Apuntes
Guillermo Fabela Quiñones
No ver ni escuchar lo que pasa alrededor es señal manifiesta no sólo de soberbia, sino de una desmesurada irresponsabilidad. Vale tal afirmación por la actitud asumida por Felipe Calderón ante una realidad que demanda plena atención por el cúmulo de problemas que amenazan el futuro de los mexicanos. En igualdad de circunstancias está la cúpula de la Iglesia Católica, al no darse cuenta de la gravedad que conlleva echar leña al fuego con su llamado a desconocer una normatividad legal, independientemente del tema que aborda. Así se están propiciando condiciones que frenan un positivo desarrollo de la convivencia civilizada que conviene apuntalar para eliminar nuevas tensiones sociales.
Calderón sigue con su terquedad de que “vamos por la ruta debida” para lograr que el 2010 sea el año de la recuperación, cuando es un hecho incontrovertible que como vamos lo único que se habrá de conseguir es ahondar los graves problemas económicos y sociales que tanto están lastimando a la sociedad mayoritaria. A los análisis hechos por diversos organismos internacionales, que demuestran lo mal que va la “administración” de Calderón, se acaba de sumar uno de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), donde advierte que México “experimenta dificultades para emprender su recuperación”.
Es así, vale insistir en ello, porque no hay voluntad para impulsar medidas anticíclicas que hubieran sido la mejor medicina ante las enfermedades tan graves que padece la economía mexicana. Al contrario, se profundizó la estrategia neoliberal que tanto daño ha causado al país desde hace casi tres décadas, con lo que se debilitó aún más la capacidad del aparato productivo para hacerle frente a la emergencia que se suscitó el año pasado con la crisis del capitalismo a nivel mundial. Ahora se están pagando las consecuencias, que nos colocan en el peor sitio entre las naciones latinoamericanas en lo que concierne a crecimiento económico y tasas de inflación y desempleo.
De ahí que estén en su punto las condiciones objetivas para que la nación se convierta en un polvorín, que acabaría con la poca gobernabilidad que aún nos queda, toda vez que a los problemas económicos a los que no se les ve salida, se están sumando situaciones sociales de suma gravedad, como lo es sin duda que cada año cerca de un millón de jóvenes que entran a la edad en que demandan trabajo, no lo encuentren y la única alternativa más a la mano sea engrosar el ejército de reserva de la delincuencia organizada. Tal clima social y económico, en otro contexto histórico, se vivía cuando el alto clero católico promovió la Guerra Cristera que enlutó miles de hogares innecesariamente.
Es falso que a la Iglesia Católica se le quiera “prohibir hablar en nombre de Jesús”. Nadie en su sano juicio se atrevería a semejante desaguisado, que contravendría uno de los postulados básicos de toda democracia: el derecho de todo ciudadano a tener las creencias que quiera. Lo que es inadmisible es que esta institución religiosa se escude en la religión para tratar de influir en el rumbo político del país. Y más grave aún es que incite a desobedecer el marco legal vigente, argumentando que “tampoco podemos obedecer primero a los hombres y sus leyes antes que a Dios”.
Por supuesto, tal disyuntiva es falsa, pues no estamos en una teocracia de corte medieval. En el Evangelio de San Mateo (6:24), está muy bien explicada la supuesta dicotomía en que está la Iglesia Católica: “Ninguno puede servir a dos señores; porque aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas”. El papel de los sacerdotes debería ubicarse únicamente en el terreno espiritual, sin embargo no es así como lo demuestran los hechos. De ahí la importancia del laicismo como fórmula idónea para garantizar la libertad de cultos, y asimismo para evitar que la Iglesia Católica quiera asumir posturas que no le corresponden, aduciendo una persecución que no existe.
Con todo, ante la inexistencia de un Estado que garantice el laicismo, se explica el interés en aprovechar una coyuntura favorable, con el fin de lograr posiciones hegemónicas en el control de una feligresía obnubilada por males sociales cada vez más graves. Tal situación es en extremo delicada, más aún porque Calderón parece no darse cuenta del riesgo de que se concatenen las causas que llevaron al desencadenamiento del sangriento conflicto que dividió aún más a los mexicanos. Sería una calamidad apocalíptica que México se sumara a los países que viven guerras de carácter fundamentalista.
gmofavela@hotmail.com
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