Por Leopoldo Santos Ramírez En el camino de Nogales a Hermosillo, un mensaje celular me alcanzó como relámpago de rayo cayendo en descampado: falleció Fausto Soto Silva y se dice que fue suicidio. Dado como era él a provocar la controversia, el gran Fausto nos abandona en circunstancias en las que además de la consternación por su muerte, la controversia y la polémica estarán abiertas a las interpretaciones que las primeras declaraciones de la Policía Judicial del Estado están provocando. En las siguientes horas de este lunes decembrino, el informe de los médicos legistas va a aclarar los hechos o va a desatar una avalancha de opiniones, comentarios y exigencias. Sea como fuera, la forma de abandonarnos dando pie a la controversia es muy faustiana, en el buen sentido de la palabra, como a él le gustaba aclarar cuando algún término podía prestarse a una interpretación que no cuadraba con la intención de él como comentarista o sus interlocutores expresándose y tomando posición con respecto a uno u otro tema. Pero más allá de las interpretaciones que esta muerte suscita, será importante traer a la opinión pública el asunto central del funcionamiento de la industria de la información en nuestro medio sonorense, y la ausencia en nuestro entorno de una prensa veraz que proporcione puntos de certeza sobre los acontecimientos más relevantes de nuestro Estado. Pienso que allí es donde reside la verdadera aportación de Fausto Soto Silva, el haber trabajado un espacio radiofónico que suplió las deficiencias de certeza de una prensa y de medios electrónicos negados para la verdadera libertad de prensa y de pensamiento. Fausto recorrió con su auditorio dos tramos gruesos y largos de la república mexicana que se reflejaron en Sonora de una manera peculiar. La primera etapa es la del presidencialismo priísta casi absoluto, autoritario, en donde la opinión pública estuvo modelada por el control de los mensajes hacia una sociedad que trastabillaba en su afán de democratizarse y con ello construir un país moderno en donde las instituciones funcionaran de una mejor manera a favor de los intereses mayoritarios de la población. En esa etapa, Fausto, acompañado de su entrañable amigo Ricardo Acedo logró formar una dupla que si bien daba margen a la denuncia, incluyendo las quejas contra los gobernantes, su invariable conclusión remataba en una justificación de la estructura del Estado como institución, y en argumentos que contrarrestaban los de las voces críticas que se atrevían a discrepar de la opinión oficial. Esta es la etapa de persecución contra los movimientos obreros de los años setenta y luego de los ochenta, en la cual los obreros de la planta ensambladora de la Ford mostraron una gran resistencia a las formas de control autoritario que por fin, desterrando a los líderes del momento, pudo imponer la transnacional a los trabajadores. La segunda etapa, la que anunciaba los cambios por venir en México, en la década de los años noventa fue quizá la de mayor alcance e inteligencia de este locutor excepcional. Fausto anticipó por dónde vendría el cambio y esto lo obligó a transformar al programa de radioperiódico en un espacio donde las noticias y los comentarios se abrieron a la vida nacional. Sin abandonar los aspectos locales y regionales, los asuntos internacionales tuvieron cabida en el programa, todo lo cual se contraponía con el regionalismo limitado que caracterizaba a los otros medios. Especialmente recuerdo la primera guerra de Estados Unidos contra Irak en 1990, donde las interpretaciones desde el público desenmascararon la perversidad de una guerra injusta que periódicos como El Imparcial presentaban como una cruzada por la libertad y contra la tiranía de Sadam Husein. Sin embargo los cambios que se fueron dando en la república no favorecieron el desarrollo de un periodismo independiente. Cuando el autoritarismo del sistema centralista fue derrotado, gobernadores del PRI y el PAN se convirtieron en virtuales dueños de los estados, y por supuesto, ejercieron un control despiadado sobre los medios de la información, haciéndose socios de los medios industriales y sometiendo económicamente a los medios más pequeños. Esos fueron los tragos amargos que Fausto tuvo que beber hasta la última gota. Habiendo creado un medio, Radioperiódico en donde el equilibrio de tendencias se mantenía, en el sexenio de Eduardo Bours se vio presionado a limitar dicho espacio y a destruir pedazo a pedazo aquello que fue su obra más importante. Observando en retrospectiva la excepcional experiencia de comunicación y diálogo que fue Radioperiódico, sin duda destacan las formas pedagógicas de Fausto para enseñarnos a utilizar la fuerza del micrófono cuidando de no desbordarla. Nos enseñó a valorar las opiniones de los contrarios en lo que tienen de valiosas y aleccionadoras. Este hombre del buen decir, siempre atento a encontrar las mejores formas de expresión, quiso que la comunidad hermosillense tuviera el derecho de reflexionar sobre su propia existencia y que esas reflexiones se transformaran en políticas públicas y en hechos concretos beneficiadores. A fuerza de repetírnoslo como se hace con los discípulos distraídos, nos enseñó que lo mejor de la vida es la vida misma porque ésta nos permite trabajar y luchar por un Sonora y un México verdaderamente dignos. |
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Mtro. Leopoldo Santos Ramírez
PROFESOR-INVESTIGADOR / Relaciones México-Estados Unidos
El Colegio de Sonora.
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