agosto 17, 2009

A la luz de esta historia de batallas

Jesús Manuel Gámez Rascón

A la luz de esta historia de batallas
(1969)

A los pobres de México.
A Zapata y Villa, comandantes en jefe de las masas proletarias en acción revolucionaria.

I. A la luz de esta historia de batallas

1. La aparición del subsuelo
Las condiciones políticas del México actual devienen de nuestro pasado histórico inmediato y también, indudablemente, se remontan en lo esencial a las situaciones y conflictos generados por la guerra civil 1910-19. Los militantes activos y preocupados por conocer las formas de ataque que las fuerzas revolucionarias utilizan contra el régimen presente no pueden hacer a un lado el esclarecimiento de todas las vicisitudes originadas por la guerra civil y los sucesos históricos posteriores. Porque está claro que la modernidad de las armas de combate requiere explícita y necesariamente también un dominio de la experiencia histórica manifiesta en los triunfos y las derrotas de las fuerzas proletarias.
Si el régimen presente, cuya continuidad es casi absoluta desde 1910-19, se solaza con el anecdotario de su triunfo como clase dominante o incluso lleva casi al absurdo sus "raíces históricas", mientras que las fuerzas revolucionarias anteponen más la necesidad de actuar que un análisis de la historia de sus derrotas, se debe en mucho al oscurecimiento, la confusión y el desconocimiento objetivo de los hechos histórico-políticos de estos años anteriores. Por otra parte, no deja de ser demasiado presente la intensa y profunda actualidad de los hechos políticos de los últimos quince años en el orden mundial [1954-69]. Parece ser que hoy, en México, la influencia de los hechos políticos exteriores se encuentra más presente —de manera consciente— en la acción de las fuerzas revolucionarias contra el régimen actual, que la historia de los enfrentamientos nacionales entre explotadores y oprimidos (lo que en última instancia significaría un mejor conocimiento del enemigo inmediato), no sólo de las primeras décadas del siglo sino incluso de la acción política contemporánea nacional en los últimos quince años.
La dificultad para apreciar la trascendencia de los sucesos políticos de nuestra historia inmediata, es decir, los últimos 10-15 años y el desconocimiento de las peculiaridades de la guerra civil (características que después de todo, son las que conforman, en términos generales, el régimen actual) tienen una relación fundamental con todo el discurso demagógico ideológico que realiza la viceburguesía que gobierna el país.
Cuando la viceburguesía pone en boca de algún vocero la frase "soy carrancista de todo corazón" está realizando un solazamiento auténtico con la historia de sus triunfos como clase dominante. Y la viceburguesía agradece "de todo corazón" a los Madero, los Carranza, los Calles, los Cárdenas, que de alguna manera han sentado las bases de su triunfo; agradece y reconoce su herencia política (y pocas veces ha sido tan fiel en sus reconocimientos como en esto). A la clase dominante también le gusta aderezar su anecdotario, para distracción del pueblo [pasivo y] observador, y para entretener a los inconformes con reconocimientos a los Zapata, los Villa, los Flores Magón, etcétera. Y esta es la contradicción, el aparente absurdo: "que Zapata sigue vivo", "que su caballo galopa por todo México". Y debe ser el alazán que le regaló Guajardo-Carranza a Zapata antes de asesinarlo.
Sin embargo, paradójicamente, quien ha dejado al descubierto claramente el significado de la demagogia gubernamental ha sido Alvaro Obregón. En su manifiesto del 26 de junio de 1927, después de llamar a Carranza "revolucionario socialista", confiesa que Carranza siguió la política de los porfiristas al dictar leyes imperiosas y vagas porque [como señala Juan Ortega Arenas] "necesitaban dejar un margen de ambigüedad en aquellas leyes; primero, para halagar a las clases proletarias y a las clases adineradas simultáneamente, quienes veían en ellas una esperanza si lograban que se les diera la interpretación que a sus intereses convenía y, segundo, para interpretarlas posteriormente conforme conviniera a los intereses de su grupo. Así fue como se promulgó la Constitución de Querétaro (en 1917). Esto quiere decir que había mucho margen de interpretación y que con las mismas leyes podían protegerse los intereses de los terratenientes contra las peticiones de tierra de los pueblos."1
Estas "prendas íntimas" de la viceburguesía no son sólo la anatomía ideológica de un régimen cuya grandeza consiste en la altura alcanzada por el oportunismo institucionalizado; sino además la historia de la lucha, perfectamente hilada desde la segunda década, que una pequeña burguesía —mediocre en todo excepto en su instinto de conservación— ha mantenido hasta convertirse en la viceburguesía actual, el socio menor del águila imperialista.
Son las condiciones histórico materiales que se han generado en México desde la segunda, tercera y cuarta décadas del presente siglo [XX] las que han permitido un desarrollo esencialmente de consolidación del capitalismo dependiente. Estas condiciones permiten a la viceburguesía mexicana manejar la tesis de la perpetuidad del régimen viceburgués dominante desde 1919.
Por ello es bueno aclarar que durante la guerra civil de 1910-19 la viceburguesía derrotó política y militarmente a la clase oprimida, a la revolución de los de abajo, radical pero incipientemente organizada; por lo tanto, la "Revolución Mexicana" que tanto cacarea el PRI no ha sido desvirtuada, ni su desarrollo ha sido deformado, sino que este desarrollo histórico ha delimitado claramente qué clase obtuvo el poder en la guerra civil y las condiciones materiales en que lo obtuvo. La perpetuidad que la viceburguesía desea de su orden no va más allá de los deseos seniles de un anciano post-porfirista.
Una mínima ojeada a la historia de la lucha de clases en México demuestra cómo los intereses de las masas explotadas ("el pueblo más pueblo sobre el que ha recaído la más pesada carga de miseria y opresión") no han tenido reivindicación alguna capaz de asegurar el cese de la explotación. Los gobiernos emanados de la guerra civil, paso a paso, han sentado con la fuerza del poder la base política necesaria para el desarrollo de un subdesarrollo "admirable" y simultáneamente han confundido, controlado y destruido, con el poder que da la fuerza, la necesidad de las transformaciones proletarias.

No sólo la tesis de la perpetuidad del orden actual está en fuerte oposición con los hechos histórico políticos, sino que el mismo orden actual está amenazado de muerte por la acción político militar en proceso. Esta acción revolucionaria que realizan las masas mexicanas sojuzgadas dirigida a la destrucción del Estado colonial burgués es la extensión histórica de la rebeldía secular de los zapatistas (esos seres telúricos). Esas masas mexicanas sojuzgadas son, como dijo el diputado José María Lozano a la XXVI Legislatura en el gobierno maderista: "todo un peligro social, señores diputados, sencillamente la aparición del subsuelo que quiere borrar todas las luces de la superficie".

