por Josè Luis Calva / El Universal
La inoperancia del sistema bancario para cumplir sus funciones sustantivas en el desarrollo económico de México se ha evidenciado una vez más durante la crisis económica de 2009. Así, al mal manejo de la política monetaria frente a la crisis (véase entrega del 7/I/10), se agregó la disfuncionalidad de la banca: las tímidas y tardías rebajas de la tasa objetivo de fondeo bancario del Banco de México no se tradujeron en descensos correlativos de las tasas de interés que pagan los usuarios de crédito.
En efecto, mientras la tasa de interés objetivo se redujo en siete golpes de timón de política monetaria desde de 8.25% anual al cierre de 2008 hasta 4.5% a partir de 17 de julio de 2009, las tasas de interés cobradas por la banca a los deudores hipotecarios —según la Asociación de Bancos de México (ABM)—, apenas se redujeron de 11.1% en diciembre de 2008 a 10.9% en octubre de 2009 (último dato disponible), es decir una reducción de dos décimas de punto porcentual, contra una rebaja de 3.75 puntos porcentuales en la tasa primaria de fondeo. Para los créditos empresariales, la tasa de interés promedio disminuyó de 11.6% a 8.8% (1.8 puntos porcentuales); y para los créditos al consumo la tasa de interés no se redujo, sino que aumentó de 28.5% a 29.7% anual en el mismo lapso.
Para colmo, los cobros adicionales a usuarios de crédito por comisiones y diversos servicios bancarios, en vez de reducirse, se incrementaron. Según cifras de la ABM, los ingresos netos de la banca, diferentes de intereses, representaron 36% de sus ingresos netos por intereses en 2008, mientras en 2009 fueron 52.2%.
¿Y qué ocurrió con las tasas de interés pagadas por los bancos a depositantes? De acuerdo con el Banco de México, el costo de captación a plazos en moneda nacional, que en diciembre de 2008 era 7.2% anual, descendió a 4.16% anual en igual mes de 2009, de modo que el descenso en estas tasas sí acompañó el descenso de la tasa primaria de fondeo: 3.04 y 3.75 puntos porcentuales, respectivamente. (De forma agregada, el costo porcentual promedio de los pasivos bancarios decreció de 6.02% anual a 3.42% en igual periodo).
La conclusión es obvia: el descenso de la tasa objetivo de fondeo bancario sirvió para incrementar los márgenes de intermediación bancaria, pero no para estimular la actividad económica vía aumento del consumo privado derivado de un descenso efectivo de tasas de interés. Además, cercenó ingresos por intereses de mexicanos de clase media que tienen depósitos bancarios, sin beneficio para el crecimiento económico.
No es extraño, por ello, que en medio de la más profunda caída del PIB mexicano desde la Gran Depresión, las ganancias agregadas del sistema de banca múltiple se hayan incrementado. De acuerdo con cifras de la Comisión Nacional Bancaria y de Valores, las utilidades netas del sistema bancario ascendieron a 49 mil millones de pesos en los tres primeros trimestres de 2009, lo que significó un incremento en términos reales de 2.3% respecto a igual periodo del año previo.
La disfuncionalidad de la banca en México tiene también otras relevantes aristas. Baste recordar que la causa primordial de la disfuncionalidad del sistema, incluidos los extravagantes márgenes de intermediación y de los abusivos cobros por servicios bancarios, radica en que el supuesto básico del fundamentalismo financiero de libre mercado —a saber: una competencia perfecta en el sistema bancario, donde todos los bancos son tomadores de precios y ninguno puede influir decisivamente sobre ellos— es sólo un dogma, no una realidad. Lo que en verdad ocurre en nuestro sistema financiero es la presencia de una importante falla de mercado, derivada de la elevada concentración de recursos en unos cuantos bancos de carácter oligopólico.
Por eso, no sorprende que en un estudio dado a conocer la semana pasada, el Centro de Estudios Económicos del Sector Privado haya observado: “el sistema financiero mexicano no ha fungido como propulsor del crecimiento económico”. De manera específica, “el acceso a servicios bancarios sigue siendo limitado, el sector tiene un comportamiento un tanto oligopólico y la rentabilidad del sector es considerablemente elevada para los estándares internacionales” (El Financiero, 14/I/09 y Milenio, 14/I/09). Este es el punto.
Por el bien de México, es necesario desechar el fundamentalismo de mercado y someter al sistema bancario a mayores regulaciones prudenciales —incluso sobre márgenes de intermediación, comisiones y otros cobros por servicios bancarios—, favoreciendo así las funciones de la banca en el desarrollo económico. Hay que entenderlo: los tiempos del neoliberalismo llegaron a su fin con la crisis desatada por Wall Street.
Investigador del IIEc de la UNAM
enero 21, 2010
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