septiembre 27, 2009

Tendencias actuales en la investigación mexicana de la comunicación de masas

José Carlos Lozano
jclozano@itesm.mx
Tecnológico de Monterrey, Campus Monterrey
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La investigación de la comunicación de masas en México, a cuatro décadas del inicio formal de las escuelas de ciencias de la comunicación, presenta significativos avances en diferentes áreas del campo, pero continúa reflejando importantes lagunas e insuficiencias.
¿Qué es lo que sabemos con cierta certeza gracias a las contribuciones de los teóricos y los investigadores mexicanos de la comunicación de masas en los últimos cuarenta años? Dada la dispersión de los estudios, la falta de continuidad en los mismos, las limitaciones metodológicas y la frecuente ausencia de diálogo y reflexión entre los diferentes enfoques y corrientes de pensamiento que adoptan sus actores, es muy difícil responder en concreto a esa pregunta.
Este trabajo inicia con una revisión de las principales corrientes teóricas que guiaron la investigación mexicana desde los años sesenta hasta nuestros días, citando algunas de sus conclusiones más sobresalientes y a algunos de los académicos más representativos en cada una de ellas. Una vez realizado este recuento histórico, se plantea una posible agenda de investigación para el corto, mediano y largo plazo que permita subsanar algunas de las omisiones en el estudio de la comunicación de masas en México.



De principios de los sesenta a principios de los ochenta
Durante los sesenta y los setenta, los académicos mexicanos privilegiaron el análisis de la concentración de la propiedad y el control de los medios desde abordajes vinculados a la teoría de la dependencia y del imperialismo cultural. Más desde el ensayismo y la recopilación de datos secundarios que desde la investigación empírica, dichos teóricos documentaron con claridad los patrones de concentración de las industrias culturales mexicanas, mostrando el predominio de los condicionantes económicos, políticos e ideológicos sobre los sociales o los establecidos por el marco jurídico. La conclusión a la que se llegó, así, fue típicamente acerca de la subordinación de los medios de comunicación a los intereses de las clases capitalistas foráneas o nacionales y la transmisión en sus contenidos de ideología dominante (Esteinou, 1982). La gran mayoría de los artículos y libros consistía en ensayos ampliamente documentados en bibliografía marxista, con la inclusión ocasional de datos secundarios sobre la integración vertical y horizontal de conglomerados mediáticos específicos (Trejo Delarbre, 1985), la inversión publicitaria, el dominio de agencias extranjeras del mercado nacional (Bernal Sahagún, 1978), o la relación y dependencia de medios mexicanos con transnacionales (Reyes Matta, 1977).
En los setenta aparecieron textos de teorías de la comunicación de masas como el de Toussaint (1975) y el de Paoli (1977), que presentaban un panorama muy esquemático, a tono con la época, dividiendo los enfoques en tres grandes apartados: el funcionalismo, el estructuralismo y el marxismo, sin establecer matices claros ni diferencias entre los enfoques al interior de cada uno de ellos.
Asimismo, a fines de los setenta y principios de los ochenta surgieron algunos análisis de contenido de revistas femeninas (Cruz y Erazo, 1980), historietas cómicas, y otros medios, todavía desde las mismas posturas teóricas. Fueron trabajos que combinaban las teorías críticas marxistas o estructuralistas con análisis de datos primarios, algo novedoso en los trabajos de corte marxista en el país, aunque las estrategias metodológicas no quedaban muy claras o no se consideraba necesario explicitar. Los hallazgos de estas investigaciones permitieron demostrar en el contenido de los mensajes la existencia de visiones ideológicas a favor del capitalismo y la representación estereotipada de la mujer. Si bien un tanto simplistas por las características de las teorías empleadas (para estos años Hall, 1979, ya había planteado desde Birmingham su influyente modelo de encodificación-decodificación, aclarando que los mensajes eran polisémicos y también incluían significados alternativos y Morley, 1992, ya había realizado su famoso estudio sobre las lecturas de Nationwide), estos trabajos constituían un avance en la academia mexicana marxista, al documentar en el texto lo que se presuponía en sus procesos de producción y circulación, como lo habían hecho una década antes Dorfman y Mattelart (1978) con las historietas del Pato Donald.
