Laura M. López Murillo (especial para ARGENPRESS.info)
En algún lugar de la marginación, donde escasean las bondades de las políticas públicas, la insalubridad transmutó en un misterioso padecimiento y la incertidumbre es un síntoma de la pobreza…
Los Santorales es una zona suburbana de alta marginación al poniente de Mexicali. Y en ese entorno donde persisten rezagos en servicios públicos y condiciones sanitarias deplorables, se han registrado trece fallecimientos en los últimos cinco meses y hasta el momento las autoridades sanitarias no han identificado el origen del extraño padecimiento.
En los trece casos se brindó atención médica hospitalaria, todos presentaron los mismos síntomas (fiebre, manchas rojas en la piel, vómito, mareos, dolor de cabeza y resfriado) pero ninguno de ellos respondió al tratamiento, y de acuerdo con las autoridades sanitarias, todos fallecieron por causas diferentes.
La alarma cunde por el número de casos, porque el padecimiento cobró la vida de niños y jóvenes, por la parsimoniosa respuesta de las instituciones del sector salud y porque las autoridades sanitarias decidieron actuar hasta que se registró el octavo fallecimiento.
Dicen los que saben que una epidemia surge cuando se detecta la similitud de síntomas y circunstancias en tres casos; que muchas veces es preciso mantener la calma para no provocar un pánico generalizado; pero que muchas veces, el silencio institucional encubre negligencia, desinterés, impericia.
Ya sea por la cantidad y la frecuencia, o por la ubicación del foco infeccioso, el desempeño de los responsables de la salud pública es deplorable y despierta suspicacias.
Esta situación no es provocada por la histeria colectiva ni es una epidemia de miedo que pueda aliviarse con placebos. Es la evidencia, contundente y lacerante, del olvido gubernamental, de la insensibilidad institucional hacia los sectores marginales.
La sombra de un estado fallido surge cuando el gobierno es superado por los poderes fácticos (mediocracia, crimen organizado, etc.), pero esa sombra adquiere consistencia cuando el estado es insuficiente, o incapaz, para proveer a sus habitantes los servicios sociales básicos (salud, educación, seguridad) a los que está obligado 1.
La salud y la educación públicas yacen el fondo del cajón de los olvidos institucionales porque el Estado de Bienestar se ha transfigurado en una mega-gerencia de negocios internacionales; el bienestar social es una quimera que sólo reluce en los discursos de proselitismo, es una vana ilusión mediática en la propaganda gubernamental, porque allá en el lumpen donde pululan los virus de la demagogia… la insalubridad transmutó en un misterioso padecimiento y la incertidumbre es un síntoma de la pobreza…
Laura M. López Murillo es columnista local. Licenciada en Contaduría por la UNAM. Con Maestría en Estudios Humanísticos Especializada en Literatura en el Itesm.
febrero 24, 2009
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