2. La herencia histórica de la guerra civil de 1910-19
En 1910-19 las fuerzas proletarias, elementalmente organizadas, por primera vez realizaron acciones revolucionarias en función exclusivamente de sus intereses de clase. El empuje de estas fuerzas revolucionarias —cuyo representante más fiel es el incorruptible e intransigente Emiliano Zapata— es el aspecto fundamental de las transformaciones sociales acaecidas en México, su medida y su intensidad. En oposición a las fuerzas explotadas rebeldes, aglutinadas objetivamente por Villa y Zapata, están las otras fuerzas políticas —pro burguesas— representadas en Madero, Huerta, Carranza, Obregón, etcétera; expresiones fieles de los intereses de los opresores nacionales y, en última instancia, de la burguesía imperialista. En la guerra civil 1910-19 la acción revolucionaria, es decir, la destrucción del aparato estatal de la explotación proletaria, sólo fue realizada por los villistas y zapatistas, aunque sin triunfar definitivamente. En la guerra civil 1910-19 la acción contrarrevolucionaria, esto es, la acción conservadora del aparato estatal de la explotación proletaria, fue realizada materialmente por los Madero, los Huerta, los Carranza, los Obregón, etcétera. "Pocos logros revolucionarios se han planeado, efectuado y ganado por hombres tan uniformemente obsesionados en la continuidad del orden legal como los autorrepresentantes del maderismo de 1910-11."2 Pero ante el buenazo de Madero la caja de Pandora de las reivindicaciones de los oprimidos estaba abierta; y ante cuatro siglos de reivindicaciones ni un genocida como Huerta podía esperar aplacarlos.3 Lo cierto es que necesitaba: o la eliminación total de las masas rebeldes, lo cual era imposible teniendo un Villa y un Zapata por delante, o la conciliación a través de las reformas y las promesas (inútiles contra un dirigente como Zapata). Huerta fracasó totalmente ante la primera perspectiva y Carranza no tuvo tiempo de apreciar cabalmente la segunda, debido a que, por un lado, requería una habilidad gubernamental especial para llevar a cabo la "pacificación" —cosa que no podía realizar un hombre de sesenta años que asemejaba (y no sólo asemejaba) un Porfirio Díaz de ochenta— y por el otro, debido a que Zapata mismo no lo dejaba. Y si Madero era un Porfirio Díaz extremadamente pro yanqui, Carranza no representa otra cosa que un Madero radical que renace en el Norte constitucionalista después de la decena trágica. Carranza no sólo representa lo más odiado por las fuerzas proletarias revolucionarias, sino también es el antecesor directo de los gobiernos mexicanos ulteriores.
Asesinado Zapata en 1919, las masas explotadas rebeldes van perdiendo poco a poco la visión de sus intereses como clase. Durante 1910-19 es evidente que el movimiento obrero no desliga aún, conscientemente, sus intereses de los intereses de la viceburguesía que está pidiendo tímida pero maquiavélicamente el poder político. Esta viceburguesía, que es eclécticamente "revolucionaria" frente a los porfiristas y profundamente porfirista frente a las masas revolucionarias, es empujada al escenario de la historia por dos fuerzas opuestas: las masas rebeldes y la burguesía imperialista. Temerosa ante las dos fuerzas, despliega sus artes retóricas (desde entonces) y se deja llevar por ellas hasta que en su discurso descubre el populismo demagógico. Luego, con su arma secreta va confundiendo, controlando e inutilizando, primero, al incipiente movimiento obrero, para que no desligue sus intereses de clase de los intereses viceburgueses; y segundo, al movimiento campesino, atrayéndose un zapatismo sin base y sin Zapata, hasta oscurecer o institucionalizar la reforma agraria.
A partir de 1919 se inicia una etapa de "pacificación" en la que empieza a descollar Obregón, el hombre fuerte de "un carrancismo sin Carranza". El hecho mismo de que Obregón pudiera atraerse los residuos conciliadores de un zapatismo sin base es parte ya de la nueva habilidad de la viceburguesía mexicana para controlar el movimiento revolucionario elementalmente organizado. En esa lucha por controlar política y militarmente al movimiento obrero-campesino independiente, la viceburguesía ridículamente revolucionaria se ha servido de todo a imagen y semejanza de la burguesía imperialista: ha utilizado el soborno, la corrupción, la confusión demagógica y, con los rebeldes líderes intransigentes tipo Zapata, el asesinato.
A principios de la tercera década del siglo se inicia el control institucional como ejemplo de confusión demagógica para desviar la rebeldía de los oprimidos elementalmente organizados. Así, Obregón inicia cautamente el ataque anticlerical que tan bien habría de utilizar Calles e incluso Cárdenas.4
Cada nuevo gobierno después de Obregón —y sobre todo el de Cárdenas— ha hecho del control obrero y campesino una verdadera institución de sobrevivencia de una viceburguesía original por su servidumbre y mediocre en su originalidad: sobrevivencia ante el empuje de los de abajo (masas obreras y campesinas en acción revolucionaria) y el dominio y las necesidades de los de arriba (el socio mayor, el imperialismo yanqui).
El que el gobierno de Cárdenas haya consolidado las instituciones anteriores a él y creado aquellas que necesitaba el régimen viceburgués es algo indesligable de la situación política de entonces —bajo las condiciones de la crisis mundial imperialista de 1929-33 y la conformación de la Segunda Guerra Mundial—, así como el elevamiento de la acción obrera y campesina independiente en el interior del país.
Es en estos años de la crisis mundial imperialista que el movimiento obrero mexicano inicia espontáneamente acciones revolucionarias desligadas (aunque no definitivamente) de los intereses capitalistas. El dominio oficial sobre el movimiento obrero comenzó a resquebrajarse. Se apeló a los agentes gubernamentales del moronismo-lombardismo para profundizar el control, la confusión y la conciliación de clase mediante sus campañas demagógico-populistas. Así es como en 1937, "la supremacía obrera había sido ganada por la CTM (…) La maquinaria gubernamental y la política se encontraban bajo el control del presidente (Cárdenas) como antes nunca lo había estado."5
La política del New Deal del gobierno de Cárdenas mal calificada de antiimperialista, es sólo la extensión objetiva del nuevo trato de Roosevelt y en todo caso es en última instancia un proteccionismo mexicano anti Royal Dutch and Shell, bajo las condiciones de la crisis mundial capitalista y la conformación inmediata de la Segunda Guerra Mundial imperialista (claro que el gobierno de Cárdenas también puso pleito a la Standard Oil and Co., pero también Roosevelt realizó juicios y procesos contra los monopolios —como la U.S. Steel, la Dupont, la misma Standard Oil, etcétera—, para colocar a los desocupados por la crisis económica y detener la radicalización de las masas).
El fondo de las transformaciones sociales, políticas y económicas del gobierno de Cárdenas sólo fueron las premisas de un capitalismo de Estado dependiente viceburgués (original por su servidumbre)6 y profundamente penetrado por los consorcios e intereses a los cuales reforzó Roosevelt con su política anti-crisis y a los cuales el gobierno de Cárdenas preparó el terreno en su tiempo con su política económica de estatización.
Esta original servidumbre a la potencia de Norte tiene, pues, su historia. Si en 1934-40 hubo una fracción de la clase dominante (es posible que los "residuos" del callismo republicano) que se opusiera al New Deal demócrata del gobierno de Cárdenas, fue un poco por el miedo conservador al "experimento", y también por la ignorancia de este grupo para reconocer cuáles medidas estatales permiten una segura explotación capitalista y cuáles ponen en peligro la explotación estatal capitalista. "Al finalizar el año de 1936, hasta los capitalistas comenzaron a demostrar aprecio por el General Cárdenas. Llegaron a la conclusión de que era más lo que los ayudaba el gobierno que lo que les estorbaba con su política obrerista."7 Lo que es más: si hay un candidato a la presidencia de la República y no dice "soy cardenista de todo corazón", es porque la esfinge de Jiquilpan es demasiado contemporánea para ello. La tendencia viceburguesa actual de heroizar a López Mateos sólo por haber aniquilado la acción revolucionaria de un movimiento obrero independiente se verá notablemente reducida por los funerales del hombre que llevó las instituciones viceburguesas décadas adelante luego de 1934-40. Aunque no es imposible que Cárdenas haya "criado cuervos".
Afirmar que "la eliminación del poder del grupo político conservador (el grupo de Calles por el de Cárdenas) creó perspectivas favorables para la lucha de las fuerzas progresistas por sus profundas transformaciones", y que estas transformaciones "podían crear premisas (...) para que surgieran posibilidades de búsqueda de caminos que llevaran a la creación de una nueva sociedad",8 es hacer una aseveración conciliadora y por lo tanto opuesta a los intereses proletarios de las masas mexicanas. "Dichas perspectivas existieron entonces tanto como hoy, y es un oportunismo menchevique creer que la eliminación del poder" de un grupo explotador por otro, por sí mismo asegura el socialismo.
Tal vez el éxito del populismo cardenista —un pragmatismo a la mexicana, que lo inscribe como una gloria viceburguesa— se encuentra en el hecho de que logró asegurar la sucesión pacífica y regular de los presidentes de la República, al haber unido y consolidado el control de los campesinos, obreros y soldados mediante un organismo político custodio de los principios de un desarrollo capitalista dependiente (nuestro original subdesarrollo). El régimen actual es su obra, de ahí su maquiavélico silencio.
Es un hecho que la cacareada "revolución mexicana" expresa precisa y determinantemente qué clase obtuvo el poder durante la segunda década del siglo. Desde entonces hasta hoy, variando las circunstancias, todos los gobiernos han reprimido las aspiraciones de las masas explotadas. Estas no pueden ver en los Madero, los Carranza, los Obregón, los Cárdenas, sus verdaderos dirigentes, ya que ellos son los que han asesinado a los jefes de las masas explotadas rebeldes (¡tantos Zapatas!) y han corrompido y aplastado sistemáticamente cualquier reivindicación de las clases obrero-campesinas.
La estabilidad política, la solidez de las instituciones es históricamente la herencia inmediata que dejó el gobierno de Cárdenas a la viceburguesía siguiente. La obra política del gobierno de Cárdenas es el esqueleto del régimen actual; el auge económico de posguerra permitió por casi dos décadas un desarrollo social suficiente para la consolidación viceburguesa. Este desarrollo —incluyendo algunos conflictos como el aplastamiento de la huelga petrolera en 1947, el asalto gubernamental a los ferrocarrileros en 1948 y el aplastamiento de las huelgas mineras de Nueva Rosita y Cloete, Coahuila, en 1950— era tanto una muestra del ascenso de la acción revolucionaria de la clase obrera, esforzándose mediante la acción sindical por desligar sus intereses de los intereses de la viceburguesía, como una demostración de la fortaleza subdesarrollada que económica y políticamente manifestaba la viceburguesía. El que el movimiento revolucionario de la clase obrera fuera eliminado en esas épocas mediante el charrismo obrero, una sublimación del moronismo-lombardismo, en gran parte se debió al auge económico espontáneo de la posguerra (que permitió un elevado desarrollo de nuestro subdesarrollo, es decir, una mayor dependencia de la burguesía imperialista). Pero si esto permitió una calma relativa, una "estabilidad económica", también sirvió para una mayor acumulación de la presión revolucionaria.9
A mediados del cincuenta otros actores comienzan a patentizar este incremento revolucionario. La huelga estudiantil del IPN en 1956 es parte de los primeros síntomas de "un nuevo flujo revolucionario" bajo nuevas condiciones políticas. A partir de 1956 se suceden con frecuencia acciones revolucionarias que van poniendo en peligro, en forma variable, la estabilidad política de la viceburguesía. El camino revolucionario recorrido en los últimos 10-15 años hace posible que incluso Cárdenas pueda presenciar el derrumbamiento de la obra de los gobiernos emanados de la contrarrevolución.

3. Un esbozo del desarrollo revolucionario en México
Una serie de hechos políticos nacionales o internacionales acaecidos a finales de la década de los cincuenta, al acumularse, darían por herencia más tarde o más temprano profundos cambios en la acción revolucionaria de aquellos pueblos que, como México, buscaban la manera de destruir definitivamente la explotación capital-imperialista. El viraje pacifista de la política rusa a raíz del XX (y también del XXIII) congreso del PCUS y la fricción chino-rusa, apenas hecha evidente por este motivo, eran sucesos poco comunes en el orden político mundial; y no era fácil tratar de reconocer si esa influencia provocaría profundas consecuencias políticas. La razón de que en Latinoamérica las fuerzas de izquierda, en su mayoría, se inclinaran naturalmente al polo inconsecuente de la recién nacida división internacional del movimiento comunista era, antes que todo, debido a la inercia histórica de la tendencia prosoviética.
Como quiera que sea, en otras fechas (1957-60), las fuerzas revolucionarias en México estaban bastante ocupadas en llevar a término acciones proletarias íntimamente ligadas al modo revolucionario propio de décadas anteriores. Gracias al resultado de estas luchas empezaría a notarse que el origen de la incapacidad de cambio en la acción revolucionaria —y de la incomprensión naciente sobre otro tipo especifico de política revolucionaria que la práctica cubana estaba realizando— estaba ligada a la misma inercia histórica de una política difícilmente revolucionaria. Esta situación política no era, por cierto, nada clara al principio.
En México a lo largo de la década de los cincuenta, pero como herencia cotidiana de lustros anteriores, se desarrollaba el trabajo político de manera tal que la lucha gremial (revolucionaria) era considerada la forma más elevada y más adecuada para resolver los problemas de todos los trabajadores mexicanos. Así fue como las condiciones políticas del desarrollo propio de las relaciones sociales entre oprimidos y explotadores, poco a poco, en esta misma década, fueron elevando la acción sindical hasta un punto álgido en 1958-59, cuando diversas capas trabajadoras llegaron radicalmente hasta el límite de la capacidad de la lucha gremial como forma fundamental de la acción política. Esta situación puso en claro de una manera objetiva y presente, aunque no definitiva, el límite no nada más de "la forma de lucha dominante" bajo esas condiciones, sino también y más principalmente la incapacidad de una línea política no dirigida hacia el cambio cualitativo de las reivindicaciones y los objetivos de las masas trabajadoras.
Tratar de indagar si México estaba más o menos maduro para la revolución en 1958-59, en medida semejante a como Cuba desarrollaba su "madurez" revolucionaria a mediados de los años cincuenta es, por principio, una cuestión de investigación histórica; pero es un hecho que sea la "madurez" que sea, ninguna revolución triunfante será posible si se utiliza una línea incapaz de canalizar los esfuerzos revolucionarios de las masas hacia el objetivo estratégico central de las clases trabajadoras, más lejos o más cerca: la toma del poder.
La situación generada a partir del fracaso10 de una línea política no capacitada para acoplarse a los cambios necesarios que requieren las clases trabajadoras, hizo luz a planteamientos que, bajo formas de lucha más o menos aceptables, intentaban eliminar prácticamente la inercia histórica. Se inició así una oposición más o menos total a la anterior legitimidad revolucionaria que ostentaba la línea prosoviética [es decir, la del Partido Comunista Mexicano] y que ya por causas internas, ya externas, no pudo conservar. Esta oposición revolucionaria no era, ni mucho menos, una oposición definida y unitaria, sino más bien dispersa y titubeante, debido a que no sólo estaba menos organizada que la línea prosoviética, sino también a que en sus enfoques teóricos, también igualmente dispersos todavía, utilizaba los moldes analíticos anteriores y casi los mismos análisis.
La oposición revolucionaria al inicio de la década de los sesenta, poco hacía en dar a su acción política, pese a los esfuerzos, un enfoque más apropiado a las nuevas condiciones. Y dado que la primera parte de su oposición revolucionaria era una cuestión práctica, todo se iba en una práctica política desprendida de la teoría prosoviética y se aderezaba en los períodos de calma con una incipiente teoría política contra la práctica prosoviética.
Pero si la conformación del nuevo arsenal teórico partía del enfoque tradicional, esquematizado, éste iba siendo eliminado gradualmente, más que por sesudos análisis "nuevos", por un enorme caudal de hechos y experiencias tanto nacionales como latinoamericanas (en las cuales tenía fuerte influencia la práctica cubana). Oposición revolucionaria que se daba en la acción (y que a veces se centraba peligrosamente en acciones unilaterales) y que iba por debajo de todo esclareciendo de una manera limitada —pero certera— que cualquier acción revolucionaria necesitaba dirigirse a la destrucción del Estado colonial-burgués.
Esta actitud "nueva", leninista, había penetrado en lo más profundo de las motivaciones de algunos grupos de la oposición revolucionaria. Así, las acciones que por reflejo se habían desprendido de los ataques a la línea prosoviética generaban —desde adentro de la acción revolucionaria práctica— una línea que sabía que la basura usualmente no desaparece por sí sola: ¡necesita ser barrida! Estos hechos de la etapa revolucionaria de fines del 50 y principios del 60 fueron dando un carácter más o menos espontáneo a la acción política y en ese desarrollo revolucionario casi no organizado se hacía difícil, ya a mediados del 60, hacer ver esta necesidad leninista de una manera teóricamente clásica... a excepción de utilizar el argumento adecuado y decisivo de hacer ver esa necesidad en la acción misma.
Los grupos de la acción revolucionaria que en este proceso se proponían la destrucción del Estado viceburgués, a mayor o menor plazo, entendían conscientemente que ningún poder explotador cede por sí mismo; por lo tanto, el gobierno —depositario de los intereses de la clase colonial-burguesa— necesitaba ser atacado directamente con el fin de acelerar su destrucción. Y de hecho estos ataques eran ya la base inmediata de la destrucción total. No puede decirse que la preparación de estos ataques directos estuvieran definidos en lo político y en lo militar de una manera totalmente irrebatible. Pero si no eran tan perfectos como para dejar satisfecho a cualquier ortodoxo, llevaban "la dignidad superior de la práctica real"; y contaban también con la perspectiva teórica suficiente para irle quitando ese carácter más o menos espontáneo con el cual se desarrollaba en México la acción política desde las décadas anteriores.
La necesidad de barrer la basura se hizo escandalosamente evidente cuando el 23 de septiembre de 1965 un grupo de revolucionarios al mando de Arturo Gámiz asaltaron, en una acción guerrillera, el cuartel militar en la periferia de Cd. Madera. La experiencia de estos revolucionarios para enfrentarse al gobierno opresor había venido obteniéndose de años anteriores, en formas tan variablemente masivas como legales, así como en acciones clandestinas violentas. El resultado inmediato del asalto al cuartel militar de Madera es dolorosamente conocido. Este resultado parcial no invalida ni la experiencia anterior de estos hombres, ni sirve para liquidar la necesidad política de la destrucción —con la acción misma— del Estado opresor.
A partir de aquel momento la oposición inicial ha ido variando; de hecho, hace tiempo que por debajo de los planteamientos ella se ha venido transformando. Sin embargo, a partir de esta fecha se observan claramente dos tipos de oposición revolucionaria.
Una que ha hecho de sus ataques a la línea prosoviética su razón de existir y que sólo superficialmente "apoya" la acción misma que se desprende de esta oposición. Otra, aquella que entiende que la mejor forma de destrozar líneas políticas inconsecuentes es dar a la línea misma el fuego de la práctica.
El asalto a Madera no es solamente una acción política dada como ejemplo, es una acción que se desprende de una línea política suficientemente esclarecida11 que más tarde o más temprano llenará toda la vida política del país.
Eran necesarios varios hechos políticos y muchas experiencias revolucionarias para darse cuenta que la dependencia del Estado viceburgués requiere para su destrucción una nueva formación en la acción revolucionaria y un enfoque teórico adecuado para la acción misma.
A partir de 1965 se llegaba así a una situación nueva en el proceso revolucionario mexicano. Tomaba cuerpo una línea política en la acción que conscientemente planteaba y llevaba a la práctica política y militar la destrucción del Estado colonial-burgués.