Pese a la cercanía con Estados Unidos y a la existencia de escuelas de comunicación pertenecientes al sector privado, la investigación desde enfoques funcionalistas fue muy escasa durante todo este periodo, destacando solitariamente los estudios en la segunda mitad de los setenta de Fernández Collado, Baptista y Elkes (1986) apoyados en la teoría de usos y gratificaciones, la cual ya tenía para entonces alrededor de 15 años de desarrollo en los Estados Unidos. No hubo quien, sin embargo, aplicara en México los enfoques teóricos surgidos a fines de los sesenta y principios de los setenta en Estados Unidos –y en boga a partir de ese tiempo en el país vecino--, como el establecimiento de la agenda, el análisis del cultivo y el aprendizaje social, que reconsideraban los efectos de los medios visualizándolos a largo plazo, en las cogniciones y en forma indirecta. Tampoco hubo quien retomara las preocupaciones sobre la violencia en la televisión y la estudiara ya fuese desde perspectivas funcionalistas como las anteriores, o desde alguna perspectiva crítica o estructuralista. Tampoco durante este periodo se observa interés por aplicar las teorías relacionadas con la sociología de las profesiones o de la producción de noticias (newsmaking) que se trabajaban a fines de los setenta y principios de los ochenta tanto en el enfoque positivista (Sigal, 1978), como en el crítico (Golding y Elliott, 1979) y hasta el fenomenológico (Gans, 1980; Tuchman, 1978).
Pese al radicalismo de los trabajos mexicanos de principios de los sesenta a principios de los ochenta, y el poco trabajo empírico que los acompañaba, podríamos concluir que permitieron clarificar las vinculaciones de los medios con el poder económico y político prevaleciente, documentando en buena medida la manera en que los medios habían crecido y cómo habían desarrollado estrategias de integración vertical y horizontal. Precisamente durante la década de los ochenta, investigadores como Sánchez Ruiz (1984, 1985), Arredondo y Sánchez Ruiz (1986), Aceves, Arredondo y Luna (1991) así como Fernández Christlieb (1982, 1991), realizaron trabajos más maduros y sólidos metodológicamente en esta misma línea, principalmente sobre la televisión y la radio, moviéndose de los análisis un tanto más simplistas de la teoría de la dependencia o del imperialismo cultural hacia lo que vendría convirtiéndose en México en el enfoque de la economía política crítica. Sus análisis sobre los propietarios, la formación histórica de los grandes conglomerados de medios, su vinculación con el poder y sus condicionantes publicitarios, proporcionaron datos y conocimientos más puntuales y extensos que los ofrecidos por los debates más ensayísticos de los años anteriores.

La década de los ochenta
La década de los ochenta marcó la aparición de nuevas líneas críticas de investigación, en especial las que posteriormente se denominarían “estudios culturales” o “análisis de la recepción” en el contexto internacional. Investigadores como Jorge A. González (1981, 1987), Néstor García Canclini (1987, 1989), Jesús Martín Barbero (1987 y 1988) y Guillermo Orozco (1988, 1989) plantearon nuevas consideraciones teóricas sobre las audiencias y se comprometieron a fondo con exploraciones empíricas de las mismas. González (1987) incorporó al debate conceptos más flexibles y complejos del marxismo, como la teoría de la hegemonía de Gramsci y las consideraciones de Cirese y otros antropólogos sobre las culturas subalternas. García Canclini (1990), en líneas paralelas a González, retomó autores como Gramsci y Bourdieu y desde la antropología social desarrolló estudios sobre las audiencias y las culturas populares que terminarían siendo muy influyentes en toda América Latina. Orozco (1988a), por su parte, se apoyó en las bases teóricas del campo de la educación y en los desarrollos de la investigación internacional en comunicación sobre la actividad de las audiencias para aplicar el concepto de las mediaciones, incorporando preocupaciones sobre el papel mediador de los padres y los educadores en la apropiación de los mensajes televisivos, entre otros elementos importantes a considerar. Para principios de los noventa ya se producían algunas investigaciones empíricas en estas líneas adicionales a las de estos tres autores, como las de Reguillo (1994), Renero (1992) y Lozano (1990/91 y 1992).
