septiembre 30, 2009

Impacto socioeconómico de la biotecnología

Yolanda C. Massieu Trigo / whybiotech.com

A comienzos del Siglo XXI, los impactos socioeconómicos de la biotecnología, que en los años ochenta apenas se vislumbraban, ahora son realidades. Como parte de mi labor de investigación en el Grupo Sociedad y Biotecnología, de UAM-Azcapotzalco, he participado en el esfuerzo de analizar estos impactos más allá de generalizaciones, que era la tendencia dominante en los 80´s. Nuestro trabajo se ha concentrado en los impactos en la agricultura y el medio ambiente de México. En el Grupo, decidimos que se debía abordar el análisis por caso, donde ya hubiera aplicaciones o proyectos biotecnológicos concretos. Es así que hemos estudiado los casos del maíz, la flor, el jitomate, la caña de azúcar, el algodón y la ganadería. También hemos destacado como aspectos importantes la relación biodiversidad-propiedad intelectual y el papel de las empresas agrobiotecnológicas como actores sociales crecientemente importantes, así como el importante papel de la sociedad y el Estado en la regulación.



Un primer descubrimiento metodológico ha sido que los impactos dependerán de las condiciones específicas del producto que se trate. Por ejemplo, no es lo mismo cómo impacta la biotecnología en un producto de exportación y sembrado por grandes empresarios, como el jitomate, que en un producto que es alimento básico y en donde perviven aún miles de productores campesinos, como el maíz.

Considero, en función de mi experiencia, que los impactos deben analizarse, además de por casos específicos, en diversos ámbitos, de los cuales mencionaré los más importantes:

-La globalización y la creciente concentración de la producción de alimentos en un reducido número de corporaciones multinacionales. Ello ha implicado que sean los intereses privados los que se encarguen de asuntos de interés público, como la alimentación. Llama la atención, en el contexto globalizador, que el dominio y control de la nueva biotecnología, así como del acceso de los recursos genéticos, su principal materia prima, se vuelven condiciones fundamentales para tener un lugar en los mercados mundiales agrobiotecnológicos. Los fuertes intereses económicos de las empresas, que han realizado cuantiosas inversiones en nuevos productos y cultivos transgénicos, añaden presiones importantes en el debate sobre la liberación y regulación de estas nuevas plantas.

La globalización también implica un contexto internacional conflictivo en el que, por un lado, se reconoce la soberanía de los países para decidir si aceptan importaciones o siembran cultivos transgénicos en su territorio (Protocolo de Cartagena), y por otro existen presiones por un libre comercio sin ninguna cortapisa ambiental o ética, que pugnan por la liberación total de la siembra y cultivo de estas nuevas plantas. Es importante señalar que en el Protocolo de Cartagena se aceptan como razones para tomar decisiones las repercusiones socioeconómicas.

-El nuevo papel del Estado, en un contexto aperturista y privatizador, pero que a la vez reclama su intervención como regulador de la siembra y consumo de cultivos transgénicos, así como de conservación de la biodiversidad. Para el caso de México esto es especialmente importante, pues somos un país megadiverso y centro de origen de cultivos importantes, por lo que tenemos un patrimonio que cuidar. El país ha desarrollado experiencia para evaluar las solicitudes de siembra de transgénicos, pues existe un Comité de Bioseguridad Agrícola desde 1988 y desde 2000 la Comisión Intersecretarial al respecto. El problema es que estas instancias, así como las instituciones de investigación, cuentan con presupuestos escasos que difícilmente les permiten cumplir sus tareas con eficiencia. El reciente caso de contaminación con maíz transgénico en Oaxaca es una expresión de esto.

-La pervivencia de la producción campesina tradicional, especialmente en países tercermundistas, que implica que una importante población de productores consume lo que produce y conserva, en una lógica de supervivencia, la biodiversidad de las variedades criollas y locales. Estos productores ya no pueden sobrevivir exclusivamente de la agricultura, pero aún así y muchas veces con dinero de las remesas de los migrantes, continúan sembrando, especialmente maíz. Creo que una de las consecuencias del debate presente respecto a los transgénicos ha sido sacar a la luz el importante papel de estos productores como conservadores de la biodiversidad agrícola, una función ambiental por la que no reciben ninguna compensación.

-La forma en que la política aperturista y de retiro del Estado en el agro ha afectado a los productores rentables, de productos de exportación. Al quedar expuestos estos productores a la competencia externa, mayoritariamente de EUA, que subsidia aún a sus productores agropecuarios, la presión los ha llevado a una revalorización de la importancia de la tecnología para lograr la competitividad. Ello ha implicado que en algunos casos se arriesguen a invertir en biotecnología, es el caso, por ejemplo, de los productores jitomateros de Sinaloa y los tequileros.

-La cuestión de los derechos indígenas sobre la biodiversidad, que en México llega a tener expresiones violentas. La reivindicación de las etnias sobre sus territorios adquiere otro cariz si se considera que muchos de ellos se encuentran en zonas de alta biodiversidad. Por ello, el problema del acceso a los recursos genéticos de estas regiones y la posibilidad de que los beneficios de su aprovechamiento lleguen a los habitantes representa un reto importante, tanto legal como político y técnico.

-La posibilidad de contar con una biotecnología agrícola y ambiental endógena, hecha por científicos mexicanos y de acuerdo a las necesidades nacionales. La globalización, privatización y creciente poder de las corporaciones ha hecho aún más evidente la precariedad del aparato científico-técnico nacional. Si éste no se refuerza, será muy difícil salir de una situación de dependencia tecnológica para nuestra agricultura y medio ambiente.

-El movimiento social que se ha generado en torno a la ingeniería genética, con una fuerte polarización de posiciones entre los apologistas y los críticos de esta nueva tecnología. Sobre todo en los países europeos, el rechazo a los cultivos y alimentos transgénicos crece. En países subdesarrollados, este movimiento opositor, que forma parte de protestas contra una globalización excluyente, ha encontrado aliados en los movimientos campesinos, que en muchos casos tienen un sesgo ecologista. Creo que este nuevo fenómeno genera condiciones nuevas e interesantes para el avance de la ciencia, en el sentido de que la sociedad está cada vez más interesada y participativa en la dirección que tomen los avances científico-tecnológicos.

Por último, quisiera señalar que la excesiva polarización del debate ha conducido, para el caso de México, a la imposibilidad de tomar acuerdos que nos permitan decidir qué biotecnología si y cuál no para contribuir al desarrollo del país.

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