4. Un modo más correcto de acción revolucionaria
La situación política planteada a raíz de los sucesos de 1965 sólo hacía evidente, de manera histórica, una acción necesaria que venía expresándose desde 1958-59, en formas diferentes, en intentos y fracasos semejantes, pero siempre dejando ver la necesidad de contar en el lado proletario con una línea política revolucionaria capaz de utilizar las formas de lucha más consecuentes; es decir, una política revolucionaria capaz de consolidar todos los esfuerzos actuales que tienden a combatir la explotación de los trabajadores.
El desarrollo del movimiento sindical hizo patente el final de su máxima expresión, el paso, categóricamente hablando, a una nueva forma de lucha. Esto es importante en cuanto que revela en forma práctica para México no sólo la derrota del economicismo [es decir, de las exigencias salariales] como forma exclusiva y predominante de lucha, sino que la nueva forma básica y contemporánea, la acción política clandestina para la preparación y organización guerrillera, es producto de un desarrollo concreto de las condiciones políticas en México.
En la última década se madura y realiza el cambio cualitativo hacia el modo de acción revolucionaria necesaria políticamente. La perspectiva que tiene de llenar toda la vida política organizada en México es cuestión exclusivamente de la práctica de los revolucionarios mexicanos capaces de reconocer, en esta forma de lucha, un movimiento propio de nuestras condiciones políticas, que son independientes de la teoría de un grupo político y totalmente determinantes de la política de cualquier grupo.
La observación de fondo de la historia de los conflictos y choques de clase que en los últimos quince años han tenido lugar en México (y, por supuesto, internacionalmente) han hecho saber que esta "nueva" actitud de los revolucionarios, la actitud leninista de la destrucción del Estado colonial-burgués, es la avanzada del desarrollo político logrado en los enfrentamientos de clase que los oprimidos de México han tenido que experimentar.

II. Una nueva batalla


1. Un "pequeño ensayo"
A partir del 26 de julio [de 1968], acciones revolucionarias llevadas a cabo esforzadamente por las masas populares empezaron a producir una situación política totalmente diferente y opuesta a la estabilidad social pregonada por la viceburguesía mexicana.
Como es cierto que la política revolucionaria se nutre de las experiencias sobre los cambios sociales, esta vez ha sido enriquecida ampliamente, por cuanto se ha hecho más clara y por cuanto ha tenido más bajas que en batallas anteriores. La oposición política llevada a cabo por el Movimiento Popular Estudiantil (MPE) es tan profundamente social, que es de esperar que este "pequeño ensayo" [el del MPE] nos capacite más para comprender y colocar todas las transformaciones revolucionarias que se requieran.
Las consecuencias del MPE, no están sólo en el rompimiento de la inercia política de las clases poco activas en la política práctica, sino en el reconocimiento y diferenciación de las tácticas prerrevolucionarias de las revolucionarias, así como del nuevo nivel de la represión, el cual ha hecho más eficiente la acción clandestina de la política revolucionaria de los trabajadores. Es así como el MPE y las anteriores acciones de masas en Michoacán, Sonora, Puebla, Tabasco, tanto como las acciones de los grupos en trabajo guerrillero, poco a poco aclaran la estrategia que necesita el revolucionario de hoy. Y todas las enseñanzas deben ser aprovechadas al máximo, no por sentido "histórico" propiamente, sino porque constituyen una de las más estrictas necesidades inmediatas. Por ejemplo, es de esperar que un mayor número de revolucionarios se hayan dado cuenta de que las organizaciones de "ayer", sin defensa, eran expresiones de las condiciones de "ayer", "democráticas"; y que las organizaciones de ahora, dinámicas, activas: de guerra, son igualmente expresiones de las condiciones de ahora, tan cercanas al cambio cualitativo que son, a la vez, organizaciones aptas para las condiciones de mañana.
El MPE ha hecho significativo el apoyo masivo a una acción revolucionaria, aunque dicho apoyo estuvo sujeto a una forma democrática de acción; pero ese apoyo puede y debe profundizarse mediante un buen aprovechamiento político por toda la organización revolucionaria. Las condiciones que engendraron dicho movimiento no han desaparecido, ya que por el contrario, tienden a agudizarse. El hecho de que no sólo siguen presentes sino que se agudizan espontáneamente es la manifestación más clara de la proximidad de nuevos enfrentamientos revolucionarios en los que debemos asegurar la mayor victoria para las fuerzas trabajadoras.
La situación política nacional es actualmente favorable a la viceburguesía explotadora, en el sentido de que ella está preparada para movilizar sus fuerzas represivas y destruir a la oposición consecuente; y, por el contrario, las fuerzas revolucionarias están apenas coordinando políticamente la práctica revolucionaria contra el orden burgués y su poder político.
El nivel actual de la represión, pero no exclusivamente, ha hecho que el movimiento revolucionario, que está saliendo del marasmo "democrático", tenga la necesidad de contraerse, para prepararse. ¿Prepararse para qué? Después del recrudecido clima dejado por el MPE, el revolucionario ha comprendido que cualquier acción política que realice ahora se mide objetivamente por la mayor o menor consolidación de la acción revolucionaria contra el poder viceburgués, es decir, que la consolidación revolucionaria está dada por el mayor o menor apoyo objetivo a la política necesaria de los trabajadores.
En unas condiciones de lucha de clases en ascenso, emanada de la explotación económica, política y social que sufren actualmente la mayoría de los mexicanos y cuyos efectos políticos más importantes son, desde la huelga estudiantil del IPN en 56, el insuficientemente analizado 58-59, pasando por los médicos del 65, el octubre de Morelia en 66, Sonora en 67, México, Puebla y Tabasco, los trabajos guerrilleros en Chihuahua, 65-69, en Guerrero, 67-69, etc., etc.; en unas condiciones de este tipo, el MPE, junto con los diversos grupos de trabajo guerrillero en el país (menos públicos, es cierto), han dado a luz —con fuerzas proletarias no del todo fuertes— a un auge revolucionario que ya pocos niegan y que se caracteriza entre otras cosas por una débil organización revolucionaria, aunque tendiendo a mejorar, pero que todavía no canaliza la efervescencia política y por ende no totaliza las acciones políticas a nivel nacional.
Este auge, fruto de nuestro tiempo —en el sentido de ser por sí mismo espontáneo—, tropieza con una serie de condiciones de superestructura política que no deja actuar consecuentemente a los oprimidos en México. Por debajo de estos inconvenientes, sin embargo, se construye conscientemente una política revolucionaria que poco a poco ha venido destruyendo, a partir de mediados de los sesenta, uno por uno todos los obstáculos, tanto reales como subjetivos. Entre otros, de éstos destacan la serie de teorías y tesis que de alguna manera paralizan el movimiento revolucionario en México e impiden una línea programática más acorde a las necesidades reales. Las siguientes son unas cuantas de las tesis que cualquier militante tiene que enfrentar en su trabajo político: "desarrollo económico deformado", clases "aburguesadas", el sentido que tiene de la historia el Partido Comunista Mexicano, "el papel del partido", la lucha por la "democracia", el sentido de la organización, el problema del tiempo (del cuándo), "el mercado constantemente contraccionado", confusión sobre "las tareas mediatas e inmediatas", "los modelos", etc.
Y sin embargo, este auge revolucionario y la forma "artesanal" aún de nuestra acción política clandestina no son más que la aurora de la forma básica y contemporánea de la lucha.
Porque a luz de esta historia de batallas y con el remate reaccionario de la matanza de Tlatelolco, ninguna organización revolucionaria expondrá conscientemente las masas inermes a las armas de la represión.

2. El fin de agosto fue decisivo
"Nosotros hemos hecho, en diciembre, como ese estratega que tenía tan absurdamente dispuestos sus regimientos, que la mayor parte de sus tropas no estaban en condiciones de participar activamente en la batalla."
V.I. Lenin. Las enseñanzas de la insurrección de Moscú.

