La opinión externa sobre lo que ocurre en México es desalentadora. Desde los resultados de la encuesta de Transparencia Internacional sobre las percepciones de la corrupción en México, hasta las proyecciones de la OCDE sobre qué tan profunda es la recesión económica y cuándo saldremos de ella, las noticias son malas. Para no dejar dudas, la agencia Fitch Ratings acaba de bajar la calificación de la deuda mexicana expresando, entre otras cosas, dudas sobre la salud fiscal y el potencial de crecimiento de la economía mexicana, dado lo limitado de las reformas estructurales y el descenso en la producción petrolera.
Los datos más abrumadores, porque reflejan mejor que otros el agravamiento de los problemas sociales, son los relativos a la pobreza. El estudio de la Cepal sobre el Panorama Social en América Latina 2009 nos informa que "las nuevas cifras disponibles para el año 2008 reflejan una evolución positiva de la pobreza respecto al 2007 (...) El único país en que se registró un empeoramiento de la pobreza fue México, cuyo incremento de 3.1 puntos entre 2006 y 2008 refleja los primeros efectos de la crisis económica".
En contrapartida, y para hacernos sentir que las crisis no pegan parejo, los brasileños andan cada día más contentos. La revista The Economist ha dedicado su portada a celebrar a Brasil, "la gran historia de éxito de América Latina". Dentro de los logros más convincentes anotan el comportamiento de empresas públicas y privadas, como Petrobras, el gigante minero Vale y la constructora de equipo de aviación Embaer. Dentro de las privadas, se menciona a los productores de acero Gerdau o JBS, pronto el productor de carnes más grande del mundo. Todos ellos contribuyen a las proyecciones de un crecimiento económico de 6% en este año de crisis.
Los mexicanos querríamos tener mejores noticias; más aún, querríamos sentir que los gobernantes son conscientes de la magnitud de los problemas, que no escamotean los datos y que se han preparado para poner en pie un magno plan para enfrentar la caída económica más grave desde 1995. Pero eso es justamente lo que no ocurre.
Las reacciones gubernamentales ante el difícil comportamiento de la economía y el empeoramiento de los problemas sociales se caracterizan por ser erráticas y superficiales. Tan pronto se celebra que ya estamos en la recuperación (cuando en realidad se trata de una disminución en la velocidad de la caída), como se recomiendan cambios "que tengan la intensidad de una revolución". Tan pronto se enumera un decálogo de cambios profundos, como se envía un paquete fiscal que contiene todos los defectos de años anteriores.
Las críticas de premios Nobel de economía sobre los desaciertos de las medidas económicas adoptadas son descartadas apresuradamente y con mal gusto. No puede verse de otra manera el comentario de un secretario de Estado que atribuye ignorancia a Stiglitz y le recomienda "que lea más sobre México".
Desde comienzos de año advertimos un gran defecto en la actitud del jefe del Ejecutivo. Felipe Calderón se comporta como si, independientemente de los datos duros, lo importante fuera transmitir optimismo o irritación, según el caso. Cuando a comienzos de año aseguró en Davos que la economía mexicana no resultaría tan afectada por la crisis económica, lo hacía convencido de que sus palabras tranquilizarían a inversionistas y financieros. Cuando declaró que era imperativo realizar cambios profundos, creía que con ello ya era suficiente para enderezar el rumbo. Que la realidad no se comporte de acuerdo a sus declaraciones es algo que no interesa; quizá porque piensa que, si él lo dice, así será.
Lo que se ha logrado, de verdad, es infundir una enorme desconfianza sobre el manejo del país. El temor ante lo que pueda ocurrir los próximos años se ha generalizado, y las especulaciones sobre las consecuencias del malestar social son cada día más comunes. Preocupa, en particular, la situación de los jóvenes, cuyas opciones en el terreno de la educación o el empleo son notoriamente limitadas.
Ante tal situación, la responsabilidad frente a las dificultades del país recae en la sociedad y su capacidad para buscar alternativas que orienten el futuro. Encuentro particularmente alentador que se estén produciendo diagnósticos y propuestas provenientes de grupos diversos. Un ejemplo sería el muy comentado documento México frente a la crisis: hacia un nuevo curso de desarrollo, producido desde la UNAM; otro, el artículo aparecido en el último número de Nexos con el título Un futuro para México, escrito por Jorge Castañeda y Héctor Aguilar Camín; finalmente, la propuesta La reforma del Estado, elaborada por el IIJ de la UNAM.
Esos documentos contienen afirmaciones discutibles y hay omisiones que se requiere remediar; sin duda ameritan ser discutidas con amplitud. Lo importante es abrir el debate, movilizar a la ciudadanía e invitar a repensar el funcionamiento del Estado y las políticas públicas para que puedan imprimir un rumbo más promisorio a la vida del país.
El año entrante, además de ser el bicentenario, será el año en que mayormente se resientan las consecuencias sociales de la crisis económica. Se combinarán situaciones difíciles con incapacidad y contradicciones de la dirigencia política. Urge, entonces, mayor compromiso de la sociedad para contribuir a recuperar la confianza en el México del próximo decenio. Hacer buenos diagnósticos, buscar en la experiencia de otros países, imaginar el camino para alentar los acuerdos políticos, investigar, denunciar, analizar. Desde nuestro espacio, esa es la única respuesta posible ante la crisis, la respuesta con la que debemos comprometernos.
diciembre 04, 2009
La crisis y las respuestas
12/04/2009
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Olga Pellicer / Proceso
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