vidas humanas deben beneficiarse”.
A nuestro juicio, al capitalismo neoliberal le falta la poesía que le sobra al socialismo biosférico y humanista del Siglo 21. El grave problema de la desregulada globalización radica en que los países son gobernados, no por estadistas, sino por apparatchiks de la nomenklatura contable y financiera de las trasnacionales depredadoras, actividades que en la historia de las grandes civilizaciones (términos que hay que rescatar frente a la devastación barbárica del neoliberalismo global) siempre fueron ocupaciones menores frente al generoso desprendimiento de la meditación filosófica y las invaluables aportaciones de la ciencia pura, que juntas condicionan la sapiencia universal.
La crisis de la desregulada globalización financierista es peor que un fracaso de un paradigma económico: es el derrumbe axiológico y metafísico de la otrora civilización occidental que feneció en los avernos especulativos de los Sodoma y Gomorra post-modernos de Wall Street y la City.

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