Una de las cuestiones que el Movimiento Popular Estudiantil ha puesto "a la orden del día", es la diferenciación entre movimiento revolucionario organizado y movimiento revolucionario espontáneo.
La nueva situación revolucionaria y su represión —es decir, todo el MPE— mostró de una manera más o menos evidente cómo fueron saturadas y arrastradas las organizaciones al conflicto, incluso —en un sentido profundo— las construidas sobre la marcha del movimiento mismo.
Bien es cierto que las organizaciones creadas durante el conflicto hicieron un trabajo político más que suficiente: hicieron todo el trabajo político que estaban capacitadas para realizar. Por lo demás, éstas mismas fueron mucho menos una necesidad de organización consciente que una evidentísima necesidad de política revolucionaria espontánea.
Si hasta el 13 de agosto [de 1968] e incluso el 27-28 [del mismo mes], había una necesidad consecuente de organización, forzada por los acontecimientos, después del 28 de agosto y hasta el 2 de octubre la política revolucionaria manifestada objetivamente ya no correspondió a un movimiento dirigido; es decir, el movimiento empezó a correr por sí mismo —por la inercia de la represión—, hasta hacerse espontáneo en su mejor sentido de lo inesperado. El 28 de agosto es un punto de viraje en la situación revolucionaria. De aquí en adelante más que nunca los "oprimidos deberían dejar de defender un democratismo que los maniataba". Y es a partir de aquí cuando dominó prácticamente una corriente cada vez más generalizada que entre otras cosas se puso la camisa de fuerza legalista y respetuosa. Así fue como la acción revolucionaria popular fue movilizada ordenadamente hasta hacerla aceptar una respetuosa actitud ante el burocrático discurso del oscuro burócrata, el día 1ro. de septiembre; actitud que marca la corrosión legal que bajo las condiciones del 27-29 de agosto fue la mejor ayuda a las fuerzas del gobierno, y las mejores cadenas a la acción revolucionaria popular (además fue generalizada esta actitud respetuosa de tal modo que el MPE la sostuvo casi oficialmente y su movilización más clara fue el respeto a la Olimpiada). Si esta actitud fuera parte de la inexperiencia revolucionaria al estilo de, por ejemplo, la actitud de los revolucionarios franceses durante la Comuna de París —cuando, casi victoriosos, resuelven respetar los bancos burgueses— uno bien pudiera decir menos aquí; pero en este caso es bien claro que la actitud de respeto democrático deviene de una política sectorial que se lleva en México, demasiado funesta para las masas trabajadoras como para respetarla.
Sin embargo la socialdemocracia ha penetrado profundamente en el movimiento obrero-campesino en México. Una de las razones de ello ha sido la débil conciencia organizada de la vanguardia revolucionaria que objetivamente se ha desarrollado en los últimos años en México. Esta debilidad para detener el empuje contaminador de la socialdemocracia (y de todos sus hijos naturales: la conciliación de clases, el oportunismo, el dogmatismo y algunos otros adoptivos)12 se ha convertido en una base objetiva para que germinen y tomen cuerpo en la acción política práctica las ideas de los "principios" de la socialdemocracia. Por supuesto que no sólo la teoría sino también la práctica socialdemócrata han estado siendo señaladas y delimitadas tanto por los hechos políticos contemporáneos como por las organizaciones revolucionarias y, a pesar de ello, la humedad socialdemócrata, resucitada sin cesar en las formas más diversas, se ha convertido en la constante corrosiva del movimiento revolucionario en México. Constante que necesita ser eliminada.
El hecho de que el MPE (y en particular las corrientes democráticas en el seno del mismo) pueda ser definido como la actividad desarrollada por la vanguardia de la retaguardia política, no constituye un anatema sino más bien es parte de un enfoque crítico sobre las últimas acciones revolucionarias. El MPE no es el cadáver de un proceso político desligado de la acción revolucionaria del país. Desligarlo del desarrollo de la lucha de clases que, en todos los órdenes, se realiza en México es incorrecto; el MPE es parte inherente, substancial, de cada uno de los choques de clase anteriores y parte indesligable de la situación actual. No está desligado en absoluto de los enfrentamientos anteriores ni de las formas de lucha (por violentas que sean) que se están desarrollando en México. Las corrientes revolucionarias bien pueden hacer del MPE un movimiento "puro" y democrático; pero se debe descubrir cómo, al "apropiarse" el movimiento, desligan que éste es esencialmente sólo la exposición de la lucha de clases en un medio determinado; desligan (y hacen todo lo posible por impedir) que el MPE se reconozca como expresión de la lucha de clases en la cual otras formas de lucha participan decididamente. El seguidismo en su afán de pureza y temeroso ante el empuje revolucionario no vacila en liquidar formas de acción política que expresen el nivel más alto de la lucha de clases en México; hacen todo lo posible por evitar que "prosperen acciones provocadoras que tiendan a desvirtuar (los guardianes hegelianos del desarrollo absoluto) el carácter del movimiento y facilitar la represión."13
A veces lo logran.
Un enfoque crítico de las acciones revolucionarias durante el MPE puede definir más el quehacer político-militar necesario. Por ejemplo, ¿cuáles son los hechos que hicieron posible que el MPE se comportara políticamente como si lo hubiera estado dirigiendo el Partido Comunista Mexicano?
Es un hecho que a medida que se radicalizaba el MPE, como en el 28 de agosto, el PCM pedía paz y solución democrática ¡"antes de que fuera demasiado tarde"!; y mientras menos radical el MPE, más a la cabeza se encontraba el PCM, hasta "llegar a dominar todo el proceso". Así pues, el MPE en el plano inmediato, en general, no pudo salirse objetivamente de la línea del PCM. En parte esto fue lo que hizo declarar a un delegado del MMLM en un debate en el IPN sobre el movimiento: "En el CNH no había mayoría del PCM pero (...) no sabría explicar cómo [esta organización] se aprovechó de la situación para sacar adelante su línea."
A veces lo logran.

3. Un ataque defensivo: la guardia del Zócalo
Un momento de sumo interés y proclive de ser analizado más profundamente está en los sucesos del 27-28 de agosto. Es el sitio en el Zócalo, realizado por una guardia de manifestantes durante esa noche, para "esperar" el inicio del diálogo público. La táctica de la guardia popular de la noche del 27-28 fue aprobada en el Zócalo al final de la manifestación del día 27 de una manera unánime; sin embargo, el CNH antes de la manifestación había aprobado esta medida sólo por mayoría. Es sumamente interesante conocer los juicios de aquellos que, como el comité de lucha de la Escuela de Economía (CLEE), se oponían, si no tanto a la manifestación, sí a la guardia en el Zócalo aprobada por el CNH porque, según ellos, era inconsecuente. Así, en un volante mimeografiado decían que la manifestación y, "por si fuera poco", la guardia de sitio implicaba deshacerse "de una línea de acción capaz de atraer a las capas obreras y populares, requisito de un auténtico triunfo." Las cuestiones a discernir son: ¿cuáles eran los pasos inmediatos, en vez de la manifestación y guardia, que proponía el CLEE? Posiblemente podamos elegir dos posiciones políticas para el CLEE: una posición a la derecha de la decisión de manifestarse en el Zócalo y montar guardia, y otra a la izquierda de dicha decisión. La posición a la derecha daría pie a medidas objetivamente más mediatizadoras que la que ellos impugnaban y no ayudarían un milímetro a "fortalecer el movimiento con la incorporación de los obreros y masas populares". La posición de izquierda respecto a la decisión de manifestarse y [hacer] la guardia trae consigo una serie de medidas inmediatas cuya puesta en acción atraería a la lucha a las capas obreras y populares. ¿Cuáles medidas tenía presentes el CLEE el día 27 de agosto? Cabe otra solución posible sobre la posición del CLEE. Aceptar prácticamente la manifestación, pero no estar de acuerdo con la guardia. La manifestación —contra lo que ellos esperaban— no fue reprimida. Según el CLEE, la manifestación programada concentraría el mayor peligro de represión que el movimiento había enfrentado. ¿Qué medidas concebían ellos que impidieran este peligro de represión? ¿Esto significaba un temor a la manifestación o era una actitud encuadrada en tareas inmediatamente prácticas y objetivas, que iban a ser capaces de "atraer capas obreras y populares"? ¿En ese momento había una tarea política más atractiva para las capas populares que la manifestación? Si había medidas inmediatas que no sólo lograran eliminar al mínimo un enfrentamiento, sino que al mismo tiempo hubieran logrado atraer más capas populares dadas las condiciones del 28-29, es bueno, en lo posible, conocerlas hoy aunque sea teóricamente.

4. ¿Quiénes hacen el ciudadano papel de Cruz Roja?
Precisamente porque las organizaciones revolucionarias no canalizan aún el grueso de la efervescencia política, ni a nivel nacional ni, en el momento dado, en profundidad, es por lo que puede hablarse de que en México el elemento consciente "no tiene aún la capacidad de gobernar todo el proceso" revolucionario,15 especialmente si por ahora recién se empieza de tal manera que ya va hallándose un modo de acción revolucionaria más definido, más capaz, más activo y sobre todo políticamente necesario.
Sin embargo, la perspectiva que tiene este modo de acción revolucionaria de llenar la vida política organizada en México es cuestión de cuánto se avance en el trabajo fatigoso y difícil, pero necesario y decisivo, de la preparación para la acción guerrillera. Es sencillamente aplastante saber que, por la dificultad actual de no poder dominar el elemento consciente todo el proceso revolucionario, la socialdemocracia mexicana ve en este obstáculo —real por cierto, pero superable— la oportunidad para meter la cuña del seguidismo (ese convertirse en revolucionario post festum, es decir, después del momento revolucionario) y decir que el elemento consciente, "al aportar sus experiencias y su energía revolucionaria, puede ayudar al repliegue y a organizarse cuando las fuentes se han agotado o encontrado obstáculos insuperables por el momento".16 ¡Qué bien, pero qué bien "organizaron" el repliegue del MPE los socialdemócratas! ¡Cómo "ayudaron a replegar" el MPE estos compañeros, hasta que "dominaron el proceso"!
Si se visualiza bien el desarrollo del MPE se notará cómo en el mes de agosto, en general antes del 27 —por la arrolladora situación misma, las otras corrientes y el empuje masivo más consecuente del pueblo— el seguidismo se "justificaba" o, por lo menos, en esos momentos difícilmente se notaban sus esfuerzos por adquirir el papel de Cruz Roja, que tan claramente expusieron a partir del 28 de agosto. Aquí empieza a verse cómo ellos "ayudaban al repliegue y lo organizaban". Ante una viceburguesía atemorizada y una situación tremendamente revolucionaria, en plena batalla, ellos clamaron: "sostenemos que aún es tiempo de una solución positiva y democrática del actual conflicto. En ello están profundamente interesadas las fuerzas progresistas y patrióticas de México (sic). Llamamos a los sectores democráticos del país a no escatimar ningún esfuerzo (véase cómo están 'dispuestos a todo') y a unir la acción en la lucha por este objetivo (…) antes que sea demasiado tarde."17 ¡Y este grito angustioso no podía estar dirigido a otra cosa que no fuera detener el empuje de las fuerzas populares!
Antes del 27 de agosto, el seguidismo de vez en cuando fingía una carrerita de apoyo revolucionario mientras aceleraba la corrosión "legal" de las fuerzas revolucionarias, hasta esperar —porque, como siempre: esperando— la aparición de los "obstáculos insuperables", que empezaron a surgir, para ellos, bajo el empuje masivo de las fuerzas revolucionarias alrededor del día 28 de agosto y de la presencia política durante el cuarto informe presidencial del 12 de septiembre.
Ante la fortaleza del MPE, verdaderamente destructora en esos últimos días de agosto, la viceburguesía y los conciliadores opusieron la fortaleza del miedo.



5. Una campaña represiva cada vez más violenta
El fin de agosto fue decisivo, el silencio "ciudadano" del primero de septiembre fue una concesión a la viceburguesía. Al inicio de septiembre se notaba evidente la aceptación que el MPE hacía a un legalismo democrático de tiempos de paz. Así, el 13 de septiembre, la manifestación del silencio condenatorio es la decisión del MPE de mantenerse en esa camisa estrecha, no sanforizada, de los cauces legales. El mismo manifiesto que convocara a la marcha del silencio reitera que "nuestro movimiento es independiente (¡!) de la celebración de los XIX Juegos Olímpicos y de las fiestas cívicas conmemorativas de nuestra independencia y que no es en absoluto intención de este Consejo obstruir su desarrollo en lo más mínimo."
A partir de la "paz" del informe, el enemigo empieza a reponerse. Se decide a usar la ventaja ofrecida por la disminución de la temperatura revolucionaria registrada y comienza a madurar su ofensiva contra las fuerzas democráticas y sumamente populares, pero débiles, "inermes ante los atropellos feroces de la oligarquía". Y, mediante una campaña represiva cada vez más violenta, llega la noche del 18 de septiembre hasta el cuartel mismo del ejército democrático.
Tomada la UNAM, los ataques represivos se hacen progresivamente más violentos, permitiendo una resistencia revolucionaria más notoria, aunque no por esto más organizada. Al parecer, en este período de ofensiva reaccionaria, la acción popular más sólida se sostuvo durante la batalla del 24 de septiembre en el Casco de Santo Tomás. Este ascenso de la represión se coronó mediante el terror fascista del 2 de octubre.

