Ricardo Andrade Jardí / Poresto
De la noche a la mañana se pasó de la duda al miedo. La incapacidad y la costumbre de no decir las cosas como son, las medias verdades de nuestra política nacional siguen haciendo su trabajo: desvirtuar la información, acrecentar la duda, generar temor y provocar caos.
Pero igual la alerta epidemiológica no deja de ser una curiosidad más de nuestra folclórica cultura.
Y mientras tanto, en el estado gobernado por el “góber precioso”, presunto protector de pederastas, la represión sale a la calle y los enfrentamientos entre la fuerza bruta, es decir, pública y los campesinos, que protestan por el despojo de sus tierras en aras de ensanchar una carretera.
Como siempre, los vehículos antes que las personas, habitantes de una comunidad a la que cada elección llegan los candidatos a prometer que “ahora sí se les cumplirán sus demandas”, que no son otra cosa que elementales derechos y que después de la elección son nuevamente abandonados a su suerte: sin servicios, sin recursos, sin justicia, pobres de siempre que sólo son demagogia en el discurso de la IMPUNIDAD impuesta por el “góber precioso”.
Y la pregunta vuelve a ser la misma: ¿Cómo ocuparnos de lo importante cuándo lo urgente aflora inconteniblemente?
Nos dicen que estemos alerta. Las noticias no son otras que las de la influenza porcina. Más casos allá, menos acá, diez días lo mínimo, nuevos reportes, es incontenible, no hay razón para la alarma; el bombardeo no cesa.
Y de los mineros de Cananea ya no se dice nada. Serán noticia cuando la represión cobre nuevamente su cuota. Y también los más de cien años de prisión con los que la (in)justicia mexicana ha condenado a los ejidatarios de San Salvador Atenco dejan de ser una noticia importante incluso por lo escandalosa, para dar paso al travestismo mediático que hoy se traduce en la influenza, de la que al parecer tendrán la culpa los pobres cerdos, a alguien hay que culpar, y los cerdos no podrán defenderse, es la lógica del cinismo, es decir: la norma del sistema.
Suponiendo, sin conceder, que la epidemia exista, ¿por qué nadie se pregunta de dónde viene realmente el virus? ¿Por qué son jóvenes fundamentalmente los afectados? ¿Cuántos de los jóvenes, hoy muertos por la influenza, estuvieron en contacto con lo cerdos? Si realmente se trata de un virus ¿existe una vacuna precisa? ¿A quién favorece el consumo de pánico? ¿Se justifica el decreto usurpador de declarar un estado de emergencia que le permite el control y manipulación absolutas del Ejército, pese a que esa medida en nada controle la presunta epidemia? ¿A quién tenemos que creer, al Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC por sus siglas en inglés) de Estados Unidos, a la Organización Mundial de la Salud (OMS), al desgobierno usurpador, al gobierno del D.F., a la Casa Blanca o al dúopolio telecrático?, pues todos dan información diversa, imprecisa en muchos casos y poco coincidente entre cada una.
Sin duda muchas de las respuestas a estas preguntas abrirán un esperado debate sobre nuestro impuesto estilo de vida y las consecuencias que éste tiene sobre el ecosistema...
La pandemia, si no salió de un laboratorio, puede ser la respuesta de la naturaleza a un sinfín de estupideces de nuestra parte, si salió de un laboratorio, entonces nos enfrentamos a la respuesta que el capitalismo busca para salir de la crisis que lo tiene al borde de la quiebra: el exterminio de una buena parte de la humanidad. Suena terrible, pero el salvajismo capitalista es capaz de eso y de mucho más.
Y de todas formas, con o sin epidemia, es el momento para cuestionarnos sobre si es esto lo que queremos, si es así como queremos vivir o mejor empezamos a cambiar definitivamente el rumbo, la decisión es nuestra, a ellos dejémoslos con sus alertas y sus caos.
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