junio 03, 2009

La dcerecha contraataca

Jorge Gómez Barata (especial para ARGENPRESS.info)

Barack Obama no es un revolucionario, aunque la derecha norteamericana lo confronta como si lo fuera.

Las críticas por disponer el cierre de la cárcel de Guantánamo y la vehemente defensa de la tortura realizada por ex vicepresidente Richard Cheney, la amenaza del Senador Robert Menéndez de bloquear los fondos a la OEA si Cuba fuera readmitida, el insólito fallo judicial a favor de Gustavo Villoldo y las criticas por la designación de la abogada puertorriqueña Sonia Sotomayor como jueza del Tribunal Supremo, entre otros muchos, son botones de muestra. Con más justificación y mejores argumentos, desde la izquierda también llega fuego intenso.

No es la primera vez que algo así ocurre. Lincoln que prefirió la guerra a la división del país, pagó con su vida el servicio, Wilson que catapultó al imperio a la condición de potencia dominante fue castigado por el Congreso, Roosevelt, el presidente más apreciado por los norteamericanos, fue confrontado por el Tribunal Supremo que revocó muchas de las medidas del New Deal y luego fue acusado de componendas con Stalin y JFK no sobrevivió a su determinación de poner fin a la segregación racial e imponerse a la Reserva Federal. Obama que ha hecho menos que ellos es cuestionado, con la diferencia de que ninguno de aquellos lo fue con menos de 20 semanas en el gobierno.

Recuerdo que años atrás, durante un evento denominado Reunión de Secretarios del Partido, escuché a Raúl Castro meditar acerca de la peligrosidad de la restauración contrarrevolucionaria, el ejemplo que entonces utilizó fue el de la Comuna de Paris. Al discurso sumé el conocimiento de las trágicas experiencias de reveses políticos como los de Sandino, Arbenz, Farabundo Martí, Salvador Allende y otros y aprendí que la derecha, una fuerza política nada romántica ni idealista, es más violenta y radical que la izquierda que, frecuentemente ante decisiones capitales, deshoja margaritas.

Es probable que las señales equivocas y contradictorias que emite Washington no se deban exclusivamente a inconsecuencias o falta de determinación del presidente, sino a una abierta e intensa confrontación al interior de la clase política y el stablishment norteamericano que en ocasiones se torna sofisticada y sutil.

El elemento iniciador en esa batalla, que no puede ser indolora, son la ultraderecha conservadora y reaccionaria que detentó el poder, escaló posiciones y se fortaleció durante los gobiernos de Nixon, Reagan y los Bush, ocupando nichos de poder y que, a pesar de la derrota electoral, conserva intacta su influencia en el poder judicial, el Congreso, los medios de difusión y la economía.

Desde sus posiciones en el Estado, la burocracia media y alta, el poder judicial y el Congreso o utilizando su capacidad de presión desde otras posiciones, incluyendo los medios de difusión e incluso la sociedad civil, esas fuerzas, de modo abierto o solapado, pueden actuar como retranca, sabotear la gestión de la administración, frenar sus proyectos o introducir confusión.

Además de la capacidad de acción derivada de su posición en la estructura del sistema político norteamericano, con las peculiaridades derivadas de la división de poderes, el federalismo y el papel de las autoridades locales y regionales, esos elementos cuentan con un enorme poder económico, una tupida red de instancias pensantes donde se elaboran políticas y consignas y se evalúan los cursos de acción y disponen de un liderazgo dispuesto a sacrificar al país en aras de sus objetivos.

En la división del trabajo en el seno de la derecha norteamericana, Richard Cheney ha asumido un papel central que dado sus antecedentes, su compromiso con las políticas de las administraciones de Bush padre e hijo, le permiten un abierto protagonismo. Como quiera que carece de aspiraciones electorales y no arriesga posición alguna, el ex Secretario de Defensa y ex Vicepresidente, puede hacer el "trabajo sucio" y asumir posiciones extremas, sin comprometer ni desgastar a los líderes que el partido Republicano deberá preparar para retar a Obama dentro de cuatro años.

Es probable que el enfoque de la derecha y su labor de erosión de la confianza nacional e internacional de la actual administración, este siendo favorecido por errores o inconsecuencias del presidente que en algunas áreas pudiera haber mostrado con mayor determinación los músculos de que fue dotado por una elección convincente y un carisma indiscutible.

Dar Obama al tiempo no es electivo. Para los norteamericanos no parecen haber mejores opciones. Recientemente Bush y Cheney se han encargado de recordarles que trabajan por una restauración contrarrevolucionaria donde no hubo revolución alguna. Vivir para ver.


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Coordinacion de la Red Ciudadana de Ciudadanos en la Red, Sinaloa
Guillermo Sandoval

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