III. La certeza de saberse débil


1. Desesperación e impotencia
El momento posterior a la matanza de Tlatelolco, la tarde del 2 de octubre —este nuestro Domingo Sangriento—, nos enfrenta conscientemente por primera vez, de golpe, a la necesidad de conocer la fuerza nuestra que se opusiera a la violencia reaccionaria del régimen; saber qué pasos prácticos habían de darse. Puede asegurarse que en ese momento creció monstruosamente la certeza de saberse débil,18 y saberse débil significa que la viceburguesía (tan mexicana como criminal, tal cual la burguesía de siempre) tenía a la mano un ejército con el que está dispuesta —buena demostración hizo— de "ir hasta el fin" en la represión; un ejército que era y es, como siempre ha sido, la fuerza de apoyo y agresión de la clase dominante, utilizado siempre contra los trabajadores.
Que una serie de pasos habían de darse para organizar el asedio de alguna manera: rompiendo la atadura respetuosa de los cauces legales; que no se debía volver a casa a "valorar" el movimiento; que las peticiones hacía mucho habían sido rebasadas como consignas;19 que la coordinación de las diversas formas de lucha en atención a la primordial; todas estas eran necesidades que sólo podían ser resueltas por la previsión revolucionaria, que las propias organizaciones revolucionarias debían preparar, capacitando al pueblo trabajador no sólo para conseguir peticiones aisladas sino también para minar la propia fortaleza de la oligarquía.
Al MPE no le faltó tanto una táctica de acción como una estrategia completa: un señalamiento de objetivos encuadrado dentro de la situación nacional revolucionaria que después de todo acaso podían ser alcanzados con el trabajo tenaz de la agitación, con consignas más allá del pliego petitorio y con preparativos profundos encauzados a un objetivo estratégico central. Tal vez sea demasiado pedir para una situación espontáneamente revolucionaria, pero esto no cambia el hecho de cuán escasa era de todas maneras la preparación anterior al conflicto.
La imposibilidad material, sobre todo después del 2 de octubre, para enfrentar una fuerza revolucionaria sólida al ejército represivo es ya subproducto de la impreparación estratégica. El 28 de agosto todavía esto podía ser salvado "empíricamente", ya que entonces se fue presentando la única situación evidente, el único momento propicio realmente para desplegar las fuerzas revolucionarias y "una ofensiva implacablemente decidida", obligar a romper las ataduras legales, ese legalismo democrático, y realizar o intentar coordinar —eso sí, hasta el fondo— un trabajo político que abriera perspectivas a la insurrección urbana. Y no es por lo que pudo haber sido y no fue, sino por el contrario, precisamente por lo que pudo ser, que es necesario hacer ver que el MPE fue una batalla, no todo el combate; que nuestros errores deben ser tenidos en cuenta y que la lucha continúa en planos más específicos, mediante actividades clandestinas para la preparación y la organización político-militar requerida.
La permanencia del MPE y el sentido de su transformación política dependió tanto de la correlación de fuerzas antes del conflicto y de los preparativos revolucionarios anteriores, como de la capacidad de los dirigentes revolucionarios para controlar los cambios de las condiciones de lucha. Estas dos "condiciones" son interdependientes. Los recesos revolucionarios (bajo las actuales condiciones) son períodos necesariamente aprovechables para realizar continuamente trabajo político de fortalecimiento; realizar esta "lucha cotidiana y gris" importantísima es una necesidad, ya que en esos días largos en que se concentran 10, 20 años, en esos momentos espontáneamente revolucionarios, el trabajo político suele acumularse tanto que pueden lanzarse directivas aventuradas, indecisas y en general, no adecuadas. Ante esta tarea es dónde se ve con más claridad la necesidad (todavía presente) de contar con fuerzas revolucionarias organizadas dispuestas a la acción político-militar que con objetivos proletarios pueden en todo caso, con un mínimo de capacidad, elegir "dónde y cuándo" presentar combate, hasta llegar a dominar todo el proceso.

2. Dos democracias
El hecho de que el conflicto [del MPE] mostró cuestiones eminentemente político-sociales y no académicas, determina por sí sólo su carácter popular y hace resaltar además el hecho de que en ningún momento se impusieron demandas fuertes, más profundas, capaces no nada más de conmover, sino también de movilizar a todos los oprimidos. Por el contrario, fueron exclusivamente demandas sociales, ciudadanas, si bien también proletarias, porque señalan el frente de lucha de dos democracias: la democracia representativa, viceburguesa, estática, y la otra, la fuerza revolucionaria tremenda de la democracia proletaria, de obreros —ya sean activos o pasivos económicamente—, constructiva desde abajo.
Y este período profundamente revolucionario demostró perfectamente cómo una acción en el terreno burgués tiene un límite democrático en este mismo terreno,20 aunque opuestamente toda acción democrática puede —y debe intentarse siempre— convertirse en un acto revolucionario radicalmente consecuente con la política de los oprimidos, evitando quedarse indefensos ante los atropellos represivos de la viceburguesía.
Algunos han querido ver el pivote democrático en "los argumentos de justificación" que ambos bandos en pugna se señalaban. Para unos —los más "ciudadanos", aunque no todos— era eliminar la violación a la Constitución realizada por los participantes revolucionarios, de esta forma se conquistaría un derecho mediante el cual se procurarían ulteriores reformas o, por lo menos, una vida más cómodamente ciudadana. En la realidad eran los menos activos, eran más bien la "conciencia ciudadana" que intentaba guiar los acontecimientos.
Otros participantes revolucionarios, los más activos, necesitaban no tomar en cuenta, en primera instancia, estos argumentos de justificación, aunque algunos desgraciadamente no lo lograron. Así fue como llegaron a demostrar —en gran medida como aspecto básico del movimiento— situaciones ciudadanas del mismo tipo: la demanda de anticonstitucionalidad que se esperaba para algunas acciones de los cuerpos represivos contra los participantes revolucionarios eran al mismo tiempo el criterio de la acción de estos cuerpos represivos. Estos "choques democráticos" fueron violentamente expuestos en cada acto de represión realizada por el gobierno y su muestra más reaccionaria fue el 2 de octubre. Pero el que resalta por su claridad y porque junto a él se oficializó prácticamente el rechazo al "diálogo", fue el "choque democrático" de la madrugada del 28 de agosto en el Zócalo. Previo al desalojo de la guardia de manifestantes que esperaban el diálogo, los cuerpos represivos justificaron su acción "democráticamente", anunciando desde el Palacio: "La acción de ustedes (los de la guardia de manifestantes) contraría el artículo 92 Constitucional. Se les invita a que se retiren." El texto de la advertencia fue repetido dos veces y después sobre ellos cayó la represiva carga de los cosacos.
Las libertades pregonadas por los explotadores son siempre de la misma naturaleza: en un cuerpo, la apoteosis de la libertad absoluta (todo el mundo puede…, etc.); y en el otro cuerpo, la delimitación real de la libertad (siempre que no altere el orden..., etc.); con una característica, por lo demás nada original: el orden que se defiende es el orden colonial-burgués. Así pues, aquella justificación no tenía otra razón de ser que la de mostrar que el Estado capitalista-burgués no se apoya actualmente en la Constitución, y es posible que jamás lo haya hecho, como tampoco se apoya en la Cámara de Diputados. Más bien lo que hace es utilizarles.
Atacar o apoyar siempre la Constitución burguesa cuando su existencia es sólo institutiva es desviar la atención de las masas hacia una cuestión secundaria. Desde el punto de vista del proletariado la lucha por la democracia no puede ser identificada como una forma de conducir su lucha. La lucha por la democracia proletaria es más bien el contenido político de su lucha, es el conjunto de tareas que tienen que realizar las masas bajo la dirección del proletariado. Así pues, es necesario reconocer que no se puede plantear redemocratización alguna, ya que la democracia proletaria se obtiene como producto de la lucha revolucionaria en un mañana indefinido, pero perseguido aquí y ahora. Estos "tiempos de paz" en que vivimos son sólo enfrentamientos violentos de dos intereses opuestos: uno dominante y decadente, y otro dominado y en ascenso. Y en estos enfrentamientos las autoridades político-militares "ejercen funciones políticas en exacta conexión con la disciplina militar".
El 5 de febrero de 1917, en Querétaro, se llevó a cabo el congreso constituyente con el fin de expresar jurídicamente el triunfo armado de una clase, la colonial-burguesa, sobre otra, la obrero-campesina. La Constitución reglamentó jurídicamente el derecho a la dominación logrado por la viceburguesía al derrotar militarmente las fuerzas populares en la guerra civil. La Constitución de 1917 es el aval subjetivo de la maquinaria de opresión viceburguesa, cuyos verdaderos apoyos objetivos son el ejército, los cuerpos represivos y el conjunto de instituciones a través de las cuales se ejerce una dominación multilateral. A partir de 1917 dicho régimen ha realizado una larga marcha en la cual los gobiernos de Carranza, Obregón, Calles, Cárdenas, Ávila Camacho, Alemán, Ruiz Cortínez, López Mateos y Díaz Ordaz, son sólo puntos expresivos de cómo un régimen colonial-burgués es, en última instancia, cada vez más viceburgués y por ende cada vez más dependiente.21 Hasta la fecha estos gobiernos han sido formalmente republicanos y totalmente burgueses en cuanto a su contenido de clase. Desde entonces y hasta ahora, la Constitución del 17 sirve para expresar aleatoriamente las restricciones del orden burgués, mas no lo delimita.

IV. El contenido de la lucha proletaria


1. Y la viceburguesía le teme
La matanza del 2 de octubre fue posible, la reacción fue "hasta el fin", no sólo por el desarrollo del movimiento mismo, sino también por la existencia de un clima político nacional, anterior y acoplado al conflicto, donde resaltaba ya la forma básica de acción: la necesidad política del trabajo guerrillero. En efecto, es sólo hasta el 8 de septiembre de 1968 que el ejército mexicano logra una emboscada sobre algunos integrantes del grupo popular guerrillero "Arturo Gámiz"; que había tenido como acciones anteriores asaltos a aserraderos (oficiales), destrucción de transportes militares (helicópteros), combates contra guardias blancas y enfrentamientos con el mismo ejército. Todas estas acciones hasta cierto punto habían sido opacados por los vertiginosos acontecimientos del MPE, que para bien o para mal acaparaban casi todos los canales de información. Al mismo tiempo que las actividades del GPG "Arturo Gámiz", se realizaban en otra zona —"en las montañas del Sur", proporcionando la necesaria experiencia a sus miembros— las actividades de otro grupo guerrillero, jefaturado por Genaro Vásquez Rojas, que también planteaba el verdadero dique a la represión. Estas acciones, si bien poco más o menos desapercibidas a nivel nacional, aunque presentes en el fondo secreto de los comentarios, estaba igualmente en el substrato del MPE, y la represión organizada los tenía mucho muy en cuenta.
La existencia de estas fuerzas organizadas en acción rural han determinado básicamente la represión gubernamental. Son el verdadero índice de la democracia de la viceburguesía. Es a esta oposición a la que le tiene miedo la viceburguesía, sabe que de ella parte el inicio de su destrucción, que viene siendo la destrucción de la miseria, el desempleo, las superganancias extranjeras y las ganancias nacionales; la destrucción del analfabetismo y de la propiedad privada; la destrucción de las formas todas de sojuzgamiento de un pueblo que ha dado su fuerza de trabajo para quedar sólo con hambre, inculto, pero no temeroso y al que todavía se le exprime un poco más con reformas. A esta oposición revolucionaria que está dispuesta a destruir las fuentes de la miseria, el hambre y la ignorancia, con medios tan profundamente políticos y militares como se necesiten, la burguesía imperialista le teme, porque ellos son la fuente de esas miserias y tienen los medios con los cuales extender el hambre y la ignorancia "en vías de desarrollo" a todo el pueblo trabajador. Y todos los explotados buscan la manera adecuada de destruir estas miserias. A la luz de estos choques, ellos necesitan ver quiénes llevan más adelantado el camino hacia este punto.
Este sendero largo, difícil y violento ha comenzado de muy atrás: con Zapata, con Villa, con tantos revolucionarios como Arturo Gámiz, Oscar González, Genaro Vásquez R. y todas aquellas personas que ahora empuñan la necesidad de acompañar a los oprimidos, desde adelante, para destruir la explotación.

