agosto 05, 2009

El racismo mexicano

I

Agustín Basave
20-Jul-2009

ExOnline.


Ha existido desde tiempos inmemoriales. Ha sido causa de bárbaras agresiones, de exterminios y esclavitudes inenarrables. Pueblos enteros —judíos, gitanos, negros y un largo etcétera— han sido brutalmente zaheridos por ser y parecer diferentes.



El racismo es una de las más deleznables manifestaciones del rechazo a la otredad. Es un reflejo de los peores rasgos del ser humano: el egoísmo, la estulticia, la intolerancia, el miedo a lo desconocido, la estrechez mental. En pueril búsqueda de protección, el hombre se niega a asir la diferencia. Opta por aferrarse a su pequeño mundo como un niño atemorizado abraza su frazada en la oscuridad. Ante su incapacidad de distinguir, en la angustia de la incertidumbre, cualquier presencia le parece amenazante. Y cuando el extraño resulta inofensivo, trueca su temor en desprecio. Del recelo pasa a la discriminación. Claro está, el proceso se facilita en la medida en que el discriminador puede identificar al discriminado. Si el otro es diferenciable por su apariencia exterior, por sus facciones y el color de su piel, el rechazo es inmediato y contundente.
El racismo ha existido desde tiempos inmemoriales. Ha sido causa de bárbaras agresiones, de exterminios y esclavitudes inenarrables. Pueblos enteros —judíos, gitanos, negros y un largo etcétera— han sido brutalmente zaheridos por ser y parecer diferentes. En México tenemos antecedentes en la era prehispánica y en el virreinato. Los aztecas abusaron de las etnias que conquistaron, y los españoles cometieron todo tipo de atropellos con las civilizaciones indígenas. De hecho, la existencia de dos grandes grupos raciales, europeos e indios, fue fuente de preocupación para la intelligentsia de este país. Durante mucho tiempo se creyó imposible forjar una nación a partir de semejante heterogeneidad, y se prescribió el mestizaje como condición sine qua non para solucionar los problemas políticos y las turbulencias sociales del país.
Con todo, el mestizo también padeció discriminación racial. La Colonia legó al siglo XIX mexicano un laboratorio racial en el que se probó la resistencia de la pirámide: los peninsulares discriminaban a los criollos, los criollos a los mestizos y los mestizos a los indios. La situación quedó en una infame dicotomía: la marginación de la mayoría "de color" a manos de la minoría blanca. Por eso, porque confirmó la regla, la figura de Benito Juárez es tan emblemática como excepcional. Ni el único Presidente indio que hemos tenido pudo sustraerse a la injusta realidad étnica: la Ley de Desamortización hizo un enorme daño a las comunidades indígenas. Y cuando la Revolución Mexicana provocó el vuelco introspectivo del mexicano sobre sí mismo, cuando nuestra sociedad dejó de confundir el espejo con la ventana y empezó a aceptarse como era, las viejas castas sólo recibieron una efímera permeabilización. El México mestizo se adueñó de los murales y de los libros de texto, pero no del bienestar social.
No nos gusta admitirlo, pero el problema sigue aquí. A contrapelo de una educación pública formalmente indigenista e hispanófoba, y con mucha mayor eficacia, se difunden en nuestra sociedad paradigmas culturales y arquetipos estético eróticos que denigran a la gran mayoría de nuestra población. Los vehículos son los medios electrónicos, particularmente la televisión. Contra la visión escrita de los vencidos se impone la historia oral de los vencedores. Miguel León Portilla y la Secretaría de Educación Pública no han podido contrarrestar el influjo de muchas generaciones de criollos privilegiados, apuntalados por los publicistas y por los guionistas y los encargados del casting de los culebrones. Ya no se publicita cínicamente a "la rubia Superior" pero se sigue vendiendo la misma fórmula: blancura igual a belleza, inteligencia y riqueza.
El fenómeno se origina en el encontronazo entre dos mundos* (Luis González y González dixit)  y sus secuelas. Los españoles derrotaron a los indios y los sojuzgaron, quedando unos en condición de patrones y otros en calidad de sirvientes. Los descendientes de ambos conservaron, en mayor o menor medida y salvo pocas excepciones, esos papeles. Durante más de cuatro siglos quienes han acaparado el dinero y la educación tienen pinta de europeos, y los que han cargado con la pobreza y la ignorancia se parecen más a los indígenas. Ante esa realidad, tan lacerante como ostensible, la discriminación y el complejo de inferioridad proliferan. No es fácil para los mestizos desechar las pretensiones de los criollos de ser los poseedores de la virtud absoluta, cuando los hechos con los que se topan en su vida cotidiana les reiteran que siguen perdiendo la batalla por los mejores espacios socioeconómicos, políticos y culturales. Entre los desfavorecidos hay quienes se dan cuenta de que el terreno de juego no es parejo, de que no hay igualdad de oportunidades, pero muchos otros simplemente se allanan a la injusticia. Desarrollan así aspiraciones antinaturales y caen consciente o inconscientemente en la frustración.
El tema es tabú. A los mexicanos nos gusta engañarnos pensando que no somos racistas, que ése es un estigma de otros países. Pero la verdad es que aquí el racismo no sólo existe sino que en cierto modo es peor que el que prevalece, por ejemplo, en Estados Unidos o Europa, porque allá se trata de mayorías que discriminan minorías mientras que aquí es a la inversa. Sí, tenemos una suerte de apartheid informal cuyas bases no son las leyes sino las reglas no escritas. Y es que permanece la correlación entre raza y clase que Andrés Molina Enríquez describió en Los grandes problemas nacionales: casi todos los criollos somos burgueses y casi todos los burgueses somos criollos, como en su inmensa mayoría la población indomestiza y el proletariado son lo mismo. Y esa inequidad es causa y efecto de los más destructivos, nefastos y estúpidos prejuicios.
 * Nota de la R.[ Fue el historiador mexicano Edmundo O´gorman (1906-1995), el dueño de tal dixit y  autor de La invención de América].
 
