MARTí BATRES / Proceso
Estamos a las puertas del Congreso Nacional del PRD. Éste se realizará en un contexto complicado y adverso, tanto en lo interno como en el escenario nacional.En el país se ha consolidado un bloque de derecha, compacto y agresivo, que tiene copadas a las instituciones, a los medios de comunicación electrónicos y que toma decisiones sin considerar los gravísimos costos que esto le representa al país.
Ese bloque de derecha lo conforman, obviamente, PRI y PAN, junto con cadenas de radio y televisión, así como otras viejas instituciones y jerarquías conservadoras. En ese contexto se han tomado decisiones tan terribles como la desaparición –mediante un golpe político– de la Compañía de Luz y Fuerza del Centro, y el despido (de golpe y porrazo) de 44 mil electricistas. De igual forma, 17 congresos locales han decidido que deben ir a la cárcel las mujeres que decidan interrumpir su embarazo, sea por la circunstancia que sea.
Al mismo tiempo ocurren numerosas violaciones a los derechos humanos y se hace evidente el regreso al control mediático que impide que a través de ellos suene, se haga visible o trasluzca cualquier opinión crítica que incomode al sistema. Felipe Calderón, el espurio, está empeñado en terminar su administración con base en golpes de fuerza y exposición mediática, no obstante que ello lo aísla, lo debilita y disminuye cada vez más su aceptación entre la ciudadanía.
El PRI, por su parte, está empeñado en regresar al poder aliándose al sector más oscurantista de la derecha mexicana y completamente amarrado al grupo oligárquico que controla al país.
En esas condiciones, PRI y PAN se aliaron en el Congreso de la Unión. Primero, para no tocar a los grupos privilegiados que no pagan o eluden impuestos; segundo, para aumentarle los impuestos a las clases medias y trabajadoras que son las que ya los pagan. Y tercero, para repartirse los recursos como un botín, acorde a sus necesidades políticas.
Cualquiera diría que el escenario está dado para el crecimiento de una alternativa distinta, opositora, de izquierda, con raigambre popular y un fuerte posicionamiento social. Sin embargo, el dramatismo de la situación se explica no sólo por lo que están haciendo los factores del grupo conservador, sino también por lo que ha dejado de hacer el bloque transformador o de izquierda.
En ese sentido, es notable la ausencia de un partido político que capitalice la ofensiva polarizadora del bloque de derecha. Aun y cuando cada decisión que tome la derecha sea concretada, las consecuencias que de ello derivan generan un descontento, un malestar, una inconformidad, cada vez mayor. No obstante, el partido más fuerte de la izquierda mexicana, el PRD, no está encabezando ese descontento popular. Esa es la otra dramática verdad. Es la realidad que vivimos.
Afortunadamente, sí hay oposición y hay resistencia. No está expresada a través de un partido político en esta etapa histórica. Pero existe y se manifiesta principalmente, sustancialmente, a través del movimiento que encabeza Andrés Manuel López Obrador. Su existencia es lo que evitó la entrega de Pemex a las compañías extranjeras; es lo que posibilitó la salida de Luis Carlos Ugalde del IFE; es lo que revirtió la Ley Televisa y frenó los apetitos insaciables de los medios electrónicos en la competencia política partidista.
Eso significa que la oposición de izquierda se ha articulado y organizado por fuera de las estructuras partidistas formales. En el movimiento de Andrés Manuel López Obrador, naturalmente, hay muchos perredistas pero también militantes de otras fuerzas políticas y, sobre todo, ciudadanos sin partido.
No obstante, lo destacable del tema es que el PRD no está encabezando la protesta y el descontento social ante un gobierno que ha sido estrepitosamente reprobado por la ciudadanía.
Al acercarse el Congreso Nacional del PRD, no sólo es deseable, sino necesario que salga con bien. No sólo los perredistas lo requieren, sino el país mismo. A México le urge reconstruir sus equilibrios internos para evitar seguir a la deriva y empeorando, o de plano caer en el abismo. Es necesario que al interior del Sol Azteca haya acuerdos, conciliación y unidad.
Sin embargo, permean dos temas que amenazan la necesaria unidad y el buen resultado del congreso. Uno es el de la elección de dirigentes y candidatos. Si se elimina el voto universal, directo y secreto para elegirlos (como el método predominante de decisión), entonces se estará enviando un nuevo mensaje de cerrazón y alejamiento de la dirigencia en relación con las propias bases y la sociedad.
El otro tema es el de las alianzas. Se habla en ocasiones de establecer una línea de alianzas electorales con el PRI y el PAN. Si eso se llegara a acordar, el Congreso del partido enviará un mensaje negativo a la sociedad, muy difícil de descifrar. Si por un lado señalamos al PRIAN de ser los verdugos del pueblo, los que elevaron los impuestos, quienes castigaron a los estados que gobierna el PRD, que aprueban leyes retrógradas y oscurantistas, pero por el otro se establecen dichas alianzas, el mensaje desvirtuaría la acción partidista.
Más bien el PRD debe fortalecer la política de las alianzas con las fuerzas progresistas, patrióticas y de izquierda en un frente lo más amplio posible. Requiere de un conjunto de líneas de acercamiento con todas aquellas fuerzas políticas que coincidan con la agenda social y la agenda de las libertades democráticas que dan cauce al partido.
Es necesario para el país el éxito del congreso perredista. Y es urgente reposicionar al partido mediante tres grandes iniciativas: uno, alcanzar la unidad; dos, retomar el trabajo de base, y tres, hacer del PRD el partido que encabece el descontento social. Si se logra estaremos en condiciones de disputar con éxito la lucha contra la mediocre derecha gobernante y dando un paso firme en contra del peligro de la restauración autoritaria.
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