2. La represión ha sido organizada en forma militar
El MPE fue una huelga política, un enfrentamiento de lleno al aparato estatal, un choque de dos democracias. A veces el estado de preparación y nuevos obstáculos de las fuerzas revolucionarias le impiden ir más allá en estos enfrentamientos, entonces el revolucionario busca la manera de destruir los obstáculos, encuentra compañeros y unidos se deciden al trabajo guerrillero. Cuando el estado de preparación de las fuerzas revolucionarias así lo puede, la lucha por la democracia proletaria no es la forma de la acción revolucionaria, sino es más bien el contenido de la lucha proletaria; por lo tanto, la lucha por la democracia es el conjunto de todos los esfuerzos, recursos y enfrentamientos que las fuerzas revolucionarias realizan para ser más libres, más libres sólo para seguir combatiendo. El MPE, el CNH y el 2 de octubre no serán la última manifestación urbana de masas y sin embargo el MPE nos puso en camino de enterrar acciones predominantes exclusivamente "democráticas". El clima logrado ya, tanto en octubre, como el del elevamiento del peso específico revolucionario de la lucha armada —como lo demuestra la represión, etc.—, permite prever que nuevas situaciones de masas necesariamente tenderán, en forma hasta cierto punto independiente del elemento organizado, a etapas claras de violencia militar. Porque por un desarrollo propio, compatible en mucho con los países latinoamericanos, México ha creado la realidad de que las acciones revolucionarias que se desarrollan en las ciudades (y por supuesto no sólo en las ciudades) se reproduzcan, como en el caso del MPE, hasta obligar al gobierno a medios cada vez más extremos, por el hecho de que la viceburguesía "siente" más fácilmente que el movimiento "se le va"; pero el "írsele de las manos" no es propio del movimiento en sí, tanto como del clima político en que éste ha sido engendrado. Y en este clima político, si a alguien teme la viceburguesía es al trabajo guerrillero.
En México, el MPE ha ayudado a ver que toda acción revolucionaria debe objetivamente apuntalar las fuerzas revolucionarias más avanzadas; así estas fuerzas organizadas en acción rural podrán tener mayor potencia para repeler la agresión. Un criterio que puede servir para apoyar el trabajo guerrillero es que la viceburguesía está ya dispuesta a "ir hasta el fin", está ya organizada para la represión en forma militar. Ya no se puede sorprender al gobierno por medio de "huelgas hasta el fin", por sí solas, y la única forma de mantener "sorprendida" a la oligarquía es mediante la forma suprema de lucha: la insurrección guerrillera, posible "gracias" a la relación imperialista que convierte al campo mexicano en mayoría explotada con un enorme potencial revolucionario y además con características político-militares imprescindibles (incluyendo la realidad de la historia guerrillera en la presente década). La única manera pues, de mantener "sorprendida" a la oligarquía, organizada ya para la represión en forma militar, es mediante organizaciones capaces para la acción política clandestina que, ejerciendo la insurrección guerrillera constantemente, respondan a la represión organizada con el arma de la guerra revolucionaria.
Es ya un lugar común decir que la guerra, antes de cualquier cosa, es esencialmente una cuestión política, y la viceburguesía mexicana ya ha extendido su política, ha declarado una guerra a muerte contra los revolucionarios del país. Ha declarado una guerra por impotencia de su política de "estabilidad" y esta represión organizada en forma militar no ha culminado en cuanto a brutalidad, en cuanto a medios genocidas, en cuanto a reacción descarada no ha sido su más alto punto de odio de clase este 2 de octubre del 68, este 8 de septiembre de 1968.
Ante esto no podemos hacer otra cosa que contestar a esta guerrilla criminal con una guerra revolucionaria; y sólo una política revolucionaria que maneje y domine completamente esta guerra a muerte que nos ha sido impuesta podrá eliminar esa represión organizada de la viceburguesía y, con ella, la miseria, el hambre y la ignorancia.
Así pues, la guerra revolucionaria es una cuestión política revolucionaria y la política de los oprimidos —fruto del enfrentamiento cotidiano que, en todos los órdenes: económico, político, ideológico y además militar, realizan los mexicanos explotados contra sus explotadores— se hace evidente: es la acción política clandestina objetivamente necesaria que, mediante la preparación de la contienda guerrillera en todos los órdenes, persigue la toma del poder político.
Hoy más que nunca la inercia política es traición.

V. Táctica de la guerra revolucionaria en México



1. Este quehacer consciente
Estos años decididamente revolucionarios han producido un sinnúmero de hechos políticos determinantes, lo suficientemente profundos como para hacer tambalear las formas artesanales de trabajo político y transformarlas hasta la altura de las necesidades actuales.
En la experiencia lograda a fuerza de sangre, de decisión (y de indecisión), toma importancia política —y en la vanguardia activa es consciente— la dilucidación práctica de que si en la espontaneidad de la acción revolucionaria está la base de la revolución, la revolución no puede fundamentarse exclusivamente en la espontaneidad de la acción revolucionaria. Puede decirse que en México hay bastantes demostraciones prácticas de esa cuestión; y la lucha desarrollada hasta la fecha, cualquiera que sean los resultados, ha proporcionado ya los hechos políticos suficientes para elaborar sobre la acción la contrapartida.
Este quehacer consciente de la práctica revolucionaria no aparece claro, por lo demás, en la vida política nacional a juzgar por las evidencias disponibles. Sin embargo la continuación del trabajo guerrillero en varios estados del país dan muestra de que este callado trabajo político prepara un mar de destrucción revolucionaria dirigida. Hoy en día la acción política bajo la necesidad del trabajo guerrillero se realiza subterráneamente. Y no podía ser diferente.
En "las montañas del Sur", es decir, Guerrero, Morelos, etc., Genaro Vásquez Rojas (quien inicia sus acciones en 1967) viene realizando una oposición revolucionaria afianzada en las armas, que le ha permitido llevar a cabo una oculta preparación política.
Por otro lado tanto los triunfos como los obstáculos, bastante grandes por cierto, en las actividades político militares de los guerrilleros de Chihuahua, son demasiado notorios para negarlos, y la importancia revolucionaria obtenida que ha permitido un paso político bastante evidente en la política nacional, deviene de los enfrentamientos que durante más de cinco años se han realizado en la preparación y organización del grupo popular guerrillero "Arturo Gámiz". Este trabajo revolucionario no ha sido fácil, pero ha permitido ver prácticamente la manera de eliminar la inmadurez y la inexperiencia política durante el trabajo guerrillero necesario. Sobre este punto es más fiel indiscutiblemente el fragmento de un comunicado emitido el 31 de julio de 1968, ya que ofrece una crítica revolucionaria realmente precisa:

Desde enero de 1964 hasta la fecha, las acciones (político militares) han mantenido en alto las demandas de transformación de todo un pueblo, no sin tener reveses dolorosos como el ataque al cuartel militar de Madera, Chihuahua, producto de nuestra inmadurez, de nuestra inexperiencia en los métodos de una acción revolucionaria, que no hemos ensayado y aprendido suficientemente.

La lucha armada guerrillera en México es, pues, una realidad política insoslayable. Y por cierto, todavía hay ciertos teóricos (a no dudarlo socialdemócratas) que aún intentan contestar escolásticamente: ¿es prematura la lucha armada en México?, haciendo con el mismo planteamiento omisión del hecho escueto tan sólido como presente, de que la lucha armada está ya haciendo historia en esta década en México.22 En apenas cuatro años es un crimen imperdonable olvidarse de la herencia de un 23 de septiembre de 1965, y aún así, no tener presente las consecuencias de un 2 de octubre de 1968 es , por lo menos, inconcebible.
Poner peros al trabajo guerrillero para detenerlo es, en primera instancia un desconocimiento llano del quehacer político necesario en México. Es cierto que el estudio del desarrollo de la lucha armada en México, en los últimos años, marca cómo esta misma en sus inicios, todavía inexperta, da tumbos revolucionarios y se incorpora, para indicar con cada experiencia que la lucha armada guerrillera en México es la avanzada del desarrollo político logrado en la lucha de clases.23 Y esta línea de acción representa no sólo el medio por el cual las mayorías explotadas podrán abandonar la situación de oprimidos, sino además la garantía de su consecución y, también, el grado de organización que alcanzará como vanguardia proletaria.

2. Errores tradicionales e inexperiencia momentánea
En los últimos años una cosa ha ido quedando clara. No basta oponer a la unilateralidad de los actos y planteamientos de "los otros grupos", una unilateralidad revolucionaria. Un grupo político revolucionario no puede —esto es archisabido— hacer de la crítica su actividad exclusiva; necesita el fuego de la práctica para oponerse así a las otras fuerzas políticas, llegar a transformarlas hasta participar de lleno en la destrucción del aparato estatal oligárquico. Cada militante más que decide lanzarse al fuego de la acción, de la práctica de la forma suprema de lucha, actualmente la insurrección guerrillera, acerca más el poder político a las clases trabajadoras y en este quehacer consciente se depura, no sin sacrificios, la política precisa y necesaria que destruirá el poder viceburgués-imperialista. En esta práctica consciente seguirá habiendo "reveses dolorosos"; pero si un grupo político, cualquiera que sea, puede sufrir tropiezos, hay que recordar que una cosa son los errores tradicionales de algunos grupos y otra cosa, muy distinta, es la inexperiencia momentánea de un grupo revolucionario. Y es clarísimo que la inexperiencia y los obstáculos pueden evitarse conforme se practica y sólo si se practica la política necesaria. En esta práctica uno reconoce cómo el trabajo guerrillero, además de dar preparación política a los militantes revolucionarios, lleva la ventaja en dar madurez política y consolidarles en el terreno mismo de las acciones; busca poner a las masas oprimidas en condiciones político militares de arrebatar el poder establecido y sabe que la revolución (ese proceso político en que una clase arrebata el poder establecido a otra clase y con ello la dirección económica y política de la sociedad) no es nada fácil, no es inmediata, no es pacífica, no es legal, sino completamente violenta, larga y difícil. En esta labor el trabajo guerrillero no persigue una visión militar de la política de los revolucionarios mexicanos, sino al contrario proporciona un enfoque político para todo enfrentamiento de clase, sea este militar, ideológico, etcétera.

3. Una posición de ataque más efectiva
Es posible que en términos generales no sea claro el engarce común entre el trabajo guerrillero y el MPE. Realmente, ¿cuál es la línea política que pasa a través de estos dos tipos de acciones revolucionarias formalmente tan desiguales? Las acciones guerrilleras, en particular del grupo de Gámiz en Chihuahua, marca el inicio políticamente definido y directamente escenificado de la acción armada.24 El MPE es el fin de la impreparación revolucionaria como defensiva de acción de masas. Si tenemos en cuenta la dependencia política real que las formas de lucha revolucionarias mantienen respecto de un objetivo estratégico central —la toma del poder— veremos que mientras la acción guerrillera del 23 de septiembre muestra, con medios y preparaciones aún débiles, cuál es la necesidad política a satisfacer, el MPE extiende a nivel social esta necesidad mediante una enseñanza política inducida por la generalización de la represión y su profundización el 2 de octubre, destruyendo el marasmo "democrático" hasta llevar a la vanguardia revolucionaria del MPE a preparar, como salida histórica, acciones semejantes a las desarrolladas por los guerrilleros. Si después del 2 de octubre el militante revolucionario urbano busca una posición de ataque más efectiva y a la vez más segura, entonces tendrá que realizar el trabajo guerrillero necesario. Las acciones político militares proporcionan el medio de destrucción de las bases de sustentación del poder; ofrece la máxima seguridad de la lucha —"la mejor defensa es el ataque"— y requiere para el mejoramiento de su acción política combativa el apoyo objetivo que los revolucionarios le confieren mediante otras formas de lucha, incluyendo nuevos MPEs. Porque además nuevos MPEs necesitan el apoyo efectivo de las acciones guerrilleras. Entendámonos. La represión organizada destruye el MPE porque la fuerza efectiva de la oposición, en este caso el trabajo guerrillero, tanto rural como urbano, es relativamente débil o, por lo menos, no suficiente.
Hoy la única manera de impedir la represión organizada (es decir la acción represiva del ejército mexicano, los cuerpos especiales y sus núcleos marginales) es afianzando el trabajo guerrillero para elevar su fuerza, su capacidad; sólo si el trabajo guerrillero está necesariamente preparado, la represión organizada no actuará impunemente. Porque en definitiva, ¿qué nos dice el MPE?, que la razón de un 2 de octubre fascista (no la única razón) es una prueba de la debilidad real del régimen y de la fortaleza política de la acción guerrillera; y que la debilidad del trabajo guerrillero, a pesar de la necesidad política, es prueba del muy poco [poder] objetivo de las organizaciones de oposición al régimen.
Los oprimidos en México se preparan para cobrar la represión fascista; pero es obvio que la represión sólo puede ser cobrada si se cuenta con la fuerza político militar necesaria. El silencio actual debe ser aprovechado al máximo.

