Arturo Alcalde Justiniani
Se afirma con razón que buena parte de los llamados pesimistas son en realidad, optimistas informados. El escenario con el que iniciamos este año es poco alentador y todo indica que se verá agravado en los próximos meses porque muchas de las medidas que afectan negativamente la calidad de vida de la población surtirán sus efectos diferidos. Los últimos días del año que concluye fueron particularmente difíciles para muchos trabajadores que sufrieron despidos, terminación de sus contratos temporales y cambios en sus condiciones de trabajo. El creciente ejército de los contratados por honorarios o subcontratados desconoce si su empleo será renovado, por lo que inicia el año en condiciones de angustia familiar.
Hoy mismo, se aplica un incremento más a las gasolinas, que tendrá efectos inflacionarios y por tanto, sobre la capacidad de compra de la población. Quizá lo que más profundiza el pesimismo es que no se vislumbran cambios orientados a resolver las causas que generan postración. Existe una gigantesca resistencia a evaluar con objetividad resultados, cambiar rumbos, crear nuevas instituciones, escuchar a los especialistas y aprovechar las experiencias internacionales.
En el plano económico, durante el 2009 se mostraron los efectos de una crisis mundial sin precedentes en más de medio siglo; sin embargo, a pesar de ello, muchos países han reorientado su política interna para reducir el impacto negativo y lograr incluso crecimiento económico que es fuente esencial de cualquier recuperación a través del empleo, el mejoramiento salarial y la protección social. En nuestro país el saldo anual es frustrante al confirmarse un decrecimiento de nuestra economía del orden del 7 por ciento. Se dice fácil, pero atrás de cada decimal hay miles de empleos perdidos, familias afectadas, jóvenes sin futuro. También hoy se confirma la pérdida de más de un millón de empleos y un incremento enorme de la deuda del gobierno federal y de la externa del país. Por lo que se refiere a la primera, el endeudamiento neto total de la Federación cerró en alrededor del 25 por ciento en proporción al producto interno bruto.
La recomendación de reorientar la economía para fortalecer el mercado interno es constantemente desoída por quienes repiten y repiten recetas cuyo fracaso ha resultado evidente. Esta afirmación se confirma en la vida cotidiana de la población, los ejemplos sobran. Si hablamos de autosuficiencia alimentaria, observamos como se ha destruido el campo por la falta de apoyos a la gente que produce y la apertura indiscriminada a productos importados. Si nos referimos a infraestructura básica, basta recordar cómo entregamos los ferrocarriles al sector privado. Atendiendo a nuestra privilegiada situación con amplios litorales, podríamos ser una potencia pesquera, pero este sector como muchos otros se encuentra en pleno abandono; esto lo puede comprobar cualquier consumidor cuando acude al supermercado en donde es prácticamente imposible adquirir cualquier especie nacional a precios accesibles. Nos estamos acostumbrando a consumir producto chino o vietnamita porque sus precios son reducidos.
En el plano social, el incremento de la pobreza es prueba suficiente para acrecentar el pesimismo. Hoy, las familias sin recursos para cubrir necesidades elementales están imposibilitadas de tener una vida digna; frente a esta realidad, no hay discurso que valga. El salario que ha sido históricamente un instrumento básico para dinamizar las economías y favorecer los mercados internos, decrece permanentemente. La reciente decisión de incrementar los salarios mínimos en un 20 por ciento menos de la inflación esperada agregará un golpe más a la economía popular y tendrá efectos negativos en las revisiones de los contratos colectivos que serán particularmente complicadas.
El tema de la inseguridad y la criminalidad siguen ocupando un lugar destacado en el panorama nacional. También en esta materia estamos entrampados en un círculo vicioso que difícilmente será roto si no se enfoca el problema de manera distinta, reconociendo las causas que lo generan y rediseñando sustancialmente las estrategias para lograr el respeto al estado de derecho. La impunidad es evidente cuando observamos nuestras cárceles repletas de infractores menores referidos a delitos patrimoniales, mientras los grandes delincuentes gozan de cabal salud.
El día de ayer entró en vigor una etapa más de la nueva ley de seguridad social del sector burocrático. Esta reforma se presenta como uno de los pocos triunfos del gobierno federal, sin embargo, sin desconocer que esta legislación requería actualizarse en razón de los cambios poblacionales y de incremento en las expectativas de vida, su carácter privatizador tendrá efectos negativos que cada año se mostrarán con mayor rudeza.
Para el próximo mes se anuncia una iniciativa de ley de reforma laboral por parte del Ejecutivo Federal. Sin tener como excusa que se trata de un acuerdo de los sectores productivos, el Ejecutivo y su partido comprometerán su prestigio en esta materia. Está por verse qué tanta congruencia conservarán frente a los viejos compromisos de contar con un modelo laboral sustentado en una justicia imparcial, una concertación auténtica entre trabajadores y patrones y la posibilidad de una recuperación democrática por parte de los trabajadores frente a sus sindicatos. En esta materia difícilmente podríamos ser optimistas en tanto no se resuelvan con justicia y equidad los conflictos de los trabajadores electricistas y mineros, que exhiben en blanco y negro el verdadero rostro de la política laboral del régimen.
Es claro que la única manera para fortalecer nuestro optimismo es participando activamente como sociedad, en cada uno de nuestros espacios, para lograr algo que es absolutamente posible atendiendo a los recursos naturales, humanos y a nuestro rico patrimonio cultural: avanzar hacia una sociedad más justa, sustentable y responsable para que el inicio de los próximos años sea motivo de buenos augurios.
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