II

México es un país habitado por una mayoría mestiza. En el mestizaje cultural reside el germen de nuestra identidad y nuestra grandeza, aunque les pese a algunos multiculturalistas. Es autodenigrante que nuestra televisión y nuestros referentes sociales privilegien, a veces más que los europeos o los estadunidenses, arquetipos de minorías. 
 

En México el criollo es rico y el indomestizo es pobre. Si observamos nuestra pirámide social podemos apreciar la correlación: el vértice lo monopolizan los mexicanos de raza blanca, cuyo número disminuye conforme baja el ingreso en la misma proporción en que aumenta, hasta colmar la base, el de los mexicanos morenos. Quien niega esta realidad aduciendo la dificultad de distinguir unos de otros se engaña a sí mismo. Es evidente que en las élites partidistas, empresariales y hasta sindicales predomina el criollaje. El fenómeno es un poco menos obvio en la jerarquía eclesiástica y, sobre todo, en la cúpula militar, porque afortunadamente nuestras Fuerzas Armadas no tienen la raigambre aristocrática de otros ejércitos latinoamericanos. Pero aun en esas dos instituciones las excepciones confirman la regla. Aunque nos moleste aceptarlo, aunque consideremos políticamente incorrecto decirlo, en México hay racismo.
 
Ahora bien, denunciarlo presupone demostrar que aquí la pigmentación cutánea y la fisonomía inciden en el ascenso social. Y es que habrá quien argumente que las causas de la segregación mexicana son meramente históricas, que desde 1521 los españoles acapararon la riqueza y marginaron a los indios y que la dinámica de dominación y explotación arrojó a los mestizos del lado de los perdedores y perpetuó la división étnico económica. El argumento es endeble, sin embargo, porque lo que distingue a una sociedad de clases de una estructura de castas es precisamente la capilaridad. En cualquier país capitalista es difícil que una persona nazca pobre y muera rica, pero la dificultad es menor si no hay barreras de discriminación racial que desnivelen más la cancha de las oportunidades. Y yo creo que es evidente que en México los indomestizos, por el solo hecho de serlo, tienen una desventaja que los criollos sólo experimentamos las pocas veces que nos toca padecer la otra cara de la moneda racista.
 