4. La única manera
No puede ya argüirse que el régimen brinda oportunidades para luchar legalmente. Uno puede manejar y utilizar tácticamente todos los orificios políticos que se presentan en el campo de la burguesía; pero no hay que olvidar que ella domina ahí estratégicamente. "La colina parlamento, la colina legalidad, la colina huelga económica legal, la colina aumento de salarios, la colina constitución burguesa, la colina liberación de un héroe popular, son pequeñas colinas dominadas por el fuego de la artillería enemiga."
La única manera de romper el andamiaje represivo de la oligarquía es el hostigamiento bélico constante (por supuesto, preparando a saciedad lo necesario) desde zonas rurales explotadas, con un instrumento político militar que resuma, al mismo tiempo, la acción inmediata y la proyección consciente de esta acción.
En esta actividad, las organizaciones revolucionarias van a tener en cuenta sólo aquellas formas de oposición y de lucha que de una manera objetivamente revolucionaria manifiesten un apoyo total a la acción política básica en México: la necesidad política de la lucha armada. Esto aclara lo que significa valerse de todas las formas de lucha de clase, dándoles la proyección que en la política de los oprimidos les señala la necesidad. Por eso toda organización revolucionaria necesita siempre canalizar, y hacer depender de su objetivo estratégico central, una determinada acción básica sobre la cual las demás —"las otras formas de lucha"— vienen a jerarquizarse variablemente para apoyar o impulsar las acciones político militares. De aquí se desprende que apelar a utilizar en forma general y abstracta todas las formas de lucha, si bien resulta teóricamente irreprochable, prácticamente lleva a dispersar las fuerzas revolucionarias, intentando estar presente luchando en todas partes, sin ser realmente fuertes en ninguna. Surge pues la necesidad de canalizar todos los esfuerzos tomando en cuenta la proyección política que da el objetivo estratégico central, que en última instancia tenga como remate un afianzamiento, un apoyo total y un nuevo avance de la acción contemporánea y básica de lucha.
Dice el Che, en su mensaje a la Tricontinental, que hoy en Latinoamérica "los combates no serán meras luchas callejeras de piedras contra gases lacrimógenos, ni de huelgas generales, ni será la lucha de un pueblo enfurecido que destruya en dos o tres días el andamiaje represivo de la oligarquía gobernante, será una lucha larga, cruenta, donde su frente estará en los refugios guerrilleros, en la ciudad, en las casas de los combatientes", en todo choque político y práctico que ponga a disposición de los revolucionarios una mayor libertad para seguir combatiendo.
¿Qué nos dice aquí el Che? Nos comprueba cómo la utilización de ciertas formas de lucha por sí solas no tienen el alcance necesario para destruir el andamiaje. Que esas formas de lucha por sí solas no aseguran, cuando se dan, el aniquilamiento del aparato represivo y que esperar a que se dé por sí sólo el momento en que "un pueblo enfurecido destruya en dos o tres días" a la oligarquía gobernante es utópico. Que no hay más allá de una forma de lucha estrictamente necesaria (la cual no hay "más remedio que prepararla y decidirse a emprenderla") y cuya acción tenga la capacidad objetiva no sólo de aprovechar "meras luchas callejeras" y por supuesto huelgas generales, sino mantener en la práctica, con la acción político militar del trabajo guerrillero, la seguridad —a largo plazo, es cierto— de la destrucción del andamiaje represivo de la oligarquía. Dirigir todos los recursos políticos a esta acción es la tarea revolucionaria de hoy en México.
Hay que hacer ver que esos tipos de lucha, "huelgas generales", "callejeras", etc., podrán seguirse dando, en un sentido más o menos espontáneo y, como dice el Che, no puede el revolucionario esperar "esos dos o tres días", aunque días de esa naturaleza puedan presentarse. El revolucionario profesional tiende a organizarse precisamente para no estar soñando en lo espontáneo. No confiar en lo inesperado sin desdeñarlo es algo esencial en la tarea revolucionaria.

5. La destrucción del lazo imperialista
Actualmente el pueblo mexicano realiza su acción revolucionaria bajo una situación internacional bastante favorable. Es la época de la destrucción del imperialismo yanqui. Aunque para México no sea evidente el resquebrajamiento del poder imperialista por razones políticas, este resquebrajamiento está íntimamente ligado a la profundidad de la acción revolucionaria. Esto hace que cualquier proceso que ha sufrido la influencia reaccionaria del imperialismo, deteniendo de alguna manera su desarrollo, entre a una situación revolucionaria. Esta situación no sólo aumenta la espontaneidad de la acción revolucionaria (esa naturalidad de los choques entre explotados y explotadores bastante periódicos en esta década), sino que la calidad de los enfrentamientos ha logrado proporcionar una acción consciente de la práctica revolucionaria. Por condición imperialista.
La destrucción, pues, del lazo imperialista es la utilización táctica (continua y constante dominación del quehacer político actual) de todas las fuerzas revolucionarias refundidas miserablemente por la explotación viceburgués imperialista, existentes en un momento dado y dirigidos al enemigo inmediato, regional y nacional. La práctica de enfrentar al enemigo lejano, pero presente (el imperialismo yanqui) mediante el enfrentamiento al enemigo inmediato rural capitalista y nacional, clarifica las relaciones de clase y su disponibilidad para la acción revolucionaria. En el país, un poco más del cincuenta por ciento de la población es rural (sometida a explotación capitalista) y puede decirse que más del cincuenta por ciento de la población urbana (sufriendo explotación capitalista), ambas constituyen las masas superexplotadas del México contemporáneo. Aproximadamente un 75% de la población mexicana sufre, y sufre de verdad, el rigor de la explotación capital-imperialista. Un 40% del total de mexicanos son masas trabajadoras en disposición objetiva de acción revolucionaria inmediata.
En los enfrentamientos actuales librados por las fuerzas revolucionarias hay, obviamente, capas oprimidas que no participan o incluso que no se proponen participar directamente en la acción revolucionaria. Es un hecho que no tienen disponibilidad para ello.25 Pero este aspecto de que no puedan movilizarse, que no puedan coordinar sus acciones dentro de organizaciones revolucionarias propias, de clase, políticamente activas, no nos da derecho a desdeñarlos, sino más bien ello es una evidencia del trabajo necesario, faltante. Todo mundo debe saber que en esta lucha difícil en que nos tiene empeñados la viceburguesía mexicana, nadie puede considerarse ausente.
El trabajo revolucionario en México necesita unir orgánicamente, en la acción, las fuerzas hoy dispersas de todas las capas de oprimidos, hasta asegurar con ello la transformación completa. Esta capacidad orgánica de lucha está abierta en las clases revolucionarias de nuestra sociedad. Por lo demás es un hecho objetivo la dispersión de esfuerzos revolucionarios; podemos decir que hay una tendencia a la reunificación, sin embargo esta dispersión sigue siendo el obstáculo a vencer.26 Los esfuerzos revolucionarios hoy dispersos, realizados por las avanzadas de los diversos grupos sociales oprimidos, pueden ser unidos en la acción política mediante el trabajo guerrillero. Fuerzas de clase que tiene un inmediato potencial de acción revolucionaria, como los campesinos pobres y los asalariados agrícolas y en general las masas superexplotadas del medio rural capitalista, más las fuerzas de clase que tienen el potencial de la destrucción del Estado viceburgués —como los obreros y empleados de la infraestructura y en general la masa desamparada popular urbana—, agregados a los grupos sociales que tienen un cierto potencial de dirección revolucionaria, como intelectuales, profesionistas, maestros, estudiantes, que pueden realizar también gran actividad revolucionaria; todos ellos brindan el material único para los trabajos político militares dirigidos a la destrucción del aparato estatal viceburgués.
Hoy la táctica de acción en un país viceburgués-colonizado, es decir, la táctica de guerra revolucionaria, hace imprescindible la insurrección rural bajo formas guerrilleras de acción. Esto permite y requiere grandemente la unión inmediata con los pobres del campo, que se traduce, en la acción del trabajo guerrillero, en mayor conocimiento del terreno, red de ayuda en información, militantes activos, sostenimiento guerrillero, etc. El campesino está dispuesto ya a participar en la destrucción del enemigo inmediato.27 Dentro de las clases trabajadoras en el medio urbano, los obreros industriales están fuertemente sindicalizados bajo la égida de la viceburguesía mexicana. "Ello es una evidencia del trabajo necesario."28 Y al parecer sólo pueden expresar su potencial destructor en situaciones fuertemente revolucionarias.
La llamada situación objetivamente revolucionaria puede ser obtenida con una estrategia inmediatamente radical (como lo prueba, en forma mínima, el miedo de la burguesía a la acción guerrillera), mediante el hostigamiento directo y constante desde las zonas rurales superexplotadas y también desde zonas urbanas explotadas, con un instrumento político militar que resuma al mismo tiempo la acción inmediata y la proyección histórico-política de esa acción. Tal sería la acción guerrillera. La mejor manera de enfrentar al enemigo principal, el imperialismo yanqui, hemos dicho, es atacar al enemigo inmediato local y nacional. El trabajo guerrillero tanto rural como urbano, este hostigamiento táctico, crea no sólo la dirección adecuada a toda acción revolucionaria, sino también el rompimiento del lazo gremial burgués del obrero de la gran industria. El trabajo guerrillero requiere de cuadros altamente politizados.
En la misma forma que la clase obrera (su movimiento) por sí mismo no engendra más que lucha economicista y necesita para rebasar esa etapa la dirección práctica de revolucionarios profesionales, no exclusivamente obreros, asimismo el movimiento estudiantil (la masa de estudiantes en actividad revolucionaria) por sí misma no engendra, en última instancia, otra cosa que anarquía revolucionaria y necesita para salirse de esa acción la guía práctica de revolucionarios profesionales que lleven a la vanguardia estudiantil a un punto de acción tal que su diferencia con los revolucionarios profesionales sea cada vez menor o nula. El estudiante revolucionario tiene que aprender (y la vanguardia revolucionaria enseñarle) que mientras viva y exprese políticamente su existencia social desde el punto de vista de lo que ha sido y lo que es y no haga un esfuerzo de organización para vivir y expresar políticamente su existencia social desde el punto de vista de lo que es y está siendo, entonces su aportación revolucionaria se verá grandemente reducida.
Todo el MPE fue posible porque el estudiantado no está exento, ni mucho menos, de la explotación de clase que realiza la viceburguesía mexicana. El estudiante mexicano ha enseñado una lección: la lucha de clases dentro de una sociedad como la nuestra puede, en un momento revolucionario, favorecer a la burguesía, sobre todo por el hecho de que las organizaciones del proletariado revolucionario no posean una dirección política certera, ni una preparación adecuada para la acción.

VI. Porque los de abajo ya no quieren


1. El trabajo guerrillero
En este disponerse a la destrucción del Estado colonial-burgués conlleva una lucha violentamente larga, donde se requiere como necesidad política de primer orden la preparación clandestina de una base política, tanto urbana como rural, más amplia pero igualmente secreta entre más popular y más profesional, profunda y radical entre más cercana al enfrentamiento de clase. El trabajo clandestino sobre esta red activa y oculta —una base de apoyo clandestino socialmente necesaria y por lo tanto imprescindible—, asegura el alimento a toda la acción política revolucionaria y proporciona un basamento sólido a las actividades de los revolucionarios profesionales. Lograr esto en la acción misma es la garantía mínima para acelerar la incorporación revolucionaria y, por lo tanto, el apoyo de núcleos sociales poco activos dentro del proceso revolucionario. Esta base política, además de unificar y encuadrar las acciones político militares en actividad política, permite el enlace material con un apoyo popular. Una "infraestructura" organizativa mínima, suficiente socialmente, y las acciones revolucionarias llevadas a cabo, es casi lo único que asegura el apoyo orgánico, material y decisivo de las masas trabajadoras. La preparación de una red clandestina políticamente segura y revolucionariamente dinámica, dispuesta a canalizar todos los esfuerzos revolucionarios de la clase oprimida, para proporcionar mayor vida al trabajo guerrillero, es precisamente la necesidad inmediata que se desprende de los anteriores enfrentamientos de clase.
Y no es que se requiera comenzar una organización, lo que se requiere, es empezar —pues esto es la necesidad política inmediata— a laborar conjuntamente con el trabajo guerrillero. Uno recuerda que en México existen bastante cimientos revolucionarios, incluyendo algunas paredes levantadas, tanto "en las montañas del Sur" como en las del norte, cuyas herencias, en obstáculos, en aciertos, no han sido aprovechadas todavía completamente (sobre todo: ese rastro de historia político militar que van dejando). Es sólo sobre esas organizaciones políticamente necesarias, sobre el trabajo realizado con ellas, que devendrá —en la acción: durante el fuego de la práctica— la organización. Ya basta de pensar en la organización revolucionaria como en un sistema hegeliano. El trabajo guerrillero en México está en marcha; lenta pero efectivamente resolviendo las necesidades. Por lo tanto, las pocas organizaciones político militares que han demostrado, en los últimos años actuar de una manera consecuente en la política de los oprimidos, necesitan un apoyo objetivo en la acción, para lograr, en el trabajo necesario, por su capacidad y ventaja práctica, un saturamiento de la vida política nacional.
Obsérvese la labor organizativa nacional, la no dedicada directamente al trabajo guerrillero. ¿Qué tenemos?29 Un conjunto de pequeñas (y a veces pequeñísimas, no por su tamaño, sino por ineficaces) organizaciones revolucionarias, ninguna de las cuales, por sí sola, "químicamente pura", reúne la capacidad de constituirse en un partido, en una organización necesaria, eficaz, política y militarmente. Realmente este conjunto de pequeñas organizaciones revolucionarias —cuyas diferencias políticas pueden llegar a hacerse, en un sentido práctico, de alguna manera secundarias— necesitan apoyar en la acción misma en primera instancia el trabajo guerrillero. El trabajo previo, imprescindible, está repleto de pequeñas alianzas, tanto con militantes aislados o pequeños grupitos, como con grupos que socialmente ya han realizado cierta práctica política. Sólo la capacidad, la clandestinidad (la activa, que es la única forma de trabajo político que asegura la máxima permanencia de una organización revolucionaria), la profundidad y la consecuencia en las "uniones", enmarcadas en una línea política que en conjunto tenga la capacidad de sostener la forma básica y contemporánea de lucha, podrá eliminar la posibilidad de entrar en la vorágine del oportunista "frente amplio" y del sectarismo; de querer aprovechar "todas las formas de lucha" por igual y a todos los grupos sin distinción; por no ser capaces de observar la diferencia entre el revolucionario y el no revolucionario, entre el provocador y el inexperto, etc. Así pues, hablar del papel político correcto de las fuerzas revolucionarias organizadas y consecuentes en México es hablar de llevar a cabo este trabajo necesario.
La solución de esta gran tarea es la palanca de Arquímedes que ningún mundo capitalista, ninguna relación imperialista soportará.

