MARTA LAMAS
Uno de los tantos horrores que vivimos en México es la ausencia de un debate parlamentario verdaderamente político, que supere el pragmatismo y el inmediatismo de las discusiones en la Cámara de Diputados. Descorazona la esterilidad de muchas de las intervenciones de nuestros legisladores e irrita la frivolidad de otros. De ahí la importancia de devolverle a la tribuna su sentido como espacio para tratar los grandes problemas nacionales, y no sólo para pedir recursos, insultar al adversario o montar show. Por eso me parece notable lo ocurrido el martes 27 de octubre, cuando se discutió abiertamente un hecho político que, aunque no le compete directamente a esta Legislatura, afecta a todo el país: el aborto.
Es indiscutible que toda protección a la vida es loable y necesaria. Pero proteger la vida es un valor universal que acepta excepciones (la legítima defensa, el aborto, la eutanasia y la guerra, entre otras) y no debe utilizarse como una argucia jurídica contra el derecho a interrumpir un embarazo. En las reformas que se han dado en Baja California, Campeche, Colima, Durango, Guanajuato, Jalisco, Morelos, Nayarit, Oaxaca, Puebla, Querétaro, Quintana Roo, San Luis Potosí, Sonora y Yucatán, dicha “protección” es un eufemismo dirigido a impedir el aborto legal tal como existe en el Distrito Federal. O sea, dicha “protección”, que va “hasta la muerte natural”, no está dirigida a otorgar real “protección” a las embarazadas que desean tener a sus criaturas (mediante seguros de desempleo, apoyos en atención médica u otros) ni a proteger a las personas de los accidentes de trabajo o de tránsito, por ejemplo. Estas reformas parecen dirigidas básicamente a complacer a la jerarquía católica.
No estuve presente en la discusión del 27 de octubre en la Cámara de Diputados, pero Iván Pedroza me envió la versión estenográfica por correo electrónico, con un breve comentario: “Al inicio, la sesión parecía una simple declaración de principios sobre el tema, pero el PAN recogió el guante y se subió a hacer gala de prejuicios y de su ofensiva confusión entre la moral privada y la ética republicana. Ese fue su principal error, que comete tan a menudo: pintar como exterminadores de fetos a quienes plantean la libertad de elegir. No te pierdas la alocución sentimentalona de Salazar Sáenz sobre el ultrasonido de su hija ni la disertación preescolar de Paz Gutiérrez Cortina (alias Paz Fernández Cueto) sobre los huevos de las tortugas. No dejes pasar el impío sarcasmo de Fernández Noroña (cuya estridencia encarna una voz de protesta largamente contenida en la representación política y hoy más necesaria que nunca), los argumentos republicanos de Porfirio Muñoz Ledo ni los dilemas éticos que planteó Laura Itzel Castillo. La única intervención del PRI, a cargo de Ana Estela Durán, defendió el Estado laico y argumentó a favor del derecho a decidir de las mujeres; supongo que la ambigua posición de ese partido hizo que nadie más se atreviera a treparse a la tribuna. Suficiente pobreza ideológica exhiben sus gobernadores al dejarse mangonear por la non sancta Iglesia”.
La versión estenográfica que recibí cuenta con 21 cuartillas a renglón seguido, no tiene desperdicio y la comentaré próximamente. ¿Por qué el Canal del Congreso sólo se ve por televisión restringida (Cable, Sky, televisión directa vía satélite… distintas tecnologías)? Según datos de la Comisión Federal de Telecomunicaciones que abarcan hasta junio pasado, hay 7 millones 346 mil 657 suscriptores en el país (aproximadamente 7% de la población). Es criminal la falta de espacios de reflexión y discusión razonada y, encima, ¡el Canal del Congreso resulta elitista! En nuestro país, hasta en la última ranchería hay televisores. ¿Por qué no hay una señal pública que transmita a todos los rincones lo que ocurre en el Congreso?
En el caso del aborto, una razón de peso es que en el debate público la derecha pierde. A principios de los noventa asistí a varios programas televisivos sobre el aborto. Uno, el de Nino Canún –Y usted... ¿qué opina?–, duró de las 10 de la noche a las cuatro de la mañana. La votación del público estaba mayoritariamente a favor de la despenalización. Y así en cada mesa redonda que se televisaba. ¿Qué ocurrió entonces? La jerarquía católica presionó a los empresarios y éstos amenazaron con retirar su publicidad si se hablaba de aborto. ¡La censura impulsada por las buenas conciencias llamadas “A favor de lo Mejor por México”!
Pero no se puede tapar el sol con un dedo. Y lo único bueno es que estas reformas están sacudiendo conciencias: ya 650 mujeres de distintos estados se han amparado contra ellas, y se siguen organizando más; unas jóvenes feministas han establecido el Fondo María para pagar el traslado al Distrito Federal de las compatriotas que necesitan abortar; un gobernador priista, Natividad González Parás, usó su veto para frenarlas en su estado; y la diputada Beatriz Benavente, de San Luis Potosí, logró que 10 diputados del PRI, uno del PRD y uno del PT plantearan una acción de anticonstitucionalidad contra la reforma ¡desde el propio Congreso potosino! Todo hace pensar en el dicho “no hay mal que por bien no venga”.
Supuestamente los legisladores tienen la responsabilidad de organizar su labor defendiendo principios, socializando ideas, creando opinión política y propiciando un aprendizaje cívico. Pero si no hay debate público, ¿qué posibilidad existe de ampliar horizontes o cambiar perspectivas? ¿De qué sirve que uno o dos partidos arrasen con “levantadedos”, de espaldas a la sociedad, si no hay verdadera deliberación y real interés en ir al fondo de los problemas?
noviembre 06, 2009
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