por Isabel Dorado Auz
Poco a poco se va esclareciendo el actuar político de la ultraderecha mexicana, aún y cuando el proceso es muy conocido. Siempre ha tenido el mismo mecanismo de acción: bombardea con mentiras los medios de comunicación, desprestigia a líderes sociales y/o políticos y finalmente asesta el golpe final. Claro está, también requiere de un ingrediente fundamental imponer personajes de dudosa calidad moral al frente de las “instituciones”.
El primer gran paso de la derecha se dio en 1988 cuando a través del fraude logró imponer a Carlos Salinas de Gortari, quien les obsequió gustosamente la cabeza de Joaquín Hernández Galicia “la Quina”, en ese entonces, líder del sindicato petrolero y enemigo del grupo salinista. A partir de entonces, mediante los mismos engaños de hoy se desprestigió a Teléfonos de México por su marcada ineficiencia y terminaron entregándola a precio de ganga a quien hoy es el hombre más rico del país. Algo similar hicieron con Ferrocarriles Nacionales de México y, peor aún, la supuesta ineficiencia se acrecentó cuando le entregaron la empresa al consorcio del Grupo México, mismo grupo que hoy tiene paralizadas las actividades económicas del pueblo de Cananea.
La rapiña con que ha actuado la ultraderecha solo es comparable con los tiempos de Porfirio Díaz, razón por la cual se prevé un nuevo estallido social. Es esa, en el fondo, la principal razón que encubría la famosa “Guerra contra el Narcotráfico” que no pretendía, como creyeron algunos, fortalecer la figura presidencial del espurio, sino más bien establecer estados de excepción en caso de que se presentaran signos de insurrección similares a los ocurridos en Enero de 1994 en la selva lacandona.
La verdadera guerra que han experimentado los empleados de los poderes fácticos, es esa guerra sin cuartel en contra de las pocas organizaciones sindicales que aún defienden los derechos gremiales y que han logrado, producto de sus luchas, conquistas laborales que no encontraremos en el caso de sindicatos blancos con líderes corruptos. En esta guerra el producto o ganancia de los pocos potentados que ostentan el poder es la privatización de empresas estatales, siempre bajo la consigna de que son ineficientes y las cuales, una vez que han pasado a la iniciativa privada, no mejoran servicios, pero si sirven para enriquecer a unos cuantos. Es decir, se socializa la pobreza y se privatiza la ganancia.
Ante este panorama, solo quedan dos posibilidades: mantenernos a la expectativa y dejar que las piedras se sigan acumulando; o bien, actuar antes de que sea demasiado tarde. A nadie conviene otra guerra civil en nuestro país. Sabemos quienes son los que controlan el destino de nuestro país, sabemos la forma en que están operando y la ambición que los mueve. Sabemos también, que podemos lograr cambios de manera pacífica y eso pasa necesariamente por la organización ciudadana. Tenemos que seguir armándonos de valor, aún y cuando nos encarcelen por defender un área verde. La fuerza ciudadana tiene que hacer presencia en estos momentos difíciles y debemos parar la violencia institucional que estamos padeciendo. No es defender a Napoleón Gómez Urrutia o a Martín Esparza es acompañar la lucha de la base obrera y solidarizarnos con los de abajo hoy que los embates de la ultraderecha proviene desde la entelequia de una figura presidencial bastante deteriorada. Por eso, el riesgo es mayor. La debilidad del espurio puede desencadenar una verdadera catástrofe para nuestro país antes de que culmine el periodo sexenal para el cual fue impuesto.
octubre 14, 2009
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