Carlos Monsiváis
14 de marzo de 2010 / El Universal
El espectáculo se centuplica. Se discute el pacto que a lo mejor fue secreto durante 24 horas donde el PAN se abstenía de aliarse con el PRD en el Estado de México y el PRI se comprometía al apoyo de la reforma fiscal de Calderón. Eso fue el principio durante dos o tres días, y luego la Cámara de Diputados se convirtió en un reality show, con la peculiaridad de la demolición del sonido, una legión se precipita al encuentro de la frase que no llega sustituida por un triste lugar común, los oradores repiten una y otra vez lo que hace un siglo quizá era una novedad, los legisladores atienden muy a ratos, el fastidio retumba, cada diputado procura sentirse aludido para intervenir “por alusiones personales”, las interpelaciones son la prueba, la única al alcance, de que alguien escucha, las descalificaciones se emiten en pro del carácter teatral de la política.
Alguien le atribuye al opositor lo que éste no dijo pero podría decir, o lo que éste sí dijo aunque ya lo había dicho antes; los participantes procuran indignarse para extraer de su repertorio la respuesta iracunda que los justifique ante la historia o ante otro periodista que esté presente. En materia de citas, el personaje ubicuo de estas sesiones no es el PAN ni el PRD ni el PRI; es el “agente social” siempre mencionado desde el siglo XIX, el Pueblo, la entidad que sólo cobra forma si un diputado la evoca con tal de conmoverse y ganar tiempo para ver si encuentra el tema que justifique su presencia en tribuna.
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Así va la retahíla en un debate a mil caídas en la Cámara de diputados:
—¿Qué cuentas le vamos a dar al Pueblo?/ Aquí falta entre nosotros el que tanto espero de nuestra presencia y el que ahora le damos igual aunque lo representamos vivo o muerto, hablo del Pueblo, señores, a él me refiero, compañeras./ El triste espectáculo que estamos dando nos obliga a pedirle perdón a los que sufren, a los que no tienen empleo, a los que no consideramos en esta lucha, al Pueblo que tanto confía en nosotros y al que tanto hemos desconocido./ Es una vergüenza lo que aquí sucede, nos peleamos y perdemos el tiempo que deberíamos usar para crear empleos…
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Lo más penoso del asunto es la calidad de las intervenciones. A diferencia de otras legislaturas, esta vez, en su mayoría, no vienen de la relación con colectividad alguna, muchos hacen planes por si no ligan algo en 2012, por lo menos terminar su doctorado, no son pocos los que han tenido (y tienen) empresas bajo su responsabilidad, un buen número egresó de universidades privadas, han sufrido con la dignidad del héroe las acusaciones de enriquecimiento ilícito, son hijos de la Generación del Esfuerzo Para Qué, ya no hablan tanto de sus compadres sino de sus compañeros de generación. Y responden a las ventajas del destino con el gesto de suficiencia que tan adecuadamente capta la cámara de televisión…
Lo más común: cambiaron a los seguidores por los asesores y a los maestros por cursos en dvd, localizan sus escuelas de conducta política casi sin darse cuenta, educan su voz en la escuela del hablar recio y sin noción alguna de ritmo, creen ser irónicos cuando que ni siquiera se asoman al sarcasmo, manejan sus manos en tribuna como si duplicaran los gestos de los oradores de 1940, lanzan su mirada vigorosa para dominar a la muchedumbre que va a llegar tarde. Son políticos porque de algún modo debe llamárseles, se entrenan en pos de la furia instantánea que brota al subir a la tribuna o al intervenir desde sus curules, y pertenecen al tiempo político ignorante de la forma y vacío de contenido.
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La hora de los sacrificios rituales. Los priístas descubren casi al unísono el origen de la ingobernabilidad: Calderón proviene de la ilegitimidad, él se robó las elecciones; los panistas se entusiasman ante las fragilidades de Peña Nieto, el gobernador de vitrina. Una y otra vez priístas, panistas, perredistas y petistas se cercioran de que el país o la sociedad o el sistema político se están viniendo abajo. Lanzan voces de alerta y en donde pueden instalan el abismo y previenen: por aquí no debe avanzar la Patria, aquí fue donde la impunidad mató a los valores que nos quedaban, si damos un paso más la nación se quedará sin sus defensores más aguerridos. Insisten: lo que estamos viviendo en esta Cámara y en este sistema de partidos es insoportable, ignominioso. Abundan los rostros del ceño patriótico y la risa sin antecedentes ni consecuencias. El tedio unifica y la necesidad de sacudir a la nación aleja los bostezos.
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La novedad no es el agotamiento del discurso, el término inevitable; la novedad es la certeza de que alguien, en este momento, quizás en alguna oficina de gobierno, posiblemente en el cubículo de un politólogo, está viendo la transmisión en vivo en el canal del Congreso. Se le ceden al equipo televisivo las responsabilidades de la historia, aunque a media hora de iniciada la transmisión la historia sale del recinto y sólo quedan, qué fastidiosos, los deberes partidarios y los gestos de personalidad iracunda por si la cámara los busca. La dirigente del PRI en la Cámara se aburre intensamente aunque, quizás, no evita dar noticia de su ánimo consternado. Los panistas se burlan del gobernador que quiere ser Presidente; los priístas sacan a relucir el fraude de 2006; los mensajes inaccesibles al ignaro (yo, por ejemplo) cruzan y se alojan en donde se debe; la antigua noción de respeto a los poderes yace indefensa.
¿Qué se vive? Elija usted, tú eliges: ¿el fin de una época, el fin de un sistema, el fin de un falso sistema parlamentario, el fin de la política que los analistas desentrañan cada semana, el fin de las oposiciones y las imposiciones leales, el fin de la eficacia de la mentira “en lo oscurito”, el fin de artículos indagatorios como el presente? Las especulaciones van de un lado a otro, nadie apuesta por temor a ganar, sube a la tribuna el diputado a fin de cuentas anónimo, baja de la tribuna el brioso legislador al que nadie felicita, los politólogos de oficio y los improvisados hacen cálculos sobre el vencedor aunque nadie duda de la identidad del vencido: la sociedad. Mira que pactar para denunciar, ahora viene la hora del polígrafo (¿no sería más adecuado un sismógrafo?), la mera idea de someter a la clase política a la prueba de la verdad es tan angustiosa que notifica la distancia que hay entre una etapa de la demagogia donde los conceptos vibraban como si fueran fuegos de artificio, y otra etapa del descaro impune donde no hacen falta los conceptos, ya sustituidos por las acusaciones.
Si hay tal cosa como la nota roja de las intervenciones, los denuestos y las imputaciones. Las sesiones en la Cámara de Diputados son de la nueva nota roja, donde no hay que buscar al culpable sino al inocente, que varios habrá, incluso en esta legislatura. Un diputado del Estado de México afirmó: “Peña Nieto vendrá a esta Cámara a tomar posesión en 2012”. Los panistas defienden con algo parecido a la tibieza a Felipe Calderón. ¿Qué caso tienen las pruebas de lealtad exacerbada en el instante del abandono colectivo de la racionalidad democrática?
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