Jorge Lara Rivera / PORESTO
“¡Dios qué buen vasallo si oviese buen señor!”
Poema del Mío Cid, anónimo español del siglo XI
Llega con la descorazonadora noticia de la caída del índice de productividad nacional (3.7%), la más pronunciada desde hace varios años, el reporte sombrío del Fondo Monetario Internacional acerca de una demora en la ansiada recuperación de los mercados que pueda permitir salir de dificultades globales –las cuales, según el axioma y otras tristes experiencias en fenómenos parecidos, resultan de más difícil salida en la medida de si coincide crisis financiera y recesión económica, tal y como ocurre ahora–, ajustando los pronósticos a un posible inicio en las postrimerías del 2010, pero cuya resolución tomará varios años.
Esto contrasta con los optimistas pronunciamientos del Banco de México, prematuros en demasía, en el sentido de que ha advertido “algunos signos de estabilización” en la economía global.
Al reducir 75 puntos la base de la tasa de interés interbancaria (de 6.75% a 6%), la quinta vez en cinco meses, el propio Banco de México corrobora la información de los especialistas, aceptando que se hace necesario otro ajuste en sus alegres cifras respecto a proyecciones anuales que hizo acerca de la actividad económica interna, especialmente lo concerniente al porcentaje de decrecimiento en el Producto Interno Bruto y a los porcientos en tasas de inflación y desempleo, más al alza de lo que creía.
Los datos mandan con cajas destempladas de vuelta a cubículos, estudios, despachos y oficinas a ilusos que sobreestimaron el ambiente reinante a comienzos de semana con el repunte contingencial de la Bolsa y una aparente recuperación del pesito, coincidentes con el entusiasmo que suscitara el anuncio del endeudamiento externo, exponenciado por el efecto Obama, pasado el cual, la realidad, más terca que mula, recuerda ásperamente a todo mundo la volubilidad del tipo cambiario del peso, su volatilidad, mismo que cerró el viernes con 13 centavos menos de valía ante el dólar que la víspera enrachada.
A propósito, todavía no se ha hecho uso ni siquiera de un centavo de la línea de crédito autorizada a nuestro país por el Fondo Monetario Internacional –los cacareados 47 mil millones de dólares–, pero México ya tiene que pagar cargos en concepto de apertura del crédito. ¡Sí, de veras, se ha endeudado al país con una pía, filantrópica y altruista institución!
¿Todavía habrá quien crea sinceramente en el “blindaje como nunca antes” y “el buen manejo” gubernamental “de nuestra economía”?
Y hablando de piedad, altruismo y filantropía, o más adecuadamente: de sus negaciones, por estos mismos días, mientras la fraternidad franciscana de Izamal ha buscado hacer las paces con su pasado, ofreciendo disculpas a los mayas (son sólo palabras y si las aceptan será bajo su propio riesgo) por los abusos de la forzada evangelización del siglo XVI y los crímenes de fray Diego de Landa, Felipe Arizmendi Esquivel, alias el “obispo”, gerente para San Cristóbal de las Casas, Chiapas, de la transnacional del miedo, la culpa y el pecado, ha reincidido –vía declaraciones publicadas– en sus muestras de intolerancia, autoritarismo, fanatismo y doblez moral, enmascaradas bajo una aparente preocupada conmiseración por la suerte espiritual que correrán los ateos, para dar paso al alardeo de presunta religiosidad y falseados fundamentos científicos –autorreferenciales– de la “resurrección” del nazareno, y terminar cayendo, de nueva cuenta, en la arrogancia de la supuesta superioridad moral y el irrespetuoso y obsoleto expediente del dogmatismo etnocentrista. Si de veras es lo que piensa: ¡Cuánta limitación!, ¡pobre alienado! Si sólo es otro fingidor: ¡fariseo, hipócrita!, ¡que la sangre de las víctimas caiga sobre él!
Mientras del Senado a la Cámara de Diputados parece tomar cuerpo el nuevo deber regulatorio del Banxico con respecto a las tarifas de comisiones bancarias y las tasas de interés del crédito que cobra la banca, incluso con multas para ésta y procesos de responsabilidad para los funcionarios de aquél si no intervienen, tras el vaho de las palabras, ausente ya el hombre que vino del Norte y como nube se fue al Caribe, nada se ha conseguido de su cita, sino una vaga esperanza de que se propondrá al Congreso estadounidense una reforma migratoria (algunos “analistas” hasta creyeron ver un espejismo donde Janet Napolitano y Antonio Plácido –el director de la CIA– la traían bajo el brazo para comentarla con sus homólogos nacionales), pero sin explicar de qué modalidad sería, ni comprometer –ni por asomo– fechas de un calendario verificable.
Entonces, ¿de qué sirvió que la Secretaría de Relaciones Exteriores, en su prisa por hacerse la agradable al visitante, ofendiera a los coordinadores de las fracciones parlamentarias de los partidos del Trabajo, Verde Ecologista, Alternativa y Convergencia, con la rudeza torpe de desinvitarlos al convivio con el distinguido huésped?
Encima –y todavía resuenan las carcajadas provocadas con la inoportuna ingenuidad mostrada por el titular del Ejecutivo federal en este encuentro– tras su anuncio de que entregó al dignatario huésped ¡doscientos! proyectos relativos a propuestas de coparticipación para desarrollar binacionalmente como fuentes para crear empleos a ambos lados de la zona fronteriza; de los cuales (lo precisó también él mismo) se habían concentrado en seis, uno siente pena ajena.
¡Vaya novatez! Qué pobre sentido del “tempo” en las relaciones, qué provincianismo. Y peor aún, qué lastimosa noción de dignidad mostrada. ¿Por qué se permitió este desliz la Canciller?
Ahora sí, como reza una canción de moda –“Que te quería”– del conjunto hispano La Quinta Estación, en Relaciones Exteriores seguro laméntase y se la menta “que sigo la misma tonta que todavía espera verte sonreír,/ que todavía sueña verse junto a ti/ ”, y “Ahora te veo y aunque lo intento/ no se me olvida/ que eras tú el que no creía/ en las despedidas,/ Que sigo siendo la misma tonta que entre tus sábanas se perdía/ a fin de cuentas no soy distinta de aquella idiota que te quería.”
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