En la segunda parte de los ochenta y primera de los noventa se observó una incipiente preocupación por analizar las rutinas productivas, valores profesionales y condicionantes organizacionales de medios de comunicación (González Molina, 1985, 1986, 1988), así como el acceso desigual de partidos políticos y candidatos a los medios informativos, principalmente en los procesos electorales (González Molina, 1990; Arredondo, Fregoso y Trejo Delarbre, 1991, Aceves, 1993). Surgieron también algunos estudios aislados sobre los medios de comunicación en la frontera norte, de carácter más bien descriptivo (Iglesias, 1985; Lozano, 1991; Malagamba, 1986; Toussaint, 1990).

La década de los noventa y principios del siglo XXI
La década de los noventa y los inicios del siglo XXI han mostrado una tendencia más ecléctica y diversa. La línea de economía política continúa con autores como Sánchez Ruiz (1999, 2005), Esteinou (1994, 2003), Crovi (1995a), Casas (2002, 2003), Lozano (2003a y 2004) entre otros, quienes siguen documentando los procesos de concentración de los medios, su relación con el poder económico y político, las políticas nacionales así como los procesos de liberalización, desregulación y privatización tanto en relación con los medios masivos de comunicación como con las tecnologías de la información y la comunicación. Sánchez Ruiz (1999), por ejemplo, proporciona un diagnóstico puntual de las consecuencias negativas para la producción de cine nacional generadas por la asimétrica articulación de México al mercado estadounidense. Para el investigador tapatío, la industria cinematográfica de nuestro país se encuentra inmersa en un proceso acelerado de contracción, concentración y transnacionalización que amenaza con su virtual desaparición y urgen políticas públicas integrales como las canadienses que antepongan la protección del espacio audiovisual y del mercado interno y la industria cinematográfica nacional a la lógica del neoliberalismo a ultranza. Por su parte, Crovi (1999) y Lozano (2003ª) analizan los cambios experimentados por el sector audiovisual mexicano a partir de la firma del Tratado de Libre Comercio (TLC) y llegan a conclusiones muy similares. El TLC no ha hecho más que darle continuidad a las políticas neoliberales adoptadas desde 1982 por los gobiernos mexicanos y los cambios sólo han representado una subordinación explicita de los productos audiovisuales a las alianzas de los capitales transnacionales.
Los estudios culturales y de análisis de recepción también continúan desarrollándose ampliamente, con la consolidación o incorporación de investigadores como Reguillo (2002, 2003), Renero (1997, 2000), Calles (1999), Lozano (2000, 2001a, 2003b), Covarrubias (1998), Covarrubias, Bautista y Uribe (1994), Gómez (2004), Pedroza (2001, 2004), Huerta (2004), entre muchos otros, sin que González (1998, 2003), García Canclini (2004a) y Orozco (2000) hayan dejado de publicar en este campo. Renero (1992), en esta línea, ha estudiado la mediación materna en la recepción televisiva para identificar su influencia en las apropiaciones y los aprendizajes que los niños obtienen de la programación, así como usos y apropiaciones de series norteamericanas por parte de adolescentes y jóvenes y más recientemente sobre las audiencias de los talk shows. Lozano, por otra parte, exploró en 1999 la integración de la TV en la vida cotidiana de audiencias diversas en las ciudades de México, Guadalajara y Monterrey y en especial la influencia de variables socioeconómicas como la edad, el sexo y la clase social en las preferencias programáticas. Dentro de este proyecto, discutió la influencia de dichas variables en las preferencias y las opiniones y lecturas