2. Una prueba irrebatible
Ya que el nivel de la lucha de clases es una condición objetiva, entonces el eje básico (en este caso el trabajo guerrillero) de la acción revolucionaria en México, como en cualquier parte, no es una determinación a priori, sino cuestión de herencia revolucionaria práctica que se desprende de las fuerzas y los choques de clase que han enfrentado ya las masas organizadas y no organizadas. En cualquier situación revolucionaria se pone en juego el aspecto de la proyección política de las formas de lucha: o se apoya objetivamente y en última instancia la forma principal y contemporánea de lucha, o se socava su importancia real. Apoyar el aspecto principal del antagonismo básico entre las formas de lucha de clases significa afianzar prácticamente la acción política clandestina con objetivos de preparación guerrillera.
Comprender el significado total de la insurrección guerrillera y decidirse a fortalecerla es lo real inmediato y esto es así porque es indiscutible que la condición para tomar el poder cuando "los de arriba ya no pueden y los de abajo ya no quieren", sirvió o todavía sirve utilizada unilateralmente para que el seguidismo siempre aguardara30 hasta que "los de arriba ya no pudieran sostenerse en el poder". Mas ahora la precipitación del imperialismo yanqui —debido en primera instancia a la capacidad de derrota de la viceburguesía nacional— hace posible la existencia de una fuerza político militar organizada, apta para la acción, una vanguardia política, consciente en la práctica, que mediante un dinámico trabajo guerrillero sea capaz no sólo de estar "esperando" cuando "ya no pueda sostenerse", sino principalmente, estar constantemente creando las condiciones para que "no pueda sostenerse"; porque precisamente la existencia de estas fuerzas revolucionarias del pueblo organizado es la prueba total, irrebatible, prácticamente única de que "los de abajo ya no quieren".
La política absurda de los socialdemócratas pretende vulgarizar la necesidad política de la lucha armada con la idea esquematizada con que modelan esta necesidad, a saber: tomar el rifle ya, aquí y ahora, y empezar a tirar.32 Su propia ceguera justifica este modelo (un blanquismo esquematizado), ya que ellos no toman en cuenta la dialéctica del momento porque están supeditados a planear todo para hoy y, esto es bien sabido, hoy siempre es tan viejo como ayer. Y es un hecho que la necesidad política de lucha armada se satisface en México independientemente de la socialdemocracia, porque los revolucionarios mexicanos en trabajo guerrillero intentan siempre acercar el futuro, dominando este presente escurridizo y saben que es la experiencia que ayuda a acoplarse a la historia (y que ha venido haciéndose sin que ellos se den cuenta, aunque con ellos).
"Conquistar el porvenir es el elemento estratégico de la revolución, congelar el presente es la contrapartida estratégica que mueve las fuerzas de la reacción en el mundo actual…"
Y la historia, bueno es decirlo, es esa espiral inmensa desde donde los revolucionarios abren el futuro.


Notas

1 Juan Ortega Arenas. México a la luz del pensamiento obrero, 165.
2 John Womack Jr. Zapata y la Revolución Mexicana, México, Siglo XXI, 88.
3 La actividad política de Huerta resulta indiscutible: para él Madero estaba poco "obsesionado por la continuidad del orden porfirista".
4 Juan Ortega Arenas, cit., 139 y ss.
5 William C. Townsed, Lázaro Cárdenas, el demócrata mexicano, México, Grijalbo, 173.
6 Esta no es sólo una frase. Todos los gobiernos emanados de la guerra civil de 1910-19 han sido sólo un satélite (con leyes propias como todos los satélites) de la metrópoli imperialista de E. U. El más "antiimperialista" de ellos, el de Cárdenas, es nada menos el representante más fino de esta viceburguesía que padecemos. El biógrafo autorizado de Cárdenas nos descubre modestamente el rostro original de nuestra esfinge: cuando le llegaron a Cárdenas las noticias del ataque japonés a Pearl Harbor "se llenó de indignación contra el Japón y estuvo a punto de ofrecer sus servicios como soldado al presidente Roosevelt cuando nuevamente tropezó con la dificultad del idioma, por lo que dirigió sus pasos en defensa por la democracia por otro camino." Townsed, cit., 355. ¡Es indiscutible que una cosa era apoyar a los aliados y otra muy distinta resulta de ofrecerse como soldado al presidente Roosevelt!
7 Townsed, cit., 147.
8 A. Shulgosky, México en la encrucijada de su historia, México, F.C.P., 15. // "¿Por qué no puede haber en la ciudad de Pin Chau y precisamente en la cuarta casa de la Callejuela de los Zorros, un señor llamado Lu? No vería nada de absurdo en tal suposición." (Bertold Bretch)
9 "Después de quince años de calma, en 1956 y 1957 surgieron los primeros síntomas de un nuevo ascenso revolucionario". Arturo Gámiz, Resoluciones del II Encuentro en la Sierra: Las condiciones subjetivas, Ed. Línea Revolucionaria, febrero de 1965.
10 "Se frenó así (momentáneamente) el ascenso revolucionario de la clase obrera, pero es evidente que subsisten las premisas y ya encontrarán las masas obreras la forma de actuar y volver a la vanguardia." Arturo Gámiz, citado.
11 Como puede notarse en las Resoluciones del II Encuentro en la Sierra, elaborado teóricamente por Arturo Gámiz.
12 "El legalismo y el pacifismo no conducen a ninguna parte, sino a un pantano, el reformismo tampoco lleva a ninguna parte porque arrancarle pelo por pelo al capitalismo sale muy caro: por cada pelo que se le arranque, el capitalismo le tumba tres dientes al pueblo." Arturo Gámiz, Sólo hay un camino, Resoluciones…
13 Declaración del PCM, 29 de agosto de 1968.
14 Según un resumen bastante dudoso de E. Jardón Arzate, De la Ciudadela a Tlatelolco, FCP, 359.
15 Nuevos problemas, número 1, revista del PCM, 12.
16 Ibídem.
17 Declaración del PCM, el 29 de agosto de 1968.
18 No podemos menos que poner un ejemplo de hasta qué nivel de debilidad política (¡práctica!) redujo a la base social la matanza hitleriana del 2 de octubre: "C.- ante la desesperación y la impotencia en que nos encontramos, solamente podemos hacer patente nuestra más profunda indignación como seres humanos..." Manifiesto de los sobrevivientes de la E. N. de Arquitectura, 3 de octubre, 1968.
19 Piénsese en la lucha interna por introducir nuevas consignas y la salvaguardia virginal del pliego petitorio.
20 Puede decirse que el CNH, en respuesta al IV informe pudo darse cuenta teóricamente del hecho, lo que se desprende de un democrático enunciado: "Una simple lucha por mínimas libertades democráticas (..) confronta al más común de los ciudadanos con todo el aplastante aparato de Estado y su naturaleza de dominio despótico, inexorable y sin apelación posible." Manifiesto del CNH, 3 de septiembre (subrayado nuestro). Es evidentísimo que siendo así, la única apelación posible al dominio despótico del Estado colonial-burgués es un aplastante aparato cuya acción político militar destruya el dominio sobre los oprimidos.
21 Marcha reflejada incluso en los anexos, modificaciones y correcciones de los artículos 3, 27 y 123, y otros de poder.
22 "Por eso la lucha armada se ha iniciado y se desarrolla al margen de las organizaciones". Arturo Gámiz, Las condiciones subjetivas... Y por si fueran poco los hechos, nosotros preguntamos a la socialdemocracia mexicana: ¿qué otra estrategia inmediata permite, bajo las condiciones políticas existentes, destruir, en una lucha tan larga como se necesite, el aparato oligárquico; es decir, tomar por las clases oprimidas el poder político en México? ¿Qué otra estrategia, señores?.
23 "Las masas son las creadoras de la historia, cada vez que tienen la menor posibilidad avanzan, su avance se convierte en carrera y luego en salto revolucionario." Arturo Gámiz, íd.
24 El campanazo nacional sobre estas acciones revolucionarias se hace oír en el asalto al cuartel de Madera el 23 de septiembre de 1965.
25 "En frío no podrá reconstruirse el movimiento obrero, en frío no se sacará al movimiento campesino del estado que guarda, ni podrán atraerse hacia el proletariado otros actores sociales susceptibles de aliarse con él." Arturo Gámiz, Las condiciones subjetivas.
26 "Forman parte de la realidad objetiva del país la desintegración, mediatización y control oficial del proletariado." Ibíd.
27 "El campesinado ha sido la clase más revolucionaria de la historia de México, es fácil seguir su huella porque su sendero está trazado con sangre (…) Desgraciadamente falta dirección revolucionaria al movimiento campesino." Ibíd.
28 "El proletariado, no obstante, es la clase nueva y en pleno desarrollo y potencialmente la más consciente y revolucionaria, pero la burguesía ha aprendido a controlarle de tal grado que por ahora y por el futuro próximo no está la clase obrera en condiciones de emprender una insurrección armada y posiblemente ni de respaldar la que inicien otros sectores. Necesita que se desarrolle una situación revolucionaria para salir de su estado y asumir su papel de vanguardia." Ibíd.
29 "Desde el punto de vista formal, las masas no disponen de organizaciones unidas, eficaces y combativas. Hay en cambio una multitud de organizaciones dispersas, divididas, pacifistas e inoperantes que no están a la altura de las masas, que no están en condiciones de actuar correctamente en una etapa de ascenso revolucionario, que no pueden efectuar movimientos ni maniobras con la audacia y el ritmo que demandan las circunstancias, que carecen de sensibilidad para responder a los nuevos estímulos y apreciar las horas nuevas; con organizaciones enmohecidas por casi dos décadas de exposición a la corrosiva quietud, formadas y preparadas unilateralmente sólo para la lucha convencional, sólo para la politiquería y las componendas con un vasto repertorio de triquiñuelas y habilidades politiqueras pero absolutamente indefensos, desordenados e inservibles ante el oleaje revolucionario; quedan a las masas como un traje estrecho: lo incomodan y estorban sus movimientos." Ibíd.
30 El lema del socialismo es: la rata del tiempo roe por nosotros o la II Internacional.
31 "Agito mis brazos como dos aspas locas" en la noche de represión que nos envuelve. Hasta políticamente son uno con Pablo Neruda.

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