Laura M. López Murillo (especial para ARGENPRESS.info)
En algún lugar de la realidad, las costumbres han configurado la geografía social donde coexisten los vicios y las virtudes; por eso, existe un espacio para todas las expresiones de la condición humana, desde las sublimes hasta las perversas...
Históricamente, todas las sociedades han reconocido la existencia de diversos grupos, con funciones específicas y expresiones distintivas. Así surgieron los ámbitos identificados por la antropología social: el clero, la milicia, la política, la academia, la cultura y el pueblo, pero también surgió la ilegalidad. Circunscrita a las zonas de tolerancia, la esfera de la ilegalidad albergó a indigentes y mendicantes, vagales y maleantes, delincuentes y viciosos.Cada una de las actividades debería realizarse dentro de un espacio exclusivo y específico, sin intervenir en los demás y sin permitir incursiones ajenas. Coexistieron en armonía, cada cual en su esfera respectiva: el Estado, la religión, la cultura, la ciencia y la academia, pero también el vicio y el placer.
La gran diferencia entre las actividades socialmente aceptadas y las ilícitas se ha ubicado en su difusión: las virtudes siempre han sido públicas y se ostentan en los grandes paseos y avenidas; mientras los vicios siempre son privados y se mantienen en la oscuridad de los callejones.
Pero la perversión no sólo se manifiesta en el ámbito de la ilegalidad: se han realizado abusos aberrantes bajo la aureola de la religión, tras bambalinas, en la sombra de la política y con el pretexto de la fama.
La esfera de la ilegalidad cobró un poder inusitado debido a la dualidad de la condición humana y a su capacidad para impregnar subrepticiamente a los demás esferas. Porque los seres humanos tenemos una extraña aptitud: somos capaces de crear y percibir lo sublime, pero también somos aptos para la degradación.
En su columna en el diario El País, Mario Vargas Llosa declaró que la lucha contra el narcotráfico en México no se ganará militarmente y argumenta que la despenalización de las drogas es el único remedio. Disiento. Considero que después de una sangrienta e infructuosa cruzada nacional, pero antes de despenalizar las drogas, es necesario un liderazgo real, una figura de autoridad capaz reconocer la diversidad social que establezca los límites de los paseos y los callejones.
Sólo así se recuperará la armonía, y en el balance podrán compartir la realidad tanto los justos como los bandidos, los ignorantes y los cultos, los políticos y los ciudadanos, los creyentes y los herejes… configurando la geografía social donde coexisten los vicios y las virtudes, delimitando un espacio para todas las expresiones de la condición humana, desde las sublimes hasta las perversas…
Laura M. López Murillo es Lic. en Contaduría por la UNAM. Con Maestría en Estudios Humanísticos, Especializada en Literatura en el Itesm.
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