Podría decirse que algo similar ocurre en Estados Unidos y en Europa, y es verdad. La diferencia es que allá, además de pobres negros, asiáticos o latinos, hay muchos pobres blancos; de hecho hay ocasiones en que la única forma de distinguir en un restaurante caro a un mesero de un comensal es la ropa que uno y otro traen puesta. Aquí no. Cuéntense en los comederos elegantes de México los clientes mestizos y los empleados criollos, o cuéntense en los barrios proletarios a los vecinos criollos y en las colonias de lujo a los residentes mestizos. Sobran dedos de la mano. Y el ejercicio puede realizarse en cualquier ciudad del país, porque la migración ha borrado la supuesta diferencia entre el México conquistado del sur y el México colonizado de norte.
 
Entre muchos mexicanos la palabra "indio" sigue siendo un insulto, sinónimo de hombre incivilizado o tonto. Las etimologías del vocablo "naco" están asociadas al mundo prehispánico. Y en la sexualidad, nuestros paradigmas estéticos son mediterráneos o nórdicos, no mestizoamericanos. Cuando la soberbia ignara lleva a decir que una mujer "tiene tipo corriente" o "parece sirvienta" quiere decirse que posee facciones indígenas, y si se califica a un hombre como "distinguido" es porque tiene rasgos norteamericanos o europeos. Peor aún, en la advertencia a quienes buscan ciertos empleos —"se requiere buena presentación"— el mensaje implícito es que a mayor aspecto caucásico mayores probabilidades de obtener el trabajo. Y qué decir de aquellos letreros de "nos reservamos el derecho de admisión" que se despliegan en centros nocturnos; pregúntese en corto a quienes aplican el filtro si el color de tez de los candidatos a entrar influye o no en su criterio.
 
Conste que hablo de un mal de muchos. He aquí lo más grave de nuestro racismo: ya no sólo se incuba sólo en la minoría criolla sino incluso dentro de la mismísima mayoría mestiza, lo cual explica nuestro complejo de inferioridad. Que un criollo celebre a un inmigrante por su blancura y no por sus cualidades aduciendo que "hay que mejorar la raza" es una señal de imbecilidad, pero que lo haga un mestizo es un síntoma de degradación social. Y eso sucede con mayor o menor disimulo. Se trata de una interpretación de la realidad que se ha popularizado: aunque la historia oficial exalta al indio muerto por el esplendor de sus civilizaciones, las reglas del social-climbing vilipendian al indio vivo por su miseria. Se ha inculcado así en algunos mestizos una pulsión aspiracional que los hace soñar no sólo con ganar más dinero sino también con blanquear su descendencia, como algunos orientales anhelan operarse sus ojos rasgados para parecer occidentales. Si eso no es un instinto autodestructivo, no sé qué sea.
 
México es un país habitado por una mayoría mestiza. En el mestizaje cultural reside el germen de nuestra identidad y de nuestra grandeza, aunque les pese a algunos multiculturalistas.
 
Es autodenigrante que nuestra televisión y nuestros referentes sociales privilegien, a veces más que los europeos o los norteamericanos, arquetipos de minorías, y es absurdo que haya quien piense que la población criolla es más bella o inteligente que la indomestiza. Hace más de medio siglo se superaron las falacias de que la raza es la variable que determina el progreso humano y de que hay grupos raciales superiores e inferiores.
 
Mientras persistan entre nosotros esos prejuicios y nos empeñemos en mantenerlos como el secreto mejor guardado vamos a alentar el suicidio nacional. La solución es resolver nuestra crisis identitaria y cimentar la autoestima de nuestro pueblo mediante la educación, la formal y la informal. Sólo así podremos acabar de una vez por todas con el racismo mexicano.
 
Nota de la  R.Cursivas mías.
 S.C.
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N de Naco
 
Vale madres su origen histórico,
su raíz náhuatl; vale madres
si está o no en el diccionario.
Lo que cuenta de la palabra naco
es la carga de desprecio,
 la intención humillante,
su racismo y su clasismo.
Dicen naco por no decir
pinche indio, mestizo de mierda,
prieto desgraciado, pobre vulgar.
Decir naco impide decir
nosotros, todos nosotros.
La palabra naco hiere a México
como la espina de un nopal.
 
(Cuaderno del Ciudadano en apuros.  Canales, Burr y Piñó.Calentamiento Global A.E.,2007).

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