sobre noticieros nacionales y locales de TV (Lozano, 2000, 2001ª) y analizó el grado de distanciamiento crítico de las audiencias frente a sus programas favoritos. Calles (1999), por su parte, ha abierto en los últimos años una nueva línea de investigación dentro de este campo, al estudiar la forma de desarrollar una cultura democrática desde la recepción, a través de un alfabetismo de medios que promueva en ellos habilidades para desentrañar los significados del conocimiento y que les permita tomar conciencia de que todos los códigos de interpretación están socialmente estructurados (p. 65). García Canclini y Martín Barbero siguen de líderes en este campo, El primero ha discutido en los últimos años cómo reconstruir el papel del Estado y de la sociedad civil para asegurar el futuro de la multiculturalidad, de la participación competitiva de las industrias latinoamericanas en el mercado mundial y del predominio del interés público en los contenidos y flujos de los medios, cómo promover una ciudadanía supranacional y llevar contenidos mediáticos a audiencias diseminadas en múltiples regiones del mundo (García Canclini, 1995 y 1999), así como reflexiones teóricas interdisciplinarias entre la antropología, la sociología y la comunicación que permitan “reconocer las diferencias, corregir las desigualdades y conectar a las mayorías” (García Canclini, 2004b). Martín Barbero, por su parte, ha incursionado en temas como la massmediación de la política, en el que rechaza que sean los medios los únicos culpables de la banalización de la política y donde argumenta que los primeros deberían de servir de puente entre los saberes expertos y los saberes sociales, entre la comunicación y la política (Martín Barbero, 2001). Asimismo, el teórico colombiano ha reflexionado sobre la globalización y el descentramiento de los saberes, los territorios y los relatos, así como la necesidad de evitar el “autismo epistémico” que pretende aislar a los estudios comunicacionales de las ciencias sociales frente a los retos de explicar su papel estratégico en la configuración de los nuevos modelos de sociedad (Martín Barbero, 1999, 2002). Orozco, por su parte, participó en una investigación mundial coordinada por Klaus Jensen identificando los “súper temas” en las audiencias de noticieros nacionales de televisión, generando datos muy valiosos sobre estos públicos tan ignorados en los estudios de recepción televisiva (Orozco, 1988; Orozco y Medina, 2000). Más recientemente, el investigador tapatío ha abierto una nueva línea de investigación, el estudio de las pantallas, incluyendo el análisis empírico del uso de los videojuegos por parte de niños y adolescentes (comunicación personal, junio 2005).
Por primera vez de una manera más clara y sistemática han empezado a surgir nuevas líneas de investigación, vinculadas a corrientes teóricas distintas a las que tradicionalmente se habían presentado en el país. Cervantes (1996a, 1996b, 2000 y 2005), y Hernández (1991, 1997), acompañadas en menor medida por Lozano (1993, 1994a) trabajan de manera permanente la línea de la sociología de la producción de noticias (newsmaking), iniciada en los ochenta de manera un tanto solitaria por González Molina. Los estudios de políticas de comunicación y legislación de medios, siempre presentes aunque de manera marginal en décadas anteriores, se han consolidado con los trabajos de académicos como Casas (2002, 2004) y Villanueva (1998a, 1998b, 2005). En líneas un tanto parecidas a las anteriores se pueden mencionar los trabajos de Gómez Mont (2000), Islas y Gutiérrez (2000) y Casas (2000), pero aplicados a las TIC´s, analizando las políticas, marcos legales y el funcionamiento de estas tecnologías.
La comunicación política, por otro lado, también sigue siendo abordada en estos años, aunque principalmente desde el análisis de cobertura y acceso en los procesos electorales (Aceves, 1998, 2000; Lozano, 2001b; Lozano et al., 2001, Toussaint, 2000). Gracias a la contundencia de los datos arrojados por estos monitoreos de cobertura, organismos no gubernamentales y partidos políticos han podido denunciar y enfrentar con mayores éxitos la desigualdad y el favoritismo de los medios. No hay, sin embargo, trabajos empíricos consistentes que incorporen en forma plena enfoques y preguntas de investigación de corrientes internacionales como las de establecimiento de la agenda, espiral del silencio, economía política y sociología de la producción noticiosa. Una línea novedosa y muy relevante en este campo ha empezado a explorarse a través de Vega (2000 y 2004): el papel de la televisión como mediadora de la participación política de las audiencias, en especial de las amas de casa. Mediante entrevistas en profundidad y grupos de discusión, Vega exploró la relación que dichos grupos sociales establecen con los contenidos televisivos relacionados con los procesos electorales, llegando a conclusiones muy similares a las obtenidas por otras investigaciones empíricas basadas en los estudios culturales: las amas de casa negocian activamente los mensajes políticos de la televisión y llegan a sus propias conclusiones sobre los candidatos y sus proyectos. Otra línea relativamente nueva en el ámbito de la comunicación política es la de la espectacularización de la información electoral y el papel de la televisión en las estrategias de mercadotecnia política, ejemplificada por trabajos de Esteinou (2004), Lozano (2001b y 2005), Reséndiz (2002), Sánchez (2004) y Valdez Zepeda (1999; 2001, julio-agosto), entre otros.
También en estos últimos trece años se ha ido consolidando una línea mexicana de investigación en comunicación internacional, con los trabajos de Casas (2002), Crovi (2002), García Canclini (1996), Gómez (2004), Lozano (2004), Martínez (2003), Martínez y Lozano (2005) y Sánchez Ruiz (1996), entre otros. Casi todos estos trabajos se han concentrado en el análisis de los flujos, documentando el equilibrio o desequilibrio del movimiento de películas, programas de televisión, videos, música y noticias entre México y los Estados Unidos y Canadá, como el proyecto Monarca, coordinado en México por Crovi (1995b) y en Quebec por Tremblay. Son sumamente escasos los análisis de contenido cuantitativos o cualitativos sobre los significados presentes en las importaciones o en los propios programas de manufactura nacional (Lozano, De la Fuente, Garza y Treviño, 1999), o sobre los procesos de consumo y apropiación de dichas importaciones por parte de los públicos nacionales (De la Peña, 1998; Lozano, 1994b, 2003b; Sánchez Ruiz, 1994/95), pero algo se ha avanzado en esta línea permitiendo concluir que el proceso de recepción de las audiencias mexicanas está lejos de ser simplista y pasivo, pues presentan patrones muy complejos de preferencias en su consumo de medios (películas estadounidenses, noticieros, comedias y deportes mexicanos, música extranjera y nacional, etc.), de acuerdo a variables como el nivel socioeconómico, la edad y el sexo.

Agenda para los próximos años
Como se puede observar en las secciones anteriores, las únicas dos líneas de investigación que se trabajan de manera consistente, con profundidad teórica y con un cierto número de investigadores son las relacionadas con la economía política crítica y con los estudios culturales. Aún en estas dos grandes líneas, sin embargo, hay muchas lagunas y muy poca acumulación de evidencias y reflexiones. Otros enfoques sobre la comunicación de masas, tanto desde perspectivas positivistas (establecimiento de la agenda, análisis del cultivo, espiral del silencio, sociología de la producción de medios) como desde perspectivas críticas o alternativas (sociología crítica de la producción de medios, análisis de la recepción, estudios culturales específicos sobre lecturas ideológicas de las audiencias por parte de diferentes tipos de públicos), se trabajan muy escasamente o son ignoradas por completo por los académicos mexicanos.
¿Qué se requiere entonces para que el campo de la comunicación de masas en México se consolide y expanda? ¿Cómo subsanar las lagunas y las insuficiencias marcadas en las cuatro décadas anteriores? ¿Cómo construir y crecer apoyados en lo realizado hasta el momento?
Entre las alternativas para responder estas preguntas se encuentra sin duda alguna la necesidad de realizar más investigación empírica y caer menos en el ensayismo que por tanto tiempo ha caracterizado a una buena parte del estudio comunicacional en México. No se trata, por supuesto, de caer en el empiricismo ni en pretensiones descriptivas que terminan por no explicar ni permitir la comprensión de nada. La fortaleza teórica y conceptual de los académicos mexicanos debe estar presente, orientar e interpretar las indagaciones empíricas, pero es urgente que éstas se realicen con mayor frecuencia y amplitud. Buena parte de la producción actual de conocimiento en cada línea es de carácter conceptual, principalmente en el caso de los líderes en ellas, pero se requiere contrastación empírica y validación, corrección o desarrollo de matices en las afirmaciones y juicios de valor. Si bien las carencias estructurales de recursos económicos, tiempos y condiciones propicias para la investigación subsisten en la mayoría de las universidades y centros, motivando así la inclinación a redactar ensayos, hay numerosas experiencias de estrategias puntuales que permiten realizar trabajo empírico, como el caso de la red coordinada por Jorge A. González y Jesús Galindo desde Colima en los ochenta y parte de los noventa, la investigación desde la docencia promovida por Fátima Fernández Christlieb desde los ochenta, y la realizada más reciente en distintos lugares, como la Maestría en Comunicación del Tecnológico de Monterrey, las tesis de los postgrados, el uso de técnicas muy económicas y prácticas como el análisis de contenido o los grupos de discusión, o la búsqueda de apoyos financieros por parte de organismos gubernamentales como Conacyt y Conaculta.
Otra de las posibilidades para el crecimiento de la investigación de la comunicación de masas en México es la apertura o expansión de líneas relacionadas con los enfoques teóricos trabajados en otras partes del mundo e inexistentes o marginales en México. Ya superado el enfrentamiento radical de enfoques metodológicos característico de los setentas y parte de los ochenta (cuantitativos vs. cualitativos), y con enfoques teóricos positivistas y críticos cada vez más alejados de los extremos en cuanto a su percepción sobre el poderío o la debilidad de los medios para influir en la conducta o la ideología de las audiencias, es tiempo de explorar la utilidad en México de corrientes internacionales ignoradas hasta el momento en nuestro país. ¿No les sirven acaso a los economistas políticos críticos los detallados estudios de las rutinas productivas, condicionantes individuales y valores profesionales de los comunicadores realizados desde los enfoques positivistas o críticos de la sociología de la producción de noticias o mensajes? ¿No le sirven a los estudios culturales los análisis de contenido cuantitativos sobre la representación de grupos sociales y minorías, sobre la legitimación de la violencia o el establecimiento de agendas políticas, sociales o culturales? ¿No son útiles para esta misma perspectiva las encuestas de consumo de medios que determinan los patrones de exposición y las preferencias programáticas? ¿No convendrá ya agregar a los estudios sobre medios y vida cotidiana análisis de los tipos de lecturas y apropiaciones que realizan los diferentes tipos de públicos de los contenidos ideológicos de los medios? La simple aparición de trabajos realizados desde enfoques teóricos distintos a los prevalecientes, de cualquier corriente, permitiría el diálogo, la contrastación, la discusión más cuidadosa entre los académicos mexicanos.
Por último, podríamos plantear también la urgente necesidad de conformar grupos o escuelas de pensamiento, donde un buen número de académicos y estudiantes de posgrado trabajen una misma línea de investigación en distintas ciudades y universidades. Hasta el momento, cada línea de investigación existente cuenta con muy pocos exponentes consolidados. Parece irónico que en una cultura menos individualista que la anglosajona, los académicos mexicanos trabajen en solitario y parezcan defender territorios y reivindicar su derecho a ser líderes indiscutibles de una línea, mientras que los norteamericanos, británicos y europeos trabajan colaborativamente en la mayoría de los casos. ¿Cómo puede avanzar una línea, si en ésta trabaja solamente un investigador consolidado, en el mejor de los casos con un pequeño puñado de discípulos aún estudiando o recién egresados de un posgrado? ¿Por qué no es práctica común la realización de proyectos conjuntos entre equipos de investigación de una universidad y otra, de una ciudad y otra, de una nación y otra, como en tantos otros lugares del mundo?
Si bien no es exhaustivo, este recuento de la investigación mexicana de la comunicación de masas en los últimos cuarenta años refleja avances y contribuciones indudables, pero también defectos y omisiones. La madurez del campo de la comunicación en México, así como las condiciones actuales, permiten y exigen la adopción de estrategias como las